Allí donde no se ha dicho… donde nunca se estuvo.
Por Lupe Álvarez
“La mitad del camino no es otra cosa que desandar lo andado”
Henry David Thoreau
Buscar claves en la poética de Ilich Castillo nos lleva indistintamente de la pintura –o de la dimensión cultural de lo pictórico -, como plataforma productora de representaciones del mundo, al modo en el que las tecnologías de la visión, con sus operatorias y herramientas, interpelan los sentidos estáticos cifrados en aquellas imágenes que instituyen lecturas conclusivas de realidades reticentes a cualquier sustancialismo.
A Castillo le motivan los potenciales de resistencia implícitos en fenómenos que según cierta ética cinematográfica serían despreciados o considerados erráticos; pondera una estética de baja resolución, y gusta de facturas que potencian aquellos efectos pendientes del manejo “impreciso” – o no estrictamente regulado- del equipo técnico.
Su propuesta aplicaría dentro del importante segmento de prácticas simbólicas que cuestionan relatos donde toman cuerpo significados naturalizados de lo distintivo o propio. En la intersección de estos dos vectores se ubican algunos de sus Glitches. Se trata de piezas definidas por este “recurso” ya sea creado, inducido en la intervención de un material cinematográfico preexistente -en algunos casos hallado- o producido por el desgaste o los efectos de una realización precaria.
Esa característica no prevista que aparece en el glitch, su modo de interferir la forma consumada y delimitada actúa en la mayoría de los videos aglutinados bajo este signo, como un contrapeso a relatos cerrados, su presencia pervierte la imagen grabada, la triza y la disloca destruyendo con sus modos particulares de aparecer, su transcurrir coherente y su lógica expositiva.
Los Glitches dan cuenta de esta atracción por el margen de error, la inexactitud; eso que él llama “dejo precariacionista” que, en este caso, condensa la dotación de sentido. Algunos de ellos se enfrascan en marcar distancia con estereotipos de representación de la ecuatorianidad. Glitch Ecuador se basa en un documental anónimo hallado por el artista (found footage), un material que se identifica como archivo de videos educativos. En su afán didáctico, la noción de país que presenta condensa los repertorios clisés de la identidad nacional. Castillo lo desmantela y reestructura distinguiendo cuatro partes que ejemplifican movimientos convencionales de la cámara construyendo una representación “objetiva”. En operación duchampiana se lo apropia ubicándolo en un escenario (el del arte) donde el glitch natural del material fílmico, producido por la precaria realización y el desgaste, descodifica solito, pervierte y deforma la imagen santiguada de país. Los repertorios al uso asoman desambientados, dependientes de una estructura donde la tecnología de la visión arbitra la imagen; interceptados por los códigos abstractos del bug aparecen en largos y clásicos planos paisajes agrestes que acusan la idea de un territorio geográficamente privilegiado, ciudades donde la tradición se advierte y sirve de marco a una cotidianidad tranquila de sonrientes pobladores, un marco aproblemático y autotrizado que celebra su identidad “preafirmada y esencial”.
En esta veta de cuestionar narraciones nativas y sus cuerpos imaginarios se encuentra también el glitch El ave nacional con dibujo, donde esta vez el metraje hallado dialoga con una lección de dibujo escrita por Osvaldo Viteri, uno de los grandes maestros del modernismo nacional. Las conjunciones y disyunciones entre estos textos, donde cada uno amasa sustancia con códigos específicos de su dominio expresivo, promueven un espacio para la ambigüedad y la incógnita acerca de la naturaleza y posibilidad de relaciones que allí se presentan.
Castillo indaga aquí en las fricciones que producen textos de naturaleza diversa ( el visual cerrado en la representación, el que tiene su fundamento en la palabra) destacando mediante estos roces el tono enfático y el matiz emblemático que a ambos alimenta. En estas piezas no sólo late el interés de mostrar cómo se construyen y procrean en determinados protocolos de representación, imaginarios de larga data, articulaciones que han encarnado en nuestros modos de percibir afectivamente el entorno, sino que se magnifica el efecto de enfrentamiento – visible- entre dos códigos antológicamente antagonistas de la representación plástica: la abstracción geométrica (efecto del bug) y esa “figuración” en extremo acotada que el film conlleva.
Creo que cuando referimos la obra de Ilich Castillo no es una trivialidad hablar de su inclinación a concebir la cámara como un actor que media desde su propio ímpetu la articulación ( representación temporizada) de la mirada. Por otro lado el plano largo adquiere especial relevancia tratado desde su particular concepto de “duración ética” :
“…, existen ciertas "duraciones hechas” en el cine contemplativo en general, si bien a mi me interesan los planos largos concibo que el sentido de estos reside en algo así como duraciones éticas, con una modalidad de tiempo específico que varía según el video; así la resistencia del plano no debe proporcionarse en una duración retórica de las poéticas contemplativas, sino en y hacia lo que éste como ente comprensivo del desgaste físico que toma su tiempo en ser asimilado, configura una idea fija en la mente o en la experiencia de cada uno de los espectadores…”
El azar campeando en ese delirio de exploración dentro del universo inabarcable de los navegadores, es en su obra otro ingrediente que, conjuntamente con su vocación de cazador de datos en los que se husmean procesos semióticos del espacio social, le permite plantear relaciones perturbadoras entre espacios, textos, acontecimientos y sujetos que requieren del espectador una actitud atenta y paciente. Esta es quizás la parte más aguda de su propuesta: proponer el tipo de experiencia que demanda un estado de alerta y disponibilidad especiales; una práctica que reclama el repliegue de las significaciones inmediatas para resaltar la energía simbólica de sutiles retóricas intertextuales.
Presuntas dimensiones antropológicas del material encontrado nos reenvían a una vocación que Castillo atrapa del gran geógrafo trascendentalista Henry David Thoreau, un degustador de las intríngulis de la errancia; el acto de remirar, de colocarse en un espacio aparentemente agotado para la sorpresa; un espacio que entonces, puede reinventarse.
Otras propuestas trabajadas con el glitch postulan un distanciamiento subversivo hacia obras estimadas desde lecturas alegóricas que enmarcan políticas de representación, afinadas por circunstancias o proyectos sociales contingentes.
Qué tan lejos está el triunfo de la voluntad plantea la connivencia entre dos films marcados por sus arraigos políticos y unidos en ardid retórico por un título sorprendentemente complementario. Por un lado el laureado film de la realizadora ecuatoriana Tania Hermida, emblema de un Ecuador positivo imaginado tangencialmente a los conflictos simbólicos que entre otras cuestiones de peso, moderan los imaginarios de nación y las ideas plausibles de construcción de un proyecto país en el Ecuador de la Revolución Ciudadana. Por otro, el antológico film propagandístico “El triunfo de la voluntad” de Leni Riefenstahl, emblemático del compromiso entre el arte y el status quo. Los códigos de fuente de los créditos de esta película han sido añadidos a los créditos de la primera.
Hay algo inquietante en el acento que se otorga a dichos créditos, señales de autoría que resumen el desde donde se habla. También resulta chocante el roce entre el carácter clausurado de la letra y el peso de la duración en el transcurrir de la imagen, indudable fijación en el sentido y sinsentido a la vez, de aquello que se produce cuando dos lenguajes diferentes se cruzan.
En estos glitch se subraya la sustitución del film por aquello que él mismo condensa, por lo que no se explicita más allá del nombre. El film (la historia) realiza un traspaso que la invalida como aquello dicho ya, y abre la brecha por lo que queda, por aquello que se decodifica por el glitch abriéndose en toda su dimensión temporal y trizada. Se trata de la apertura al territorio de lo abierto, lo no clausurado por la depuración del sentido. Es como si ambas obras retrocedieran para asumir su nueva realidad imbricada y estresante.
La clausura del sentido es forzada de nuevo en el video Foreign Last Names. Otra vez los créditos son trozados por efecto del glitch que en este caso delata furtivamente la infamia.
Esta obra se apropia de un clásico de la historia del cine “Al este del paraíso” del legendario director Elia Kazan, cuya gloria e integridad moral fue empañada por la delación de sus antiguos compañeros del partido comunista en época del Mccarthismo.
Es obvio que la abundante referencialidad que acusan estas piezas reclama a ese espectador emancipado que en condiciones de igualdad puede trazar su propio camino abrazando la sugerencia que el procedimiento intertextual solicita. Sin embargo, Castillo apunta siempre con recursos como la música, o apelando a la secuela de la reiteración, a una expectación que mantiene en vilo las preguntas sobre el por qué de aquello que ahí se junta, o de lo que aparece sin el sustento de una lógica lineal o de una narrativa fundada en el relato cerrado. Hay siempre un sentido no previsto que avanza interceptando la lógica expositiva.
El glitch como efecto, en todo caso, conspira contra la autoridad de un texto, arremete sobre la verticalidad de la escritura, puede moverla y dejar que su estaticidad y enunciado hermético sea intervenido y contaminado con ese fallo que radica en el contexto de su acción.
Es única en nuestro medio, o por lo menos especial la obra de Ilich Castillo en el contexto de nuestras artes visuales, posicionada en detrimento de la anécdota tan cara a nuestras poéticas contenidistas, apostando un vuelco en nuestros modo de experiencia con la imagen ( arduo propósito)…, “siempre en captura (de)… momentos de sinapsis que se deben por entero” …, a tensiones inducidas…”por la querencia de aumento (siempre) de la capacidad de obrar”.