miércoles, enero 19, 2011

Saidel Brito - Ruinas del relato - dpm


La historia es una gata que se defiende boca arriba (delicioso)
Acrílico y carboncillo sobre lienzo
120 x 180 cm.
1999
La historia es una gata que se defiende boca arriba
Cerámica
44 x 44 cm.
1/1 pieza única  
1999
 
Cuatros patas sí, dos mejor
Acrílico y carboncillo sobre lienzo
198 x 315 cm.
1998
Pastando con sus cabras en Maine
Acrílico y carboncillo sobre lienzo
110 x 150 cm.
1999
La Batalla del Panduro
Acrílico y carboncillo sobre lienzo
135 x 185 cm.
1998
Amansar las que producen la lana
Acrílico y carboncillo sobre lienzo
185 x 135 cm.
1998
Campamento en Cayo Hueso (por culpa de la chaucha)
Acrílico y carboncillo sobre papel
39 x 49 cm.
1999
A lo que vamos llegando enseña cada cual lo que tiene
Acrílico y carboncillo sobre papel
49 x 39 cm.
1999
Matria
Acrílico y carboncillo sobre papel
39 x 49 cm.
1999
El juicio
Acrílico sobre lienzo
165 x 204 cm.
2009

Panama Hat
Acrílico, acuarela y carboncillo sobre papel
75 x 110 cm.
2010
¿A quién le importa la vida de Ricardo Miró?
Acrílico, acuarela y carboncillo sobre papel
75 x 110 cm.
2010

domingo, enero 16, 2011

Óscar Santillán - Lo que empieza mal, no termina facilmente


Lo que empieza mal, no termina fácilmente[1]

Motel
Se cuenta que en cierta ocasión a Humberto Moré, el pintor ecuatoriano, la señora casada con la que se hallaba en un motel le pidió que no le contara a nadie sobre aquel encuentro a punto de consumarse. Él contestó:
- Mejor no hagamos nada y déjame contarlo.
La anécdota –en su hilaridad– bien podría servir para localizar y discursar sobre dos sustancias disímiles. Ella parecería proponer la realidad, mientras él se acercaría a lo real. Es la misma distancia que existe entre mentira y ficción. Moré[2] se niega entonces a lo fácil, al engaño, a callar sus actos, como sabiendo que el engaño no tiene misterio. Si el silencio ha de practicarse no será con vergüenza ni complicidad sensiblera[3]. Milán Kundera ha descrito claramente este dilema al explicar que “la realidad la percibimos a diario, lo real en cambio debe ser demostrado”. Al pintor le interesa lo real, y es mediante la ficción[4] que se compromete con lo real.
Pero la tentación de la realidad es inmensa, casi lo consume todo. La misma producción artística ecuatoriana le debe demasiada lealtad. Una mirada del imaginario que la ha motivado da cuenta de estas limitaciones. Los comentarios sociales abundan: política (digamos las consecuencias de la política profesional), religión, participación social y su manto de benevolencia, y la lista seguiría con variantes de lo apuntado y quizás unos cuantos temas que no logro nombrar. Como complemento tenemos la pretensión tardía del cine ecuatoriano por “contarnos quiénes somos”, que es sino sinónimo de banal lealtad a relatos y construcciones irrelevantes: la realidad. No me interesan sus preguntas ni sus postales criollas.

El Retorno
Sobra decir que no creo en la ficción como contradicción con “lo ocurrido”, pero sí como un intento por intuir el futuro. Estamos repletos de pasado, nos rodea por todas partes. ¿Será posible crear algo que no sea consecuencia de la modernidad en ninguna de sus variantes, ni siquiera post o alter? Dar un salto hacia un futuro que no ha sido tocado por el pasado: un futuro que no es desembocadura pero un hallazgo sin cartografía. Ha sucedido antes: La Fuente de Duchamp. Claro que esta obra proviene de cierto linaje que puede ser rastreado, pero entre el objeto y el pasado existe una brecha que no es presente, sino futuro. Rompe con el continuum e inicia una nueva secuencia[5] en lugar de expandir una existente. La obra tiene linaje pero no tiene padre ni madre. La brecha es de fuego e incertidumbre, de desobediencia. Es la ficción que resquebraja la linealidad de la narrativa histórica, para devolvernos al caos donde el nombre de las cosas es desconocido.
Volviendo al pasado, al nuestro: el indigenismo. Hay un momento silencioso y poderoso del primer indigenismo, aquel de Los Trabajadores. Pero pronto el misterio se perdería, para los indigenistas aquello era sino una baratija: lo canjearon por una teatralidad ruin. El gran problema del indigenismo no es siquiera la victimización con la que ahoga a los sujetos representados a los que pretendía reivindicar, sino su incapacidad de fracturar los afanes narrativos de la representación pictórica, que es una institución ultraconservadora. La mascarada de la representación europea adopta máscaras indígenas sin que el rito de la representación –su corpus narrativo– sea herido. Pronto esas imágenes serían incorporadas al discurso nacional. El indigenismo se transforma en un gesto histriónico patético. Es la demagogia de su discurso sensiblero la que se apoderó del espectro cultural nacional, sobreviviendo así por décadas, pero su proyecto artístico apenas nacido había muerto.
Debido a la falta de un continuum claro[6], a los artistas ecuatorianos nos cuesta mucho encontrar dónde acometer la brecha. Se ha creído entonces que la exploración del tramado social más conflictivo podría sustituir nuestra carencia de una tradición artística con la que dialogar. Quienes lo hacen –la mayor de las veces– son artistas que sucumben a la tentación de la realidad.
Es en la incertidumbre de lo real donde encienden las llamas que atraviesan la carne y la destrozan, solo para permitirnos el silencio y el abismo.

Sinopsis para video

Guayasamín ingresa a escena en un caballo púrpura. El viento palpita en la ladera. El caballo se detiene y calmadamente el pintor desciende y se acuesta en el pasto. El animal se recuesta junto a él.
Yacen juntos mientras se escucha un remake del clásico de Dead Kennedys “Too Drunk to Fuck” probablemente interpretado por Delfín Quishpe.   

Moral
Tres viajeros que admiro:
Donald Crowhurst (el cobarde)
Bas Jan Ader (el invisible)
Robert Falcon Scott (el derrotado)

Siempre es demasiado tarde
Quizás una de las razones por las cuales nuestro tiempo, este de nuestros días, está estancado en la magra felicidad del pluralismo, es porque nos hemos dedicado a reinventar el pasado en lugar de predecir el futuro. Esto nada tiene que ver con aquella vieja idea de progreso lineal de la modernidad. Nosotros tan ingenuos y aburridos pensamos por mucho tiempo que deconstruir la historia, recontarla, y reivindicar a los sujetos que fueron víctimas de su discriminación o engaño, nos daría nuevas pistas para echarnos a andar. Eso no sucedió, quizás sabemos mejor lo que no queremos repetir, pero así mismo, forzados por esa contradicción profunda que nos define, repetiremos los mismos errores una y otra vez. Hoy nos regocijamos inventando nuevas formas de repetirnos.
Un conocimiento más profundo del pasado no nos hará mejores. A la biblioteca del conocimiento humano habría que aproximarse con actitud dionisiaca ya que el conocimiento solo puede existir para los placeres de la especulación, de lo contrario nos arrastrará en la trampa del conocimiento como herramienta de transformación. La labor de destruir el pasado sigue intacta, pero asumirla no serviría de nada.

Enemigos

I. Nosotros
Este paisaje verde y húmedo seguirá aquí cuando el Ecuador desaparezca. El país nunca se embarcó en ninguna empresa lo suficientemente ambiciosa como para romper su maldición, el anonimato. Nada habría importado la consecución o fracaso de la misión, tanto un gran triunfo como una gran derrota sirven en la irreprochable ambición de los fantasmas por hacerse de un cuerpo visible.
Se ha dicho que ya que los ecuatorianos tomaron el nombre de su país de una línea imaginaria son muy creativos. En realidad este hecho demuestra claramente lo contrario.
- Son tan faltos de creatividad que no se les ocurrió otra cosa que tomar el nombre que los franceses utilizaron previamente para nombrar la línea que divide el planeta en norte y sur.
- Son tan cobardes que robaron el nombre de una línea imaginaria, ya que el Ecuador nunca ha tenido el arrojo de hacerse de algo más tangible.

II. Nosotros otra vez

La Revolución Ciudadana no es el enemigo de los artistas ecuatorianos, ya que esta carece de carácter mítico. No es un rival digno de contingencia simbólica. Esta revolución no durará cien años sino cien meses (o en lenguaje burocrático, 200 quincenas). Si luego de ese tiempo alguien la recordara, será por el pomposo membrete de La Revolución Más Aburrida de la Historia.
Cuando en 1813 alguien publicó –probablemente en Poitiers– una postal de Napoleón cogiéndose a un french poodle, el gesto solo pudo generar bostezos. Los franceses ya estaban hastiados de las ambiciones del emperador, y fastidiados de la melancólica mirada de los mencionados perros.
III. Bidimensional
Es curioso que sea pintura (¡Viva La Pintura!) lo que mató a Napoleón, o al menos una de las hipótesis esgrimidas sostiene que el arsénico contenido en los pigmentos del papel tapiz de su habitación habrían sido los causantes de su muerte.
IV. Desprecio
Se cuenta de cierto crítico de arte (de izquierda) que años atrás solía hacer de marchante en Guayaquil. No faltaba el artista que en medio de apuros económicos se le acercara a “pedirle” que adquiriese alguna obra suya. Con su inmenso corazón y devoción por los artistas accedía continuamente a aquella proposición, comprando su trabajo (en contra de su natural benevolencia) a precios injustos.

Fragmentos[7]
Dar un consejo es una vulgar manera de mentir. Pedro Almela. El Elefante y la Sirena.
I am for an art that takes its form from the lines of life itself, that twists and extents and accumulates and spits and drips, and is heavy and coarse and blunt and sweet and stupid as life itself. Claes Oldenburg. I Am for an Art.[8]
 ‘…, if you say that artists take “risks”, it’s insulting to the men who landed on D-Day, to stunt men, to baby-sitters, to Evel Knievel, to stepdaughters, to coal miners, and to hitch-hikers, because they’re the ones who really know what “risks” are.’ She didn’t even hear me, she was still thinking about what glamorous ‘risks’ artists take. (…) Andy Warhol. The Philosophy of Andy Warhol.[9]
La verdadera lucha es con el duende. (…)
Cuando la musa ve llegar a la muerte cierra la puerta o levanta un plinto o pasea una urna y escribe un epitafio con mano de cera, pero en seguida vuelve a rasgar su laurel con un silencio que vacila entre dos brisas. Bajo el arco truncado de la oda, ella junta con sentido fúnebre las flores exactas que pintaron los italianos del XV y llama al seguro gallo de Lucrecio para que espante sombras imprevistas. (…)
En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo.
Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre. Federico García Lorca. Juego y Teoría del Duende.

Evidencia
La ficción no puede ser retórica sino ética y erótica. El ficcionador sigue siendo el pionero romántico[10] aunque despojado de su antigua aura mítica y solitaria. Si bien este se niega a ser un ciudadano y comulgar con las normativas de su tiempo, no está alienado sino que participa bajo sus propios términos: son el silencio y la desobediencia los que le permiten preguntarse en qué condiciones le es deseable sentarse a la mesa.

Aprender a estar solo, cómo hacerlo, sigue siendo una pregunta de pertinencia irreprochable, especialmente ahora que es vital ser un agente activo en el ecosistema de información e innovación al que biopolíticamente nos pertenecemos. Y es que sigo creyendo en una voluntad nietzscheana: determinante aunque diminuta. Aun cuando los mapeos cerebrales hayan mostrado que el libre albedrío no es tal, todo parece decirnos que en lugar de encogernos, nos hemos ensanchado y que los bordes de nuestro cuerpo son menos definidos, a la vez que más complejos e indescifrables; como demostrando cierta alquimia posible que transforma la carne en aire.


[1] O, una continuación de “Evidencias de la Tercera Mutación”, el texto que publiqué en 2008.
[2] Me refiero aquí al artista como persona, no a su obra. De hecho su trabajo no despierta en mí ninguna emoción de la proporción de la citada anécdota.
[3] El silencio que ella propone está lleno de palabras calladas, las palabras que él propone están llenas de silencio.
[4] Secular y ascética.
[5] El término lo he tomado de George Kubler, específicamente de “The Shape of Time”.
[6] El dialogo con nuestros antecesores modernos ha sido inviable y, como sea, quizás es indeseable. En todo caso si este ha existido ha sido como reacción-a, no como presupuesto de partida.
[7] Ya que no he hallado la traducción oficial al español de varios textos he tratado de traducirlos.
[8] Creo en un arte que toma su forma de la vida misma, que se retuerce y extiende y amasa y escupe y suda, y es pesado y ordinario y brusco y dulce y estúpido como la vida misma.
[9] “…si tú dices que los artistas toman “riesgos”, eso es un insulto para los hombres que invadieron Normandía, para los dobles cinematográficos, para las niñeras, para Evel Knievel, para las hijastras, para los mineros, y los que echan dedo en la carretera, porque ellos son los que realmente conocen el significado de tomar riesgos”. Pero ella ni siquiera me escuchaba, ella seguía pensando sobre los glamorosos “riesgos” que toman los artistas.
[10] Figura que curiosamente parece apenas existir en el imaginario ecuatoriano.