El Salón de Octubre 2004.
Rodolfo Kronfle Chambers 12-10-04
La encarnación actual de este certamen, pese a la inclusión de algunas obras flojas, luce mejor que su edición del año pasado. Se puede visitar en la Casa de la Cultura hasta fin de mes.
Como ya es costumbre lograron sortear la puerta de ingreso varias obras que plantean niveles metafóricos demasiado básicos como para llegar a estimular al espectador ávido de sofisticaciones. En términos generales predomina un tipo de pintura que apela a su potencial de reflexión y crítica, preñada de contenidos y mensajes muy por encima de una visión en extremo limitada de sus posibilidades que la circunscriben a un “juego de matices” o a “la búsqueda de las emociones”, según se enuncia con sentida inclinación poética en el catálogo.
Entre lo más notable del Salón se encuentra la colaboración de Aarón Ortega, Karen Nogales, Karina Nogales, Juan Pablo Toral y Aurora Zanabria, y las obras de Billy Soto y de Ilich Castillo, que minan muy sugerentemente los presupuestos del canon moderno, las convenciones del estatus quo, la superficialidad de las expectativas culturales del gran público, los requisitos que impone el Salón y hasta el fundamentalismo del mercado. Bien Marco Alvarado y su trabajo que se activa en el potencial crítico de la pintura contra la insolente realidad que nos rodea, una obra libre de indiferencias y complacencias. Lúcida obra la de Fernando Falconí en la que aplica prácticas de intervención sobre sistemas de signos existentes para resignificarlos, logrando el inquietante extrañamiento que produce el reconocer su desplazamiento para desde ahí acercarnos a distintas interpretaciones. Interesantes además los “sellos postales” de Félix Rodríguez que proponen un juego conceptual que evidencie la continua erosión del verdadero sentido de las fechas patrias; Relatos de otros nueves de octubre conmemora la experiencia personal de gente común nacida en dicha fecha, cuyos onomásticos se imponen en su importancia particular a la relación cívica con la efemérides.
No pudiendo lograr en lo personal una justificación de los premios y las menciones otorgados vale la pena aquí reflexionar acerca del supuesto efecto de validación que acompaña el ganar cualquier salón de arte. Con un par de ejemplos ilustro lo arbitrario que parece ser este asunto: la obra ganadora del presente Salón de Octubre no fue ni siquiera admitida al Salón de Julio de este mismo año, mientras que la obra ganadora del Salón de Julio del 2001 fue rechazada del Salón de Octubre del año 2000. Estos aparentes sinsentidos son más comunes de lo que pensamos, y si nos ponemos a investigar a través de los años encontraríamos similares instancias de estas ocurrencias.
Esto quiere decir que los frutos de un salón varían significativamente de acuerdo a quienes estén detrás de las convocatorias, selecciones y premiaciones. ¿Cómo entonces se puede otorgar algo más de significado a estos resultados? El asunto es muy complejo y digno de debatirse en un foro diseñado para el efecto. Por lo menos reitero dos sugerencias para lograr algo de coherencia: la primera es que el jurado de admisión sea el mismo que el de premiación, cuyo resultado –si algo de lógica se pudiese aplicar a estos menesteres- sería que lo galardonado tenga relación con una mínima cohesión interna que se desprenda de la obra seleccionada. La segunda sería el requisito de que los jurados articulen, en el acta de premiación, por lo menos un escueto detalle acerca de los criterios aplicados para escoger a los ganadores, y no de una manera abstracta y generalizada, sino refiriéndose puntualmente a los méritos de tal o cual obra, o por lo menos señalando algún atisbo de las lecturas que hicieron de las mismas. De esta forma, aunque no estemos de acuerdo, el jurado fundamenta con algo de argumentos concretos su decisión y ante estos el público puede discrepar o no, lo cual es mejor que asumir un resultado que se puede intuir como caprichoso y determinado por un etéreo gusto personal.
En realidad no existe un jurado libre de inclinaciones, cada quien está determinado por su tipo de formación, por el trabajo desplegado en su carrera y por las creencias que se deriven de aquello; es por esto que al escoger a los miembros de un jurado ya se está condicionando en cierta forma el desenlace de un Salón. Muy pocos artistas que actúan como jurado tienen la capacidad de desprendimiento hacia su propio quehacer como para poder juzgar a quienes trabajen a partir de otras concepciones o nociones del arte; lo que pasa muchas veces es que un artista premia otra obra que valida su propia producción, sin reparo de analizar si existe una verdadera pertinencia o una imprescindible calidad en dicho premio. Y así puedo yo especular que el jurado cubano Eduardo Roca -que en declaraciones de prensa instó a los artistas a seguir el “ejemplo” de Guayasamín- habrá encontrado en la obra ganadora de Ricardo Montesinos una pieza que se acople a su idea de lo que debe ser el arte ecuatoriano. De igual forma la mención otorgada a Lenín Muñoz se puede referenciar –sin considerar las deficiencias de factura que acusa- a un manejo de elementos formales que fue consolidado por la generación de artistas a la que pertenece el maestro Jorge Swett (otro de los jurados), quienes desarrollaron imaginarios pictóricos de sobrados méritos hace muchos años, pero cuya representatividad dentro del panorama de las prácticas artísticas de hoy en día no resulta ser la misma de antes.
La falta de espacios y oportunidades hacen que los salones de arte sean de extrema necesidad e importancia, y es en torno a ellos que se concentran las discusiones que intentan dilucidar el estado de nuestras artes visuales y el curso o dirección que las mismas están tomando. El inmovilismo es el peor enemigo de estos certámenes que se deben de revisar constantemente para ajustarse a los estándares de profesionalización y a las exigencias que los tiempos demanden.
Pie de Foto: Trabajo en conjunto de Ortega, Nogales, Toral y Zambrano cuyo título Mínimas alude a las especificaciones de tamaño que se imponen en las bases del concurso. La obra opera desde la inocencia primera que se desprende de la imagen plácida y estereotipada hasta la constatación de la “explosiva” broma que subvierte las agendas conservadoras de la pintura decorativa y comercialmente viable en el medio, mofándose del público burgués y sus aspiraciones.
Pie de Foto: Obra de Billy Soto que mediante su título –Abstracto Bonito- impregna con humor las arbitrariedades aparentes de algunas vertientes del paradigma moderno. Es interesante notar como en esta y otras obras del Salón subyacen diversos comentarios que tienden a intentar ampliar y cuestionar las nociones generalizadas que se tiene de la pintura en el país.
Pie de Foto: En sutiles tonos de “blanco sobre blanco” la pintura de Fernando Falconí plantea varias lecturas en este trabajo titulado Prácticas Suprematistas. Se superponen lúdicamente apropiaciones de la imagen comercial de marcas de sal y de azúcar, juego de opuestos cuya dimensión política denuncia prácticas de trabajo infantil en el agro.
Pie de Foto: Pieza de Ilich Castillo titulada Conductas en la Pinacoteca 2 (Tendencias Abstractas). El trabajo en cierta forma cuestiona la autoridad de la pintura como medio hegemónico en el Salón. La restricción de las bases del concurso es “burlada” de manera estratégica al presentar este proyecto de instalación, sobrepuesto a frívolas manchas cuyo efecto estético le permite mimetizarse con el resto de obras; para aquello se utilizó los tonos pasteles que ahora engalanan el exterior de la Casa de la Cultura.
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