TEXTO CATÁLOGO “MAR DE DOBLE
FILO” / AURORA ZANABRIA
Artes
de Pesca
Por Rodolfo Kronfle Chambers
Una imagen nos habla tanto de sí
misma como de quién somos nosotros cuando la enfrentamos: ¿cómo la interpreto?
¿cómo me relaciono con lo que representa? ¿qué me vincula a ella? ¿qué me
distancia? ¿qué me dice de su tiempo?
¿qué me dice del mío?
El primer
vistazo que eché a este puñado de fotografías de Aurora Zanabria estaba
atravesado por un tipo de reconocimiento que tal vez todo ecuatoriano detecte
automáticamente, y que no pocos podrían vincular en clave personal. El
escenario es claramente el de un puerto pesquero de nuestra costa,
particularmente el de Santa Rosa en la Península de Santa Elena. Lo noté
distinto, cuando era pequeño y viajábamos a la playa mi padre hacía una parada
en el lugar para comprar pescado. Esta escala era prácticamente de rigor y yo seguía
de cerca el trámite: luego de la revisión de las agallas para constatar si el
pez era fresco se pactaba el precio, después venía su descamación y fileteo en
el interior de unas precarias instalaciones con mesones de cemento visto, y pisos
y paredes encharcadas de agua y sangre. Todo esto mientras una nube de moscas
que no daban tregua lo envolvía todo…al igual que el olor, que nuestro carro
arrastraba como sombra días después de la visita. Al menos así lo recuerdo.
Pero lo más
llamativo era algo que aún me cautiva observar a todo lo largo y ancho del
litoral, incluidas las zonas urbanas; tiene que ver con aquello que Bourdieu
llamaba “hexis corporal”. El término se refiere a la forma de llevar el cuerpo -de
moverse, de andar, de gesticular- o las maneras de ponerlo en reposo o
exhibirlo. Se trata de un asunto inconsciente, de aquello que se asume como
natural ya que al interior de un grupo específico no resalta por su
familiaridad. Aún pienso a veces cómo se le explicaría a un extranjero el
porqué algunos hombres de la costa exhiben su barriga arremangando la camiseta por
sobre la misma. Difícilmente entenderían que se trata de un “estilo” asociado a
una categoría social determinada, una práctica discursiva inclusive, que encierra
una memoria portadora del “contenido arbitrario de la cultura”. Se trata de una
serie de disposiciones y repertorios ya asumidos por el individuo (valores,
preferencias estéticas, sexuales, etc.); condiciones de existencia que son
interiorizadas, que generan una personalidad que es traducida por el cuerpo y
que se refleja de manera rutinaria, delatando la idea de un origen. El concepto
aplica a cualquier estrato, donde cada quien se modela según el tipo de
sintonía social que busca (observar este asunto en el público de una galería de
arte es casi igual de fascinante).
Esa
expresividad variopinta -el universo de experiencia personal que porta cada ser
cuando se combina con lo social- es lo que inicialmente me llama la atención en
las imágenes grupales que ha captado Zanabria de un instante cualquiera de la
jornada laboral. Distinguimos aquí decenas de posturas y acciones congeladas en
pleno trajín, aquel conjunto de técnicas que, siguiendo la elaboración de
Marcel Mauss, utilizan el cuerpo como "el primero y más natural
instrumento del hombre" que se manifiesta en las actitudes y en los
movimientos vitales del día a día.
Pero este
primer nivel de exploración hacia el tema representado no es más que una
disgregación que cada quién puede practicar con cualquier imagen de carácter
documental. Zanabria apunta sin embargo a contrastar algo más complicado. Su
interés se sintoniza con aquel de decenas de artistas que, en todas las
latitudes del sur global, siguen recogiendo micro historias que van retratando en
detalle los desmanes del impacto colonial; aquellas que tienen al advenimiento
del mundo moderno sobre sociedades a-industriales como un problemático epílogo
cuya escritura aún no concluye.
Es inevitable
en ese sentido remontarme a ese pasado remoto, a aquel tiempo donde los grupos
étnicos que aún pueblan el litoral habían desarrollado relaciones de
subsistencia equilibradas con el mar. Recién en el 2012, por ejemplo, se hizo
un reconocimiento arqueológico de capital importancia en las costas
ecuatorianas: varios kilómetros de la línea de playa en la provincia de Manabí
muestran en su marea baja un sistema de corrales de mar elaborados probablemente
por individuos vinculados a la cultura Manteño (800-1400 d.C.). Las estructuras
construidas con grandes rocas alineadas de manera semicircular van creando un
patrón de festones a lo largo de la costa, y hasta el día de hoy sirven como
herramienta para “cosechar” diversas especies marinas que quedan atrapadas o
expuestas cuando el agua se repliega. Sin dudarlo un brillante ejemplo de
tecnología pre-hispánica.
Este ingenioso
método y la organización económica que subyacía detrás de su concepción va a
contrapelo de la lógica aplastante y depredadora del capitalismo al cual ahora
están sujetos los actuales pobladores del litoral. Fibras y motores fuera de
borda que han reemplazado a las barcas y sus velas son apenas signos
superficiales de un estadio de relaciones socio-económicas que lo trastocó todo.
¿Han alcanzado en realidad una mejor calidad de vida? Este cambio ha derivado
en jornadas laborales más extensas, mientras la sobreexplotación pesquera
demanda ahora desplazamientos exponencialmente más largos para obtener los
recursos necesarios que mantengan el sistema comercial en marcha. La pesca es
cada vez más escasa y más ardua según narran. Son este tipo de cavilaciones las
que orbitan tras la mirada de Zanabria.
Aunque por la licencia que me
permití para hilvanar esta historia me he remontado a un pasado desvanecido en
centurias, el ejercicio de la autora se centra en un período más reciente,
procurando que los protagonistas de estas imágenes hagan su reflexión
individual sobre lo que el “desarrollo” ha significado para ellos. Hurga de
esta forma en aquel tránsito retórico que al servicio del discurso del progreso
convirtió a las tradiciones artesanales en un lastre, en formas de vida “primitivas”,
cuando según el cristal por el cual se mire pudiese aparentar todo lo
contrario.
Volviendo al
sitio luego de dos años de haber tomado las fotografías Zanabria orquesta una
situación al desplegar impresiones de gran tamaño en una pared: le pide a
varias de las personas que aparecen en estas que intervengan con pincel y
acrílico blanco unas copias en formato más pequeño, y que comenten la lógica detrás
de sus trazos. El resultado final confronta aquellas con las originales, que a
su vez fueron intervenidas por la artista empleando programas de edición
digital. Los efectos estéticos tan disímiles entre una y otra distancian metafóricamente
las percepciones de cada quién, lo que despierta la interrogante sobre qué tan
grande es la brecha que separa estos mundos de experiencia. A este cotejo, tan
característico del giro participativo en el arte, se sumará inevitablemente la
perspectiva de cada espectador.
Al respecto la autora comenta: “lo
que me interesa de esa experiencia es el proceso y el dialogo que puede haber
entre mis imágenes y estas personas... Sus miradas-mi mirada…Me interesa el
tipo de intervención que puedan hacer sobre la fotografía, ya
que romperían mi interpretación individual de este espacio. Al
mismo tiempo enriquecerían mi mirada, mis limites…convirtiendo mi proceso
fotográfico en una estrategia constructiva de nuevos significados de la
imagen…quizás es explorar ese proceso colectivo en un intento de ‘rescatar o
crear’ un cordón umbilical entre imagen y objeto.”
Un paneo por
la sala nos arroja una serie de tachones, de objetos y personas que se borran
mientras otros permanecen, de adultos que crecieron con los cambios y de niños
que se incorporan a ellos. Pasarán los unos y vendrán otros más. La pregunta
que me arroja el recorrido es si permanecerán estas huellas o si al menos
quedará algún vínculo a aquel pasado remoto que proyecte este presente hacia
algo más significativo. Volviendo a Bourdieu podemos lamentar el hecho de que a
pesar de la herencia que portan los pescadores un habitus moderno los condiciona ahora: una matriz de esquemas
generativos conformados a lo largo de la historia de cada agente social desde
el cual perciben el mundo y actúan en él, y que cada sujeto ha interiorizado de
tal forma que le resulta imposible pensarse o percibir el mundo por fuera de
las condiciones que lo determinan y que a su vez ayuda a reproducir. Si todo habitus conlleva una dimensión histórica
no dejo de preguntarme entonces -sin pretender pintar un pasado idílico- qué
tan infinitamente lejana estará aquella memoria de los corrales de mar, las
posibilidades de futuro que estos permitan ensoñar, y la poca libertad que en
realidad se posee para evocarlas.
Guayaquil, 10
de diciembre de 2013
“THE DOUBLE-EDGED SEA” / AURORA
ZANABRIA
The Arts of Fishing
An image tells us both about itself and about who we are when we
encounter it: How am I to interpret it? How do I relate to what it represents?
What links me to it? What distances me from it? What does it tell me about its
own time? What does it tell me about mine?
The first time I set eyes on this group of
pictures by Aurora Zanabria, I was seized by a sense of recognition that may
well be the automatic response of any Ecuadorian, prompted in many cases by
personal experience. The setting is clearly a fishing village on the Ecuadorian
coast; more specifically, the village of Santa Rosa on the Santa Elena Peninsula. It
seemed somehow different from when I was little; on our way to the seaside, my
father used to stop off there to buy fish. This stopover was almost obligatory,
and I would closely follow all the details of the transaction: first, the gills
would be examined to ensure the fish was fresh, then the price was fixed ; next
came the scaling and filleting, inside a ramshackle shed with concrete tables,
its floor and walls spattered with blood and water. And all the while a
relentless swarm of flies that covered every surface …. and a smell that
lingered, shadow-like, in the car for days afterwards. That, at least, is how I
remember it.
But the most striking feature was something
that I am still intrigued to observe, to this day, down the whole length of the
coastline, even in urban areas; it has to do with what Bourdieu called “body hexis”.
The term refers to the way we carry ourselves – how we move, walk, gesticulate
– and to the way we place our bodies at rest or exhibit them. This is something
unconscious, something we see as natural and take for granted, since within a
given group it is too familiar to stand out. Yet I sometimes wonder how one
might explain to a foreigner why it is that some men on the coast opt to
display their paunch by knotting their shirt above it. They would hardly grasp
that this is a “style” associated with a particular social class, even a
discursive practice encompassing a memory that bears the “arbitrary content of
culture”. A set of patterns and repertoires fully-assumed by the individual
(e.g. values, aesthetic and sexual preferences); living conditions that, once
internalised, generate a personality which is then translated by the body and
routinely reflected, betraying the notion of an origin. The concept applies to
all social strata; we all seek to portray ourselves in terms of the social
background to which we aspire (to observe this process amongst visitors to an
art gallery proves almost equally fascinating).
This motley expressiveness—the universe of
personal experience borne by each individual, set in a broader social canvas—is
what first struck me about the group images captured by Zanabria at any given
moment in the working day. Here we can discern dozens of postures, actions
frozen in midstream, a whole array of techniques that, according to Marcel
Mauss, make use of the body as “man’s first and most natural instrument",
displayed in the attitudes and vital movements of daily life.
Yet this preliminary approach to the subject
matter is really no more than a component analysis that can be applied by
anyone, to any documentary image. Zanabria, however, seeks to explore a more
complex issue. Like many other artists throughout the southern hemisphere, she
focuses on gathering the small stories that together provide a detailed
portrait of the outrages of colonial impact; stories whose challenging epilogue—the
advent of the modern world in non-industrial societies—has yet to be written.
In this respect, I am drawn inevitably to
revisit that remote past when the ethnic groups who still inhabit the coast of
Ecuador had developed a balanced subsistence relationship with the sea. As
recently as 2012, for example, archaeological surveys of the Ecuador coastline
revealed a major new find: over several kilometres of the shoreline of Manabi
province, at low tide we can discern a system of fish pens, probably built by
the Manteño people (800-1400 AD). These structures, huge rocks laid out in
semicircles forming a festoon pattern along the coast, are still used today as
a means of “harvesting” various marine species that remain trapped or exposed
as the tide ebbs away. Beyond any doubt a superb example of pre-Hispanic
technology.
These ingenious devices, and the economic
organisation underlying their construction, run counter to the overwhelming,
predatory nature of the capitalism that governs the modern-day inhabitants of
the coast. The original sailboats have been replaced by fibreglass and outboard
motors, the superficial proof of an era of socioeconomic relations that
radically changed everything. Have they really enhanced the quality of life?
The change has led to longer working hours, while overfishing has forced
fishermen to travel further and further afield in search of the resources
required to keep the commercial system running. According to the locals, fish
stocks are rapidly diminishing, and fishing is become increasingly difficult.
These are the musings that lie behind Zanabria’s lens.
Although in teasing out this story I have traced its origins in the
long-distant past, Zanabria focuses on a more recent period, enabling the
people portrayed in her work to voice their own individual views on what
“development” has meant to them. In doing so, she explores and questions that
rhetorical shift by which—in the discourse of progress—traditional ways of life
became a burden, were regarded as “primitive” life forms when, depending on
one’s perspective, they might well be seen as quite the opposite.
Returning two years after taking the
photographs, Zanabria creates a situation by displaying large-format prints on
a wall: she asks several of the people appearing in them to intervene in
smaller copies of the prints, using brushes and white acrylic, and to comment
on the reasons for their choice of intervention. The end result pits these
copies against the original prints, which were in turn manipulated by the
artist herself, using digital editing software. The disparate aesthetic effects
of original and intervened copy mark the metaphorical distance between the
perceptions shaping each one, thus prompting the viewer to ponder on the size
of the gap separating these worlds of experience. This paired contrast—in
itself highly characteristic of the participatory turn in art—is inevitably
heightened by a new perspective, that of each viewer.
In this respect, Zanabria has remarked: “What interests me about this
experience is the process itself, and the dialogue that might arise between my
pictures and these people... The way they look at something, and the way I look
… I’m interested in the kind of intervention they might carry out on the
photographs, which would clearly reshape my own individual interpretation of
that space. At the same time, they will enrich my perspective, broaden my
horizons …turning my photographic process into a constructive strategy of new
meanings for the image … perhaps this is tantamount to exploring the collective
process in an attempt to ‘rescue or create’ an umbilical cord between image and
object.”
A stroll through the gallery confronts us
with a series of scratches, objects and people that are erased whilst others
remain; adults who grew up with the changes and children who mingle with them.
Some will disappear, and new ones will come. My question, after visiting this
exhibition, is whether these traces—or at least some link to that remote
past—will survive, projecting this present into something more meaningful.
Going back to Bourdieu, we might bemoan the fact that, despite the legacy to
which they are heirs, these fishermen are governed now by a modern habitus: a matrix of generative schemata
shaped throughout the history of each social agent from which they perceive the
world and act in it, schemata that every subject has internalised to such an
extent that he is no longer able to imagine or perceive the world except within
the constraints of the conditions governing it, which he himself helps to
perpetuate. If every habitus entails
a historic dimension, I cannot help wondering—without seeking to picture an
idyllic past—how infinitely far away that memory of the fish pens will be, with
all the future possibilities they allowed us to dream of, and how little
freedom we really have to remember them.
Rodolfo Kronfle Chambers
Guayaquil, 10 December 2013
ÁNGEL LARA
ANTONIO LANDA
ABRAHÁM GONZÁLEZ
ELENA LANDÁZURI
JAVIER GONZÁLEZ
JOSÉ ANTONEL
FÉLIX SUAREZ
WILSON PINCAY
PAVITO