martes, octubre 19, 2004

Araceli Gilbert en el Mercado Sur.
Rodolfo Kronfle Chambers 19-10-04

Hasta el 14 de Noviembre en la Urna de Cristal permanecerá abierta una excelente recopilación de 38 obras de Araceli Gilbert (1914-1993). Recomiendo visitar esta muestra para familiarizarse con una de las producciones más refinadas de nuestro arte moderno

Se trata de la figura femenina más connotada de nuestra modernidad, y junto a Manuel Rendón, una de las figuras de abolengo porteño más importantes del panorama plástico ecuatoriano del Siglo XX.

Lo más valioso de cualquier puesta en escena del trabajo de artistas desaparecidos será la oportunidad de ofrecer alguna relectura sobre su obra que haga valer la pena el esfuerzo. En el catálogo, que ofrece importante información sobre la vida y carrera de la artista se esboza además algo del contexto en que le tocó a la artista insertarse, y que no debe pasar desapercibido para una valoración integral de su obra.

Acerca de las reacciones que la propuesta de Gilbert causó en nuestro medio, Lenin Oña -curador de la muestra- detalla lo siguiente: “Sostener una alternativa radicalmente opuesta a las corrientes hegemónicas en el Ecuador de los años cincuenta –el realismo social y el indigenismo- como lo hizo, demandó talento, valor y persistencia. El medio, estrecho y cerrado entonces más que ahora, de entrada fue reacio a aceptar y hasta rebatió la línea artística que ella representaba. Pero, gracias a la virtuosa calidad de su obra, acabó valorándola, a la vez que crecía la estima personal aún de quienes no comulgaban con sus posiciones.”

Debe haber habido un gran contraste entre aquellas manifestaciones de reivindicación social a través del arte y el estilo de abstracción geométrica que practicaba Gilbert (en la historia del arte moderno podemos diferenciar a grandes rasgos, según la estructura formal de la obra, dos tipos de abstracción, la lírica y la geométrica. En el primer caso tenemos a corrientes como el expresionismo abstracto, el informalismo, el tachismo o el arte gestual, mientras que en la segunda diversos estilos como el suprematismo, el constructivismo y distintas manifestaciones del arte concreto –de elementos pictóricos simples y exactos- que engloban la producción emblema de Gilbert.)

Algunas influencias.

En cuanto a sus ideas sobre el arte estas debieron estar muy influenciadas por el Purismo, movimiento estético desarrollado alrededor de los años 1918 y 1923 por Le Corbusier y Amédée Ozenfant (1886-1966), este último uno de los más activos divulgadores del arte moderno y director de la Escuela de Bellas Artes que llevaba su nombre y a la cual asistió la artista en Nueva York desde 1944 hasta 1946. El Purismo parte en sus intenciones como una revisión del cubismo para reducir sus aspectos decorativos, aspirando a mayor precisión y tendiendo a buscar las esencias de lo real, basado en relaciones proporcionales, numéricas y geométricas; en otras palabras aspira a la lógica y a la pureza organizando, mediante la racionalidad, el caos del mundo natural. Es reconocible además en algunas obras de la artista la influencia de Auguste Herbin (1882-1960) -con quien compartió amistad- uno de los principales adalides de la abstracción geométrica quien fue co-fundador del grupo Abstraction-Création, dedicado a promover y defender el arte abstracto; su estilo más reconocible partía de simples formas geométricas en colores vivos. Oña señala además a importantes figuras como Dewasne y Vasarely como fuentes de las cuales Gilbert también bebió.

Los propósitos del arte.

Los cuadros exhibidos están ahí principalmente para un disfrute visual, se pueden digerir rápidamente en su primer impacto o se pueden –lo cual recomiendo- estudiar lentamente para analizar como la artista logra un justo balance cromático, donde prevalecen los colores puros atados a una imbricada estructura geométrica, cuya cerebral complejidad es más profunda que lo que delata la apariencia primera.

Esto nos lleva nuevamente a la observación de Oña y los distintos propósitos que se atisbaban en el arte ecuatoriano de mediados del siglo XX: para unos –influenciados por el muralismo mexicano- el arte debía servir un propósito o ser socialmente útil; para otros como Gilbert que defendían la abstracción, el arte debía crear su propia realidad, afincado en la autosuficiencia y siendo la experiencia estética su razón de ser y su fin primordial. Esta “deshumanización” del arte lograda mediante un distanciamiento del mundo social se hacía en pos de preservar la “verdad” en el arte, reduciéndolo a sus elementos más “puros”. Cabe anotar que la artista también manejaba filiaciones políticas de izquierda pero abordaba el arte a partir de premisas instituidas mucho tiempo antes por artistas como Malevich que proclamaban que el arte puede existir por y para sí mismo.

Esta libertad y autonomía del arte fue defendida por Gilbert a quien se cita el catálogo diciendo en 1959 que “esta expresión pictórica no es un callejón sin salida, [ ] sino un descubrimiento más, un medio de posibilidades nuevas, que será de más en más accesible a todos.” Hoy en día asistimos a un panorama del arte en que estas palabras serían cuestionadas ya que nada parece nuevo, las vanguardias agotaron sus tareas y las posibilidades de un nuevo “descubrimiento” o de mayor “innovación” aparentemente son mínimas, motivo por el cual el arte se ha abierto a otros caminos muy diversos en que aquella búsqueda ya no es la prioridad.

Pie de Foto: Litografía Sin Título de Auguste Herbin fechada 1959.

Pie de Foto: Acrílico sobre lienzo de Araceli Gilbert titulado Malabar trabajado en 1985.

Pie de Foto: Óleo sobre lienzo titulado Formas Sumergidas, realizado en Estocolmo por Gilbert en el año 1958.

Pie de Foto: Obra de Amédée Ozenfant titulada Cuarto de Fumadores: Naturaleza Muerta de 1923.

Pie de Foto: Trabajo de Gilbert de influencia Purista titulado Del Mar del año 1947.

martes, octubre 12, 2004

El Salón de Octubre 2004.
Rodolfo Kronfle Chambers 12-10-04

La encarnación actual de este certamen, pese a la inclusión de algunas obras flojas, luce mejor que su edición del año pasado. Se puede visitar en la Casa de la Cultura hasta fin de mes.

Como ya es costumbre lograron sortear la puerta de ingreso varias obras que plantean niveles metafóricos demasiado básicos como para llegar a estimular al espectador ávido de sofisticaciones. En términos generales predomina un tipo de pintura que apela a su potencial de reflexión y crítica, preñada de contenidos y mensajes muy por encima de una visión en extremo limitada de sus posibilidades que la circunscriben a un “juego de matices” o a “la búsqueda de las emociones”, según se enuncia con sentida inclinación poética en el catálogo.

Entre lo más notable del Salón se encuentra la colaboración de Aarón Ortega, Karen Nogales, Karina Nogales, Juan Pablo Toral y Aurora Zanabria, y las obras de Billy Soto y de Ilich Castillo, que minan muy sugerentemente los presupuestos del canon moderno, las convenciones del estatus quo, la superficialidad de las expectativas culturales del gran público, los requisitos que impone el Salón y hasta el fundamentalismo del mercado. Bien Marco Alvarado y su trabajo que se activa en el potencial crítico de la pintura contra la insolente realidad que nos rodea, una obra libre de indiferencias y complacencias. Lúcida obra la de Fernando Falconí en la que aplica prácticas de intervención sobre sistemas de signos existentes para resignificarlos, logrando el inquietante extrañamiento que produce el reconocer su desplazamiento para desde ahí acercarnos a distintas interpretaciones. Interesantes además los “sellos postales” de Félix Rodríguez que proponen un juego conceptual que evidencie la continua erosión del verdadero sentido de las fechas patrias; Relatos de otros nueves de octubre conmemora la experiencia personal de gente común nacida en dicha fecha, cuyos onomásticos se imponen en su importancia particular a la relación cívica con la efemérides.

No pudiendo lograr en lo personal una justificación de los premios y las menciones otorgados vale la pena aquí reflexionar acerca del supuesto efecto de validación que acompaña el ganar cualquier salón de arte. Con un par de ejemplos ilustro lo arbitrario que parece ser este asunto: la obra ganadora del presente Salón de Octubre no fue ni siquiera admitida al Salón de Julio de este mismo año, mientras que la obra ganadora del Salón de Julio del 2001 fue rechazada del Salón de Octubre del año 2000. Estos aparentes sinsentidos son más comunes de lo que pensamos, y si nos ponemos a investigar a través de los años encontraríamos similares instancias de estas ocurrencias.

Esto quiere decir que los frutos de un salón varían significativamente de acuerdo a quienes estén detrás de las convocatorias, selecciones y premiaciones. ¿Cómo entonces se puede otorgar algo más de significado a estos resultados? El asunto es muy complejo y digno de debatirse en un foro diseñado para el efecto. Por lo menos reitero dos sugerencias para lograr algo de coherencia: la primera es que el jurado de admisión sea el mismo que el de premiación, cuyo resultado –si algo de lógica se pudiese aplicar a estos menesteres- sería que lo galardonado tenga relación con una mínima cohesión interna que se desprenda de la obra seleccionada. La segunda sería el requisito de que los jurados articulen, en el acta de premiación, por lo menos un escueto detalle acerca de los criterios aplicados para escoger a los ganadores, y no de una manera abstracta y generalizada, sino refiriéndose puntualmente a los méritos de tal o cual obra, o por lo menos señalando algún atisbo de las lecturas que hicieron de las mismas. De esta forma, aunque no estemos de acuerdo, el jurado fundamenta con algo de argumentos concretos su decisión y ante estos el público puede discrepar o no, lo cual es mejor que asumir un resultado que se puede intuir como caprichoso y determinado por un etéreo gusto personal.

En realidad no existe un jurado libre de inclinaciones, cada quien está determinado por su tipo de formación, por el trabajo desplegado en su carrera y por las creencias que se deriven de aquello; es por esto que al escoger a los miembros de un jurado ya se está condicionando en cierta forma el desenlace de un Salón. Muy pocos artistas que actúan como jurado tienen la capacidad de desprendimiento hacia su propio quehacer como para poder juzgar a quienes trabajen a partir de otras concepciones o nociones del arte; lo que pasa muchas veces es que un artista premia otra obra que valida su propia producción, sin reparo de analizar si existe una verdadera pertinencia o una imprescindible calidad en dicho premio. Y así puedo yo especular que el jurado cubano Eduardo Roca -que en declaraciones de prensa instó a los artistas a seguir el “ejemplo” de Guayasamín- habrá encontrado en la obra ganadora de Ricardo Montesinos una pieza que se acople a su idea de lo que debe ser el arte ecuatoriano. De igual forma la mención otorgada a Lenín Muñoz se puede referenciar –sin considerar las deficiencias de factura que acusa- a un manejo de elementos formales que fue consolidado por la generación de artistas a la que pertenece el maestro Jorge Swett (otro de los jurados), quienes desarrollaron imaginarios pictóricos de sobrados méritos hace muchos años, pero cuya representatividad dentro del panorama de las prácticas artísticas de hoy en día no resulta ser la misma de antes.

La falta de espacios y oportunidades hacen que los salones de arte sean de extrema necesidad e importancia, y es en torno a ellos que se concentran las discusiones que intentan dilucidar el estado de nuestras artes visuales y el curso o dirección que las mismas están tomando. El inmovilismo es el peor enemigo de estos certámenes que se deben de revisar constantemente para ajustarse a los estándares de profesionalización y a las exigencias que los tiempos demanden.



Pie de Foto: Trabajo en conjunto de Ortega, Nogales, Toral y Zambrano cuyo título Mínimas alude a las especificaciones de tamaño que se imponen en las bases del concurso. La obra opera desde la inocencia primera que se desprende de la imagen plácida y estereotipada hasta la constatación de la “explosiva” broma que subvierte las agendas conservadoras de la pintura decorativa y comercialmente viable en el medio, mofándose del público burgués y sus aspiraciones.



Pie de Foto: Obra de Billy Soto que mediante su título –Abstracto Bonito- impregna con humor las arbitrariedades aparentes de algunas vertientes del paradigma moderno. Es interesante notar como en esta y otras obras del Salón subyacen diversos comentarios que tienden a intentar ampliar y cuestionar las nociones generalizadas que se tiene de la pintura en el país.



Pie de Foto: En sutiles tonos de “blanco sobre blanco” la pintura de Fernando Falconí plantea varias lecturas en este trabajo titulado Prácticas Suprematistas. Se superponen lúdicamente apropiaciones de la imagen comercial de marcas de sal y de azúcar, juego de opuestos cuya dimensión política denuncia prácticas de trabajo infantil en el agro.



Pie de Foto: Pieza de Ilich Castillo titulada Conductas en la Pinacoteca 2 (Tendencias Abstractas). El trabajo en cierta forma cuestiona la autoridad de la pintura como medio hegemónico en el Salón. La restricción de las bases del concurso es “burlada” de manera estratégica al presentar este proyecto de instalación, sobrepuesto a frívolas manchas cuyo efecto estético le permite mimetizarse con el resto de obras; para aquello se utilizó los tonos pasteles que ahora engalanan el exterior de la Casa de la Cultura.