MARCELO AGUIRRE
UN ARTE A DIARIO
MUSEO MUNICIPAL DE GUAYAQUIL
Curaduría de Rodolfo Kronfle Chambers
Volver (…que doce años no es nada)
Por Rodolfo Kronfle Chambers
En 1995 Marcelo Aguirre gana el Primer Premio del Salón de Julio. Acto seguido el Museo Municipal de Guayaquil invita al artista a presentar una muestra individual. Aguirre propone como título de su exposición una frase clave pronunciada en el célebre juicio político del momento: “Manos limpias y sin sangre”. La muestra planeada se cancela. Los motivos aparentes fueron las implicaciones políticas de las obras y la incomodidad que las mismas causarían al establishment político local. A los dos días se otorga a Aguirre el Premio Marco, uno de los galardones más codiciados por aquel entonces a nivel continental, lo cual lo consolida como uno de los artistas nacionales más importantes de su generación.
Esta breve relación de hechos es importante porque en este país amnésico vale de cuando en cuando hacer algo de memoria, más aún cuando aquel recuerdo puede engrosar nuestras lecturas de la situación presente. Episodios como aquel no son sino una página más que da cuenta de la permanente negociación y tensión que se produce entre la producción artística y los entes llamados a fungir como articuladores y mediadores de la misma hacia un público. No fue ni el primer ni el último caso en que discursos artísticos se someten a procesos de censura, aunque siempre me llamó la atención que la obra de Aguirre haya sido objeto de la misma, esto porque su propuesta –salvo la referencia concreta del título de la exposición- nunca había empleado embates retóricos directos, sino más bien sugerentes de todo un sustrato de circunstancias que bien podían desbordar la especificidad del caso puntual o específico.
Tomando en cuenta estos antecedentes el retorno de Aguirre al Museo Municipal, doce años después de estos hechos, está forrado entonces de significancias especiales, más aún cuando la naturaleza de la obra reciente que ahora se exhibe comparte –en el fondo- las mismas inquietudes y motivaciones de aquel entonces. Exponer ahora en estas salas supone a fin de cuentas una labor institucional que comprende el accionar del campo artístico como un territorio eventualmente conflictivo y crítico, pero por sobre todo libre y necesario, una labor que no debe entenderse como una dádiva, licencia cómplice o suscripción ideológica, sino una responsabilidad comprometida con la pluralidad creativa y los horizontes abiertos de la cultura, un entendimiento del arte como herramienta de conocimiento y reflexión de todos los órdenes de nuestro entorno.
Lo que posiblemente se ha transformado en esta nueva aparición de Aguirre es tal vez la aproximación que ahora ensaya hacia su trabajo, especialmente en la obra más representativa de esta exposición, y a mi juicio una de las más importantes en la carrera del artista, dado los alcances de sus lecturas y lo sostenido del gesto implicado. Se trata de Un arte a diario, título con que denomina al ejercicio que por el lapso de 4 meses realizó durante su estadía en Alemania entre los años 2002 y 2003: cada día accedía al Internet para estar al tanto de las noticias del Ecuador, consultando las páginas electrónicas de la prensa local, de entre estas seleccionaba una, la cual imprimía e intervenía con dibujos en tinta o esfero.
El resultado fueron 120 piezas que devienen en una suerte de diario alternativo en el cual conviven al mismo tiempo la experiencia mediatizada de los hechos públicos y una reacción individual –una subjetividad autónoma- ante los mismos. Afincado en el tipo de lenguaje expresivo y sintaxis visual por el cual es conocida su obra el artista ensaya, de manera muy espontánea, lecturas personales sobre las imágenes, intervenciones que son suscitadas ya sea por palabras específicas o por la información particular que contiene cada impresión.
La obra –a pesar de resistir la literalidad de sentido en su gesto ilustrativo- destila un profeso acento político, por lo general de carácter satírico, claramente intencionado hacia una necesidad de abordar y entablar un diálogo con la actualidad, con la realidad de todos. Es profundamente decidor el hecho de que este trabajo se haya hecho conjugando el factor de la distancia que separa al Ecuador de Europa, una distancia que no resulta un elemento gratuito luego de la honda impronta que ha dejado en la consciencia colectiva del país el fenómeno migratorio: aquel diálogo con la realidad ecuatoriana –articulado al interior de los medios de información presentes en el espacio virtual- concentra una suerte de necesidad vital de contacto, por muy penoso y lamentable que sea, con el terruño natal. Aguirre está en cierto modo humanizando la noticia despersonalizada, anodina y ciertamente distante si nos imaginamos el contexto de su recepción transcontinental.
Destrucción creativa
Hace rato ya en el Ecuador la esfera de la vida política se torno en una permanente representación de sí misma, -siguiendo a Baudrillard- en un simulacro, en una reiteración de acciones y situaciones que han procreado sus propios clichés, sus propias esquemas teátricos, una serie de réplicas que han adquirido mayor legitimidad, valor y poder que sus referentes originales. Aguirre parte de una interpelación de esta hiperrealidad, su gesto desborda la comicidad de la interpretación humorística propia de las viñetas y caricaturas para intentar a cambio abrir otros surcos por donde la realidad supure, dando paso a formas –aunque igual irónicas- menos evidentes, apelando ciertamente a generar grosores semánticos multidimensionales. Para explorar estas posibilidades se incluye en este catálogo un análisis de esta serie a cargo del antropólogo Mauro Cerbino, el cual abrirá algunos interesantes caminos de interpretación.
La indisoluble relación entre los contenidos de la obra de Aguirre y la realidad del día a día se confirma en el génesis que tiene la misma en los medios de comunicación masiva, cuyos trillados repertorios visuales el artista reprocesa. El resultado son nuevos imaginarios, “imágenes secundarias” que contrastan las construcciones icónicas de la maquinaria político-publicitaria, los cuales se convierten casi siempre en fenómenos mediáticos dada la reiteración de estos modelos –sin beneficio de inventario- por los canales de información. Lo que nos presenta el artista es un conjunto de nuevos territorios, un microcosmos de oposiciones y de resistencias que sin embargo dependen de una estructura mayor. Si lo enfocamos así podríamos inclusive entretener la idea de un Aguirre iconoclasta.
Esto se hace evidente en el grupo de pinturas que se exponen, como la titulada Entre la desidia y la esperanza, un lienzo recubierto con un collage bastante uniforme y monocromo de caricaturas de prensa y que funciona como un telón de fondo, como un panorama histórico y cultural sobre el cual resalta una colorida figura con orejas de burro que en gesto clásico de tarima se dirige a nosotros. Se trata de una representación híbrida que encarna tanto mesianismos como populismos (la pose es ambigua, entre impartiendo una bendición y la aceptación de una ovación), un estereotipo ya calcificado del candidato, parte pastor evangélico, parte fogoso orador. En un diálogo con la tradición pictórica pudiésemos entender esta pieza dentro del género de la pintura histórica (aquí se declara la presencia tangible de un orden socio-histórico como macro estructura), pero una en que no se narran acontecimientos específicos, ya que su ética reside en su carácter atemporal, su posibilidad de proyectar su moraleja -que hurga en el tragicómico corsi e ricorsi del devenir del mundo- hacia un futuro incierto, aquello si le otorgamos algún sentido a las columnas de horóscopo que enmarcan la escena.
La evocación de los títulos en pinturas como A cuatro manos y La alianza de los Masapos sugerirá a su vez el carácter de sátira de las mismas, proyectado en una cómica representación literal de las palabras sobre personajes que entendemos como los que pululan tras bastidores el infortunio de la nación. En estas piezas se atisba un tipo de humor que no ha sido frecuente en el trabajo de Aguirre, aquí el artista toma el estereotipo y lo desfigura, exagerando facciones o asimilando a los personajes con formas de vida animal para ridiculizar. Esto, lejos de alivianar los temas, los vuelve tal vez más incisivos que en otras instancias de su quehacer, donde el gesto agresivo y una expresión más virulenta marcaban el ritmo.
Rodolfo Kronfle Chambers
Guayaquil, 24 de febrero del 2007
SUB_RAYANDO NOTICIAS: UN ARTE A DIARIO DE MARCELO AGUIRRE
Por Mauro Cerbino
Si la Prensa se hubiese propuesto que el lector haga suyas las informaciones como parte de su propia experiencia, no conseguiría su objetivo. Pero su intención es la inversa y desde luego la consigue. Consiste en impermeabilizar los acontecimientos frente al ámbito en que pudiera hallarse la experiencia del lector. Los principios fundamentales de la información periodística (curiosidad, brevedad, fácil comprensión y sobre todo desconexión de las noticias entre sí) contribuyen al éxito igual que la compaginación y una cierta conducta lingüística. (Karl Kraus no se cansaba de hacer constar lo mucho que el hábito lingüístico de los periódicos paraliza la capacidad imaginativa de sus lectores)
W. Benjamin, Iluminaciones II, Taurus, España, 1972.
El ambiente de una Berlín fría y gris, el volver a la lectura de Dostoyevsky - escritor que de modo magistral supo narrar la complejidad de la “vida normal” – la añoranza del país lejano, son algunos de los ingredientes propicios que desencadenan el deseo de Marcelo Aguirre de apropiarse de las páginas de un diario (El Comercio) y volverlas piezas de arte. Durante cuatro meses, todos los días, baja de Internet una noticia contenida en las más diversas secciones del diario, desde política hasta recetas de cocina, de todos modos da lo mismo – para Aguirre, que lo que quiere hacer es mostrar cuan paradójica puede ser la realidad y la información que a ella se relaciona –. Para darse el trabajo no de “ilustrar” los contenidos de la información sino de transformarlos volviéndolos otros, desplazándolos hacia lugares en los que no cabe ningún pretendido entendimiento ni claridad, no hay diferencia entre una nota sobre la última polémica suscitada por la acción de gobierno y las letras de una canción que también el diario publica. Aún más cuando no es ciertamente la coherencia lo que caracteriza la “especial” lectura del diario que hace Aguirre (¿y existirá tal coherencia en un “normal” lector?). Su atención es dispersa, se concentra en una palabra o en un fragmento de ella, o aún en la asociación libre de palabras que le resuenan adquiriendo la forma de una evocación o provocación que él conecta con otras porciones de realidad y significantes. De este modo construye un “texto” riquísimo que muestra su propia hechura y se proyecta como algo que se dota de una estructura con la que Aguirre nos invita a una reflexión. De una traducción fecunda (de las que mientras más traicionan el supuesto texto originario, mucho mejor) es de lo que se puede hablar en relación a la obra contenida en las páginas de este libro. Traducción mutante. Y Aguirre nos propone realizar una lectura productiva de la información generando sentidos en torno a ella basados en “saltos mortales” lingüísticos y visuales, haciéndose atraer por el vértigo de las relaciones absurdas y sin embargo llenas de significantes y temas que en la superficie aparecen inconexos. Nos encontramos entonces con la invitación a un carpe Aguirre, un “agarra Aguirre”, o un dejarse agarrar por él, en una operación de fuerte intensidad emocional y conceptual, para la cual es necesario liberar nuestra mente de los lastres a los que muchos años de información nos ha obligado, de ver el mundo como una narración lineal en la que los acontecimientos tienen un comienzo y un fin y luego borrón y cuenta nueva. Las 120 obras que presentamos nos dicen de la imposibilidad de dar sentido de modo seguro y duradero a la información. Y también nos ofrecen la posibilidad de volver a pensar sobre nuestros protocolos de lectura de la información, cuáles son los recorridos, las claves, las asociaciones, cuál el deseo de ir más allá de lo que aparece como un modo muchas veces cosificado y congelado de narrar la información. El gesto de Aguirre que crea constantemente series, concatenaciones que desplazan la “certeza” del sentido, hace surgir una y otra vez una pregunta fundamental: ¿saben los medios qué hacen sus audiencias con lo que escriben? ¿se han puesto a reflexionar sobre los usos que desarrollan los ciudadanos de la información que ponen a circular? La lectura que hace Aguirre nos muestra desde adentro cuales pueden ser estos usos; lo hace de modo especial dada su mirada artística (mejor sería decir sub-especie), y no obstante ello, ese modo, no es más que uno entre muchos posibles, para los cuales no es necesario ser “un artista”. Entonces, la intervención y apropiación de Aguirre de la información generada por el diario es un rico ejemplo de las muchas construcciones de sentido – y con ellas de las muchas realidades - que podemos elaborar cuando leemos un diario, porque ellas dependen de cómo se vayan entrelazando y tejiendo con nuestra particular experiencia de vida. No obstante los medios, como nos recuerda Benjamin, tienden a presentar el conjunto de la información como inconexa, como si cada porción de información fuera una isla separada del resto de las realidades narradas, los lectores vuelven a construir las conexiones que son necesarias para que la información tenga un sentido de realidad.
Aunque en un inicio Aguirre parece no estar interesado en seleccionar la información, rápidamente se da cuenta de que hay ámbitos informativos o simplemente términos o “iconos” repetitivos y abusados que atraen más que otros su atención, su sensibilidad. De ahí la preferencia para el fenómeno del coyoterismo, (del cual surge además la obra de la jauría), la estética de las pandillas, la “comuna trece” en Medellín y la lucha por el poder, lo descarnado y lo crudo, los escenarios al límite en los que pelados de 13 y 14 años se vinculan a la violencia bajo la sombra de los adultos. Estas informaciones le suscitan una reflexión sobre las condiciones de vida de los hombres en contextos de esa naturaleza. Plasma su reflexión no en una denuncia, ni en las imágenes que muestran historias de héroes, como a menudo sucede con las narraciones mediáticas que reiteradas y homogéneas terminan por producir indiferencia en el público. Al contrario el gesto de Aguirre es casi obsesivo, raya el papel - miles de trazos que crean surcos, dejando huellas, en las hojas impresas de la información - para mostrar la violencia en su cotidianidad más allá de lo superficial con la que es retratada por los medios. Las imágenes, sobretodo rostros, que afloran por un contraste que parece producirse por una composición hecha de capas, una encima de la otra, intentan restituir ciertos momentos de vacío que configuran una atmósfera con la que se humaniza a la violencia, se reafirma que detrás de ella hay hombres y mujeres que la padecen y la protagonizan, apartándose de este modo de la “simple” ficción espectacular. Los dibujos de Aguirre logran aquí desespectaculizar a la violencia urbana porque la mirada que generan se llena de horror y náusea, no es una mirada de anonadamiento o estupor, sino de sentida compasión. No hay coqueteo con la violencia, hay un gesto ético del sufrimiento: el que siente el otro es en potencia el mío y ahí reside lo humano.
Otro tema que no podía no atraer la atención de Aguirre (cuenta que solo los anuncios mortuorios no lo hicieron) es lo económico, en particular cuando se vuelve (que es la mayoría de las veces) un tema inentendible, un conjunto de cuestiones aptas solo para un público entendido en la materia, los famosos técnicos. Y sin embargo Aguirre se apropia de las palabras que componen el llamado “encaje bancario”: se trata de aquel acabado textil que se borda o se teje como aplique para las prendas de vestir, que en este caso da paso a la nueva colección de otoño 2003. Los escuálidos cuerpos de pasarela visten de encajes que los enrollan pobremente, o terriblemente si miramos de cerca ya que estos aparecen en verdad como serpientes a punto de estrangular a su presa. Frente a la opacidad (sostenida claramente de modo voluntario) de una noción como la de encaje bancario, Aguirre toma el camino de volverla ridícula utilizando una alegoría (y una hipérbole) que al menos logra el objetivo de sacarnos una risa y que al mismo tiempo nos propone el desafío de reapropiarnos de contenidos que a pesar de estar marcados por tecnicismos – o precisamente por esto – afectan de todos modos nuestra vida cotidiana. La traducción “surrealista” que hace Aguirre de uno de las operaciones más importantes de la banca, transforma un tema aparentemente incomprensible en una reflexión que nos invita a pensar sobre el modo de funcionamiento de la banca. Este, a menudo, configura una peculiar “propuesta de moda”, que se presenta sin colores ni forma, y con una clara tendencia a escenificar un drama como lo ocurrido con el feriado bancario y el congelamiento de las cuentas.
Los acontecimientos bancarios no son las únicas creaciones sastreriles que registra la mirada de Aguirre. Hay otros encajes de-sastre: la quema del Congreso, que un primer momento suscita en él algo de preocupación dando paso sin embargo y rápidamente a una relativa alegría por la oportunidad de que el fuego (representado en forma humana) acabe con los demonios que en el Congreso habitan y con “la limpia” general de su instalaciones. O la afirmación gutierrista de que Ecuador es el mejor aliado de EEUU en la que la risa que produce su evidente ridiculez se mezcla con la rabia por la actitud indigna, según las palabras de Aguirre: “de un presidente esbirro que se congracia y vende a los EEUU sin que pueda tener una posición propia y soberana”.
Las claves de lecturas de la obra de Aguirre remiten todas a algunos elementos recurrentes: la utilización de figuras como son la alegoría, la metáfora y la paradoja. Si las traducimos a un lenguaje menos semiótico, las llamamos con-fusiones, exageraciones, burlas, cortes y recortes, reemplazos, ambigüedades, contrastes y muchas más. Todas plasman transformaciones de palabras e imágenes utilizadas diariamente en la información periodística. El resultado es una desestabilización del sentido, un des-encaje semántico. Así, alguien con la boca abierta se transforma en un gran basurero por el cual entra la basura informativa. Una persona que corre, talvez un ladrón con su maletín apenas robado y que recibe disparos a la vuelta de la esquina se transforma en una historieta simplemente por su “puro” movimiento. Los tanques de almacenamiento de petróleo se transforman en la piscina de un magnate. Los terroristas visten pieles de chancho. La Base de Manta se vuelve un cuadrado hermético, un bunker. Los futbolistas se transforman en boxeadores que se abrazan. La lluvia de cenizas sale como una ducha por tubos metálicos (¿se trata de una contaminación de todo tipo incluida la informativa?) Y las personas que andan por la calle con las máscaras anti-ceniza se transforman en seres malandros.
Aguirre se sienta en el primer café Internet que encuentra más o menos desocupado en el centro de Berlín. Después de intentar, infructuosamente, ponerse al día en sus emails contestando todos los mensajes pendientes, decide una vez más recorrer páginas de periódicos ecuatorianos para saber qué está pasando allá en el país que dejó. Es como si ese recorrido por la actualidad noticiosa nacional le permitiese entender una vez más por qué el tedio de responder a sus e-mails sobre trámites pendientes, papeleos de documentos, cuentas por pagar, tiene una estrecha relación con el devenir político, social y cultural tal como lo edifican pieza por pieza los medios de comunicación. Recorre los periódicos uno a uno, desde las secciones principales hasta los avisos. Se detiene por momentos, cuando se siente interpelado por algún titular o por alguna imagen. La administración de las noticias parece ser tan seria y absurda como cualquier burocracia, y una vez más parece que la actualidad es completamente caduca, inactual, repetitiva. Estas navegaciones a ratos le divierten, aunque no siempre demasiado, se vuelven un gesto constante, insistente, como lo fue quizás en algún momento el bocetear sobre un cuaderno. La información y la preocupación por ella se transforman en un formidable material de trabajo plástico. Aquí lo tenemos.