MANIFIESTO CONTRA EL MECENAZGO DEL ESTADO
x. andrade
* publicado en Anaconda 9: 34-39. junio de 2007.
Una revisión sobre el arte contemporáneo vislumbra una tensión básica: las iniciativas privadas catalizan las actividades críticas mientras el Estado defiende los territorios que le resultan menos escabrosos. Mientras el primero atestigua el auge de colectivos y entidades apócrifas que luchan por financiar sus proyectos, muchas veces al margen del mercado pero otras tantas con el apoyo de empresas e instituciones privadas, el Estado en Ecuador invierte a través de entidades autónomas o de otra índole mediante prácticas clientelares, gustos decorativos y estrategias populistas.
INTRODUCIBLE
Un párrafo del “manifiesto introducible” de la Fundación Adopte a un Escritor sirve para mi propósito inicial:
“la Fundación […] se inspira en la constatación de hechos a primera vista inverosímiles como que algunos gringos se dediquen a adoptar pedazos de autopista. si existe ese espíritu solidario hacia unos centenares de metros de concreto cómo no van a haber almas comprometidas con el desarrollo espiritual de un Escritor, con la ventaja afectiva de que yo soy mucho más simpático e interactivo que unos cuantos metros de cemento aplanados por el que nada más pasan coches a
Ironías de por medio, el arte contempóraneo ha sometido bajo su mirada a los propios mecanismos del financiamiento del Estado en materia cultural. La preocupación por las conexiones entre instituciones y política, por la corporativización de la gestión cultural, y por sus efectos sobre una esfera pública excluyente que alienta al establecimiento de ciudadanías de primera y de segunda clases (el caso quiteño es un ejemplo craso), ha dado lugar a iniciativas tendientes a preservar el espíritu crítico. Dos movimientos concurren: el establecimiento de colectivos independientes, sociedades que pueden tener una fachada comercial pero también ser irónicamente fantasmales, por un lado, y, por otro, la colisión entre intenciones artísticas e intereses empresariales. El abanico que abren estos dos polos constituye el paisaje de poder en donde ciertas formas de arte se inscriben para continuar llevando a cabo su heterogénea agenda.
A falta de una perspectiva estatal para afectar cualitativamente a la oferta cultural, han sido precisamente las privadas los motores de la transformación de escenas enteras como el caso de Teor/ética y su notable función catalizadora en el paisaje centroamericano. Hágase un recorrido caso por caso en Latinoamérica y encontraremos patrones comunes. En el caso ecuatoriano, han sido dos instituciones sobrevivientes las que han brindado cabida a las iniciativas más arriesgadas en lo que a artes visuales se refiere: dpm en Guayaquil y El Conteiner en Quito. Por su parte, el Estado en su conjunto es una sumatoria de salones de té a los cuales uno es invitado por la magia del secretismo institucionalizado. Y cuando la gestión cultural estatal ha tenido el impulso para cambiar, han habido despidos masivos de los funcionarios más probos y boicot interno a los principales proyectos en marcha, como el ejemplo del MAAC tristemente lo certifica.
TE
El Estado sirve la mesa no engalanado como un Ogro Filantrópico, siendo esta imagen simplista la que está frecuentemente en boca de autoridades y artistas, los unos para gozar del codeo entre las elites si de gozar de capital simbólico y aparecer en las páginas de sociales se trata, y, los otros, con su máscara de víctima para disfrazar su mediocridad con los pliegues de la “resistencia”. Asume ora la forma de Damita de Sociedad ora la de Caballero de la Vieja Guardia. Encopetada o pelucón-wanna-be en sus aposentos, generalmente diseñados con gusto decorativo o revolucionario, no discuten sobre una agenda para afectar cualitativamente el quehacer cultural a largo plazo. Encubiertos por un estatus de “autonomía” que les ha brindado la ley, no dan cuentas a la sociedad de sus gastos. Así, por ejemplo, se justifica internamente la adquisición de bienes de dudoso valor patrimonial pero que sirven efectivamente para mantener amistades o salvar a los bancos pagando con sobreprecio la basura compuesta por las colecciones que inflaran el valor comercial de la pintura en los ochentas. Cambia la Damita de Sociedad o el Caballero de la Vieja Guardia y cambian los caprichos del Estado, mientras su cuerpo se mantiene incólume.
La fachada pública es de que Todas las Instituciones, Todas, promueven Cultura para Todos, aunque el slogan que acompaña a sus actividades y programas no sea necesariamente el mismo. El único problema es que el resultado es una colcha de pedazos y retazos. Un festival de teatro aquí, un tallercito literario acá, dos cadáveres de armadillo acribillados al tono del Comandante Ché Guevara, la exhibición de los cuadritos de la esposa del vicepresidente tal, el reciclaje de la obra de los pintores modernistas, el lanzamiento de la última marca de atún, el desfile de modas de la diseñadora cual. Este tipo de “agenda” es facilitada por la ausencia de mecanismos de contabilidad social y por la ausencia de historias institucionales.
Ya no estamos en los ochentas, cuando algunas entidades fomentaron políticas paternalistas y auténticos mecenazgos a través de ampliamente concebidas generosidades que, aunque sirvieron en el mejor de los casos para crear o consolidar ciertas escenas, también forjaron un sentimiento de dádiva que no coadyuvó al establecimiento de un sentido de competencia y profesionalización entre los practicantes. Sin mecanismos claros para estimular la producción de propuestas artísticas, bajo los caprichos con los cuales se manejan en la organización de salones y bienales haciéndolas susceptibles de arbitrariedades, mediante la elaboración de listas negras de intelectuales críticos, y a través de la persecución a funcionarios honestos, en este saloncito es claro que se queman también otras hierbas. Especies que sirven para anestesiar a quienes habiendo trabajado dentro del Estado deben también guardar cautelosamente sus secretos públicos.
ENTRAñAS
Pero el Estado no es solamente el Ogro Filantrópico. Es un conjunto de instituciones y de funcionarios, de tensiones y contradicciones, de discursos y de prácticas. Todo ello configura un elaborado sistema de encuentros, desencuentros y traducciones. Mientras la improvisación de una agenda mande, siempre hay cabida para una actividad sobresaliente pero un Capelán no hace verano a pesar de que las páginas de los periódicos quieran indicarnos lo contrario. Como si las relaciones públicas fueran sinónimas de educación o difusión artísticas. Esta traducción que hacen los medios sobre el arte como espectáculo y farándula es vergonzante, digna de la insoportable levedad de la información que caracteriza toda noticia sobre “cultura” ahora rebautizada como “vida y estilo”.
Si la antropología construye sus prácticas de representación bajo un sistema de traducciones entre voces políticamente situadas, así también procede la gestión cultural del Estado con su universo de reglas no escritas. La ambiguedad de ello permite, sin embargo, que funcionarios bien informados, con experiencia y que saben arriesgarse, opten por auspiciar un proyecto dado y defender la libertad de expresión consagrada en teoría a la mirada del arte. Hay formas de dorar la píldora, y de navegar en los a veces surrealistas caminos de una burocracia compuesta por traductores, intérpretes y hábiles conductores. Por cada burócrata ignorante uno encuentra en el camino a diez funcionarios sintonizados. Inversamente, por cada institución que lleva adelante un trabajo loable (el proyecto del Nuevo Museo Nacional en Quito, el Museo Municipal en Guayaquil), existen cien plagadas del “eventismo”. El problema emerge cuando entelequias llamadas “Secretarías Culturales” o sus equivalentes definen donde se ponen los recursos, mientras sus portavoces sostienen cándidamente que “la cultura es entretenimiento” ante el aplauso acrítico de la prensa. Gracias a la estructura jerárquica de las instituciones, ellos son los que tienen la última palabra. El Estado es su cuerpo, su misión: cuidar de cualquier contaminación crítica. No al café en la tacita del té, darling, please...
La historia del Estado-como-Mecenas enseña que el paternalismo no funciona. Si lo hiciera tendríamos una escena de las artes diversa y heteróglota, que activamente abogara por disrrumpir una esfera pública estandarizada. Ese espacio ha sido laboriosamente peleado por iniciativas privadas, generalmente de gente que invierte los remanentes de sus empresas en arte. Asimismo, la democracia participativa --la encarnación coyuntural de la abogacía artística en los tiempos del cólera bolivariano-- es pura paja a pesar de foros y forómanos. Con un concepto de “cultura” que se ha convertido en un cajón de sastre al punto de cobijar a instituciones que alientan directamente el odio regionalista o que despliegan prácticas populistas destinadas a crear la ilusión de comunidades imaginadas mientras lo que hacen sistemáticamente es mantenerlas ignorantes, el mecenazgo del Estado continuará yendo a la larga peligrosamente cercano al despilfarro.
Palacios de cristal, urnas de cristal, en fin, cultura…