viernes, septiembre 30, 2005
¿Mundo light?
Por Rodolfo Kronfle Chambers 30-Sept-2005
Pie de foto (para las cuatro imágenes): Todos los trabajos de Guillermo Iuso pueden ser vistos como autorretratos anti-esencialistas. En su libro titulado Estado de Boarding Pass (2000) el artista –a manera de bon vivant de la generación punk- hace un recuento (verdadera apología y tipología del sibaritismo) de cómo gastó una herencia de $590,000 en diez años.
En un encomiable modelo de intercambio cuatro artistas de la Galería Braga-Menéndez de Buenos Aires se exponen en la Galería dpm. Este artículo –originalmente planeado para hablar de todos- me quedó corto solo con uno.
La muestra –a la vista hasta fines de Octubre- ofrece un refrescante y bienvenido soplo visual a cargo de Lorena Ventimiglia (Buenos Aires, 1971), Sebastiano Mauri (Milán, 1972), Juan Tessi (Lima, 1972) y Guillermo Iuso (Buenos Aires, 1963).
De este último nos presentan un conjunto de obras que incorporan como elemento narrativo principal el uso de textos. A manera de listas, tablas, registros y anotaciones formalmente informales el artista hace detallados recuentos de sus rocambolescos vicios, gustos, consumos, afecciones e intereses, y en una actitud siempre auto-referencial cavila a ratos en torno a los más banales y enfermizos placeres –y “torturas”- cotidianas.
Para qué parafrasear si él lo resume tan bien: “El humor, la ironía, la escatología, la categorización, la incidencia de lo diarístico, la insolente provocación, y la voluntad automitificante dominan mi producción.”
Visualmente los textos y datos se despliegan –con mayor cuidado de lo que aparenta- sobre un lecho de frívola decoración abstracta, que guarda relación con la estética adolescente que encontramos en los garabatos privados de un cuaderno de colegio. De ahí se desprende esta aura de revelador diario, inmediato, crudo, espontáneo y a la vena. Los colores estridentes y alegres no hacen sino celebrar los propios contenidos; se dice que históricamente los excesos de ornamento eran síntomas de opulencias desbordadas, y el horror vacui que invade estos trabajos encaja como anillo al dedo en este sentido. Las fotografías que aplica en crudo collage –en clave de instantáneas de álbum- le otorgan adicional verismo por su carácter documental.
El afán por levantar un archivo de lo personal tiene en el campo del arte algunos antecedentes, uno de los más obsesivos –en sus connotaciones rituales y performáticas-se encuentra en los procesos de acumulación que sostuvo Dieter Roth (Hannover,1930-Basilea,1998), quien permanece como personaje oscuro al concientemente operar fuera del mainstream. Su particular práctica –la cual invoco en tanto genealogía de estos impulsos- no opera como referente ascendente en este caso.
Las comparaciones -tan odiosas siempre- son sin embargo inevitables, especialmente si se relacionan en la misma cota generacional y son de tan alto perfil como la británica Tracey Emin (Londres, 1963). Los vincula el elemento de purga y catarsis que emana de este tipo de trabajos de naturaleza confesional y el aspecto carismático de las narrativas autobiográficas. Emin sin embargo expone la minucia de su vida en una gama más amplia de medios. Lo que nos puede recordar su emblemática carpa titulada Todos con quienes alguna vez he dormido 1963-1995 (1995) por su recuento inventarial puede llevar a más de uno a la confusión de lo que es en realidad un paralelismo, que como obra suelta puede compartir inquietudes, pero como trabajo sostenido emplea enfoques distintos que no derivan en experiencias y resultados similares.
La arqueología del ego de Iuso (no aparenta ser casualidad que sus títulos incorporen siempre un MI o un YO) no apunta, a mi criterio, a integrar arte con vida, sino a obliterar todo límite entre estas esferas, a fundirlas. Los dispositivos psicológicos que activa operan de manera paulatina: la confrontación inicial potencialmente desencadena un proceso comparativo con el receptor, que provoca desde la insana envidia hasta la condena moral, pero el gusanillo que logra inquietar no queda en la anécdota superficial, persiste con uno eventualmente profundizando la ilusoria estabilidad racional del primer encuentro.
Como bien anotaba la curadora Lupe Álvarez en una charla con el autor los impulsos de Iuso tienen características típicas de un clima de destape luego de períodos represivos, en este caso coincidiendo la acomodada adolescencia de su autor con un período de forzoso recato en su país, el cual se esfumó con el fin del régimen militar.
La obra, al permitirnos espiar su vida morbosamente por el cerrojo de la galería, nos tiende una trampa ya que lo que vemos del otro lado actúa además como espejo, cuyos reflejos devuelven contemplaciones que hurgan tanto en lo individual como en lo colectivo. Esto último es especialmente cierto si la experiencia personal del artista se contrasta con las complejidades y sutilezas del tejido social, económico y cultural argentino.
El que el artista se solace en lo abyecto no es el meollo del asunto; el vedetismo y exhibicionismo son los anti-valores que echan a andar la obra, pero lo clave estriba en la facultad del receptor de poder disolver el solipsismo, enriquecer ese aparente gesto vacío.
Llega un punto en que concluyo -resistiendo el clamor de mi innato escepticismo- que lo que pone Iuso a circular no debe escrutarse en su grado de fidelidad hacia una realidad concreta, o si la misma se adereza de fabulaciones noveladas. Su problemática ética no gira en realidad sobre este único punto, cuyas complejidades, en tal caso, son ricas y dignas de discutirse. Que el artista festeje y eleve a nivel de obra el hecho de que su “hemorroides cumple 7 años” o que su “pija no envejece” no debería de afectarnos, pero misteriosamente lo hace.
Lo que comienza con aires de comedia y bufonería termina en la lamentable tragedia de reconocernos como seres patéticos, básicos y elementales, más parecidos a los otros de lo que quisiéramos creer. Este artista, que tiene –para citar un agudo comentario- “el pudor desplazado”, convierte lo explícitamente fofo en materia de reflexión, hace algo con la nada. Ahí está su valor.
lunes, septiembre 12, 2005
Apuntes sobre Venecia.
Por Rodolfo Kronfle Chambers 12-09-2005
Pie de Foto: En seis proyecciones independientes Diane Keaton, Faye Dunaway, Shirley MacLaine, Meryl Streep, Susan Sarandon y Julia Roberts “protagonizan” el dialogo contenido en la video-instalación titulada Madre (2005) de Candice Breitz.
Pie de Foto: Vista parcial de la sala que contiene 9 video proyecciones simultáneas del surafricano William Kentridge, con las obras Día por Noche, Viaje a la luna, y Siete fragmentos para Georges Méliés (todas 2003), una suerte de tributo que se relaciona con el espíritu de experimentación de aquel visionario y que nos embarca en un viaje mágico desde el interior de su taller que incluye animación y performance.
Pie de Foto: Escultura de Rachel Whiteread cuya obra hace concretos los espacios negativos o internos de la arquitectura doméstica inglesa. Una bizarra manera de relacionarnos con las atmósferas que habitamos. Al fondo las fotografías de la serie JPEG de Thomas Ruff se basan en imágenes extraídas del Internet a las cuales les ha alterado su estructura pixelar.
Pie de Foto: La muestra en el Arsenale nos recibe con La Novia (2001) de Joanna Vasconcelos (confeccionada con 14,000 tampones) y las gigantografías reivindicatorias de las Guerrilla Girls.
Pie de Foto: Uno de los diseños del difunto Leigh Bowery. Su influyente trabajo “…representa su propia concepción de las estéticas corporales, la belleza, y su particular manera de entender el arte, la diversión, la elegancia, el sexo, los géneros y la sexualidad.” (Xabier Arakistain)
A más de las 55 irregulares participaciones nacionales la presente edición de la Bienal se apuntala en dos grandes exposiciones.
Las curadoras españolas Rosa Martínez y María de Corral fueron encomendadas cada una con la tarea de estructurar una exposición para la Bienal. Es la primera vez en los 110 años de historia de la Bienal que dicho reto se encarga a dos mujeres.
Siempre un poco más lejos
La primera arranca su muestra con una clara afirmación de carácter activista al tapizar las paredes con las gigantografías de las Guerrilla Girls –cuyo trabajo increpa y tabula las inequidades históricas y pervivientes hacia las mujeres en el mundo del arte-, en una sala coronada por una excepcional y colosal lámpara de la portuguesa Joana Vasconcelos, confeccionada con miles de tampones (el interés por la filigrana estética es patente en su trabajo), que desmonta sutilmente las banales construcciones sociales en torno a lo “femenino”.
Coherente con los enunciados que aquí hecha a circular la muestra incorpora un número nutrido – ¡y multicultural!- de mujeres entre quienes destacan Mona Hatoum (Líbano), Laura Belém (Brazil), Regina Galindo (Guatemala), Runa Islam (Bangladesh), Eija-Liisa Ahtila (Finlandia), Pilar Albarracín (España) y Ghada Amer (Egipto).
Un episodio digno de resaltar fue la sección dedicada al diseño de trajes del australiano Leigh Bowery, fallecido en 1994 con escasos 33 años en Londres. Claramente opuesto a la moral prevaleciente sus diseños son una mezcla entre lo incendiario, lo voluptuoso y lo rutilante, cabalgando en su performática, estridente y huracanada personalidad.
Y finalmente un episodio para lamentar, el fabuloso proyecto Cubo Venecia del alemán Gregor Schneider, que quedó como tal al impedirse su concreción: el mismo consistía en emplazar en plena Plaza San Marco un volumen geométrico monumental inspirado en la Kaaba, aquella estructura sagrada que representa el centro del mundo para el Islam y alrededor de la cual transitan ritualmente los peregrinos en la Meca; algo que en nuestra coyuntura histórica actual hubiera activado importantes significaciones, reflexionando acerca de las posibilidades de diálogo entre las religiones que han venido a caracterizar las civilizaciones de Oriente y Occidente.
Esta muestra de Martínez es –en términos comparativos- más arriesgada y orgánica que la de Corral, al estar desprovista de compartimentos típicamente museales. A su vez logra acercar al espectador más al terreno de la experiencia que brindan los trabajos elegidos, en una suerte de viaje que a pesar de sus pausas en el oscuro espacio del Arsenal se hilvana paulatina pero fluidamente.
La experiencia del arte
Por su lado parte de la propuesta de María de Corral apuntaba –en teoría- a explorar relaciones entre artistas de distintas generaciones, cosa que en la práctica resultó un enunciado muy etéreo y vagamente comprobable. A pesar de que su puesta en escena deriva en la más convencional confrontación con “obras de arte”, el resultado final fue -en términos generales- gratamente heterogéneo y plural, sin recurrir a tesis curatoriales densas.
Encontramos desde trabajos que descolocan al espectador en su desborde de ingenio –como los de Robin Rhode o la video instalación de William Kentridge (que provee uno de los clímax sensoriales más recordados del evento en su exploración del dibujo como proceso animado en el tiempo y el espacio)- hasta selecciones cómodas e insípidas en este contexto de artistas cuyo trabajo puede ser visto en muchísimos otros lugares: grupos nutridos de telas de Francis Bacon, Philip Guston y Antoni Tápies.
El canon artístico occidental no es algo dado sino una construcción que se alimenta –entre otras cosas- por muestras de tan alto perfil como esta. Los tres artistas que acabamos de mencionar, que comparten ya honores en dicho olimpo, ayudan a perfilar con su inclusión a otros artistas mucho más recientes que ya son parte imprescindible de los referentes arte-históricos de los últimos años, como la escultora británica Rachel Whiteread o el fotógrafo alemán Thomas Ruff.
Agudo el trabajo de Candice Breitz (Johannesburgo, 1972) en sus dos video instalaciones tituladas respectivamente Madre y Padre, en las cuales edita –con maquiavélica pulcritud- el trabajo cinematográfico de conocidas estrellas de Hollywood, forzadas a entablar entre sí un melodramático y dislocado diálogo, que oscila entre una narrativa lógica hasta momentos de sincopado absurdo, y que sirve para exponer los estereotipos que la industria del entretenimiento formula en torno a estas figuras, disfunciones normativas que cada vez más se imponen como los modelos a seguir por una masa estupidizada por el mundo de las celebridades y el espectáculo.
Otras inclusiones dignas de resaltar son Cildo Meireles, Chen Chieh-jen, José Damasceno, Jorge Macchi, Matthias Weischer y Bruce Nauman.
Reconociendo que en la última década no ha prevalecido un sólo estilo o doctrina estética, la curadora apela a algunas de las más comunes inquietudes que informan el arte de hoy, y cuyo personalísimo desglose considero racional: “Nostalgia como un sentido de pérdida de un pasado reciente e irrecobrable, expresado a través de lenguaje metafórico. El mundo de afecciones y estímulos sicológicos que forman nuestra identidad. El cuerpo y su redefinición, la introducción de la fragmentación, desintegración y hasta la muerte. El poder, la dominación y la violencia en la vida diaria de cada individuo. Criticismo socio-político del presente, a través del humor y la ironía. El uso de imágenes, filmes y narrativas previas como un inmenso archivo sobre el cual se pueden hacer múltiples operaciones de redefinición y apropiación. El uso y manipulación de la imagen como un instrumento que define y marca la esfera de acción, hechos y memoria. Recuperación de la palabra como una reconstrucción conceptual de la imagen. La participación de los artistas en la reestructuración cultural y económica de la sociedad post-industrial, a la par de la transformación de la identidad social e individual. Consideración del arte como un acto de resistencia y libertad que rechaza cualquier pensamiento dogmático”.
He omitido dos puntos relativos a la pintura actual que desarrollaré en un futuro artículo, y que resumen el enfoque muy particular de la curadora en torno a la pintura, evidenciado en una variada selección de aproximaciones que me es imposible desgranar ahora.
Necesaria reflexión
Quienes piensan que el arte contemporáneo ecuatoriano que está surgiendo está “atrasado” o desfasado, no solo está seriamente desconectado de lo que pasa en el mundo sino que también incurre en el error de asumir una universalidad intrínseca en el arte, olvidando el rol determinante del contexto en la manifestación de cualquier forma-contenido.
Si afinamos nuestra percepción podríamos coincidir en que nuestros artistas, sin estar inscritos en los circuitos internacionales, comparten las mismas inquietudes que detalla la curadora (el asunto de “calidad”, ambición –y criterio- en la resolución física y presentación de la obra, solidez conceptual en las propuestas, coherencia con una línea de trabajo y volumen de producción general es otra cosa), sin embargo –por circunstancias propias de su marco cultural específico- las articulan, la mayor de las veces, con acentos locales que hablan de urgencias internas, condicionadas a su vez por las contingencias de producción y circulación características del medio.
Para los artistas la internalización, conciencia y potenciación de estos aspectos constituye no solo un reto, sino –si se aprovechan- una oportunidad de diferenciación dentro del mar de prácticas artísticas. Por otro lado, como receptores, nos toca evaluar las especificidades contextuales en el juicio de una obra –por más cáustica que pueda resultar nuestra conclusión- para no ejercer un sesgo discriminatorio, que resulta no solo injusto sino imperdonable.
Por Rodolfo Kronfle Chambers 12-09-2005
Pie de Foto: En seis proyecciones independientes Diane Keaton, Faye Dunaway, Shirley MacLaine, Meryl Streep, Susan Sarandon y Julia Roberts “protagonizan” el dialogo contenido en la video-instalación titulada Madre (2005) de Candice Breitz.
Pie de Foto: Vista parcial de la sala que contiene 9 video proyecciones simultáneas del surafricano William Kentridge, con las obras Día por Noche, Viaje a la luna, y Siete fragmentos para Georges Méliés (todas 2003), una suerte de tributo que se relaciona con el espíritu de experimentación de aquel visionario y que nos embarca en un viaje mágico desde el interior de su taller que incluye animación y performance.
Pie de Foto: Escultura de Rachel Whiteread cuya obra hace concretos los espacios negativos o internos de la arquitectura doméstica inglesa. Una bizarra manera de relacionarnos con las atmósferas que habitamos. Al fondo las fotografías de la serie JPEG de Thomas Ruff se basan en imágenes extraídas del Internet a las cuales les ha alterado su estructura pixelar.
Pie de Foto: La muestra en el Arsenale nos recibe con La Novia (2001) de Joanna Vasconcelos (confeccionada con 14,000 tampones) y las gigantografías reivindicatorias de las Guerrilla Girls.
Pie de Foto: Uno de los diseños del difunto Leigh Bowery. Su influyente trabajo “…representa su propia concepción de las estéticas corporales, la belleza, y su particular manera de entender el arte, la diversión, la elegancia, el sexo, los géneros y la sexualidad.” (Xabier Arakistain)
A más de las 55 irregulares participaciones nacionales la presente edición de la Bienal se apuntala en dos grandes exposiciones.
Las curadoras españolas Rosa Martínez y María de Corral fueron encomendadas cada una con la tarea de estructurar una exposición para la Bienal. Es la primera vez en los 110 años de historia de la Bienal que dicho reto se encarga a dos mujeres.
Siempre un poco más lejos
La primera arranca su muestra con una clara afirmación de carácter activista al tapizar las paredes con las gigantografías de las Guerrilla Girls –cuyo trabajo increpa y tabula las inequidades históricas y pervivientes hacia las mujeres en el mundo del arte-, en una sala coronada por una excepcional y colosal lámpara de la portuguesa Joana Vasconcelos, confeccionada con miles de tampones (el interés por la filigrana estética es patente en su trabajo), que desmonta sutilmente las banales construcciones sociales en torno a lo “femenino”.
Coherente con los enunciados que aquí hecha a circular la muestra incorpora un número nutrido – ¡y multicultural!- de mujeres entre quienes destacan Mona Hatoum (Líbano), Laura Belém (Brazil), Regina Galindo (Guatemala), Runa Islam (Bangladesh), Eija-Liisa Ahtila (Finlandia), Pilar Albarracín (España) y Ghada Amer (Egipto).
Un episodio digno de resaltar fue la sección dedicada al diseño de trajes del australiano Leigh Bowery, fallecido en 1994 con escasos 33 años en Londres. Claramente opuesto a la moral prevaleciente sus diseños son una mezcla entre lo incendiario, lo voluptuoso y lo rutilante, cabalgando en su performática, estridente y huracanada personalidad.
Y finalmente un episodio para lamentar, el fabuloso proyecto Cubo Venecia del alemán Gregor Schneider, que quedó como tal al impedirse su concreción: el mismo consistía en emplazar en plena Plaza San Marco un volumen geométrico monumental inspirado en la Kaaba, aquella estructura sagrada que representa el centro del mundo para el Islam y alrededor de la cual transitan ritualmente los peregrinos en la Meca; algo que en nuestra coyuntura histórica actual hubiera activado importantes significaciones, reflexionando acerca de las posibilidades de diálogo entre las religiones que han venido a caracterizar las civilizaciones de Oriente y Occidente.
Esta muestra de Martínez es –en términos comparativos- más arriesgada y orgánica que la de Corral, al estar desprovista de compartimentos típicamente museales. A su vez logra acercar al espectador más al terreno de la experiencia que brindan los trabajos elegidos, en una suerte de viaje que a pesar de sus pausas en el oscuro espacio del Arsenal se hilvana paulatina pero fluidamente.
La experiencia del arte
Por su lado parte de la propuesta de María de Corral apuntaba –en teoría- a explorar relaciones entre artistas de distintas generaciones, cosa que en la práctica resultó un enunciado muy etéreo y vagamente comprobable. A pesar de que su puesta en escena deriva en la más convencional confrontación con “obras de arte”, el resultado final fue -en términos generales- gratamente heterogéneo y plural, sin recurrir a tesis curatoriales densas.
Encontramos desde trabajos que descolocan al espectador en su desborde de ingenio –como los de Robin Rhode o la video instalación de William Kentridge (que provee uno de los clímax sensoriales más recordados del evento en su exploración del dibujo como proceso animado en el tiempo y el espacio)- hasta selecciones cómodas e insípidas en este contexto de artistas cuyo trabajo puede ser visto en muchísimos otros lugares: grupos nutridos de telas de Francis Bacon, Philip Guston y Antoni Tápies.
El canon artístico occidental no es algo dado sino una construcción que se alimenta –entre otras cosas- por muestras de tan alto perfil como esta. Los tres artistas que acabamos de mencionar, que comparten ya honores en dicho olimpo, ayudan a perfilar con su inclusión a otros artistas mucho más recientes que ya son parte imprescindible de los referentes arte-históricos de los últimos años, como la escultora británica Rachel Whiteread o el fotógrafo alemán Thomas Ruff.
Agudo el trabajo de Candice Breitz (Johannesburgo, 1972) en sus dos video instalaciones tituladas respectivamente Madre y Padre, en las cuales edita –con maquiavélica pulcritud- el trabajo cinematográfico de conocidas estrellas de Hollywood, forzadas a entablar entre sí un melodramático y dislocado diálogo, que oscila entre una narrativa lógica hasta momentos de sincopado absurdo, y que sirve para exponer los estereotipos que la industria del entretenimiento formula en torno a estas figuras, disfunciones normativas que cada vez más se imponen como los modelos a seguir por una masa estupidizada por el mundo de las celebridades y el espectáculo.
Otras inclusiones dignas de resaltar son Cildo Meireles, Chen Chieh-jen, José Damasceno, Jorge Macchi, Matthias Weischer y Bruce Nauman.
Reconociendo que en la última década no ha prevalecido un sólo estilo o doctrina estética, la curadora apela a algunas de las más comunes inquietudes que informan el arte de hoy, y cuyo personalísimo desglose considero racional: “Nostalgia como un sentido de pérdida de un pasado reciente e irrecobrable, expresado a través de lenguaje metafórico. El mundo de afecciones y estímulos sicológicos que forman nuestra identidad. El cuerpo y su redefinición, la introducción de la fragmentación, desintegración y hasta la muerte. El poder, la dominación y la violencia en la vida diaria de cada individuo. Criticismo socio-político del presente, a través del humor y la ironía. El uso de imágenes, filmes y narrativas previas como un inmenso archivo sobre el cual se pueden hacer múltiples operaciones de redefinición y apropiación. El uso y manipulación de la imagen como un instrumento que define y marca la esfera de acción, hechos y memoria. Recuperación de la palabra como una reconstrucción conceptual de la imagen. La participación de los artistas en la reestructuración cultural y económica de la sociedad post-industrial, a la par de la transformación de la identidad social e individual. Consideración del arte como un acto de resistencia y libertad que rechaza cualquier pensamiento dogmático”.
He omitido dos puntos relativos a la pintura actual que desarrollaré en un futuro artículo, y que resumen el enfoque muy particular de la curadora en torno a la pintura, evidenciado en una variada selección de aproximaciones que me es imposible desgranar ahora.
Necesaria reflexión
Quienes piensan que el arte contemporáneo ecuatoriano que está surgiendo está “atrasado” o desfasado, no solo está seriamente desconectado de lo que pasa en el mundo sino que también incurre en el error de asumir una universalidad intrínseca en el arte, olvidando el rol determinante del contexto en la manifestación de cualquier forma-contenido.
Si afinamos nuestra percepción podríamos coincidir en que nuestros artistas, sin estar inscritos en los circuitos internacionales, comparten las mismas inquietudes que detalla la curadora (el asunto de “calidad”, ambición –y criterio- en la resolución física y presentación de la obra, solidez conceptual en las propuestas, coherencia con una línea de trabajo y volumen de producción general es otra cosa), sin embargo –por circunstancias propias de su marco cultural específico- las articulan, la mayor de las veces, con acentos locales que hablan de urgencias internas, condicionadas a su vez por las contingencias de producción y circulación características del medio.
Para los artistas la internalización, conciencia y potenciación de estos aspectos constituye no solo un reto, sino –si se aprovechan- una oportunidad de diferenciación dentro del mar de prácticas artísticas. Por otro lado, como receptores, nos toca evaluar las especificidades contextuales en el juicio de una obra –por más cáustica que pueda resultar nuestra conclusión- para no ejercer un sesgo discriminatorio, que resulta no solo injusto sino imperdonable.
jueves, septiembre 01, 2005
Ibero América en la Bienal de Venecia
Textos y fotos por Rodolfo Kronfle Chambers 1-09- 2005
Pie de Foto: Un primer plano de Sandalia (2004) y al fondo el trabajo titulado Siesta (1998) del colectivo cubano Los Carpinteros.
Pie de Foto: Este proyecto de Antoni Muntadas puede ser descrito como un “delirio ebanista”. Ninguna pata de esta mesa circular es igual a otra, sus distintas alturas y estilos despiertan conciencia en torno a las inequidades en las negociaciones globales de cualquier ámbito; libros apilados compensan la nivelación de la misma y activan en sus títulos lecturas en torno a los mecanismos del poder político, económico y mediático.
Pie de Foto: Un extraordinario desfile de hormigas aparece en el video Coexistencia (2003) de la artista radicada en Panamá Donna Conlon.
Pie de Foto: Instalación de la serie titulada La luz de la mente del guatemalteco Luis González Palma. Refleja su recurrente preocupación por releer subjetivamente la iconografía católica del barroco trasplantada a Latinoamérica.
Pie de Foto: Registro de la acción ¿Quién puede borrar las huellas? (2003) de la guatemalteca Regina Galindo. Su trayecto en sangre se estrechó entre el Palacio Nacional y la Corte de Constitucionalidad de la capital; se realizó como un gesto simbólico ante el olvido que permitió que un genocida como Ríos Montt pretenda terciar en las elecciones presidenciales.
La edición número 51 de la Bienal de Venecia –a la vista hasta el 6 de Noviembre- presenta un variado panorama cuyos momentos más inquietantes intentaré resumir en un par de artículos.
La suerte de que este año el pabellón de España –que nos recibe al penetrar los Jardines de Castello- albergue la obra de Antoni Muntadas radica en ofrecer, de entrada, un baño de alerta y sobriedad ante ciertas lógicas del mundo del arte. El pabellón recopila varias obras que componen el proyecto titulado On Translation, las cuales se nutren de numerosos datos y hechos culturales que nos hacen tomar con un poco más de beneficio de inventario todo lo que gira en torno a la “maquinaria de la Bienal”. Uno de los paneles que encontramos en el recorrido detalla todos los países que no participan en esta edición del más tradicional encuentro “global” del arte: allí está Ecuador, junto a Burundi, Gabón, Irak y decenas de otros. ¿Algún periodista cultural local ha indagado la razón por la cual hemos perdido la oportunidad de participar en un evento único como este? (Pista: empiecen preguntando al Consejo Nacional de Cultura).
Un gran cartel rojo corona el exterior del pabellón español, reproduce un estribillo que Muntadas ha adoptado desde hace años –“Atención: la percepción requiere participación”-, y que ha hecho circular junto a sus proyectos para alertar al espectador acerca de su responsabilidad en la percepción, uso y transformación de los contenidos que una obra de arte pone a circular. Comentario más que pertinente para el arte actual.
De relegados a premiados
Resulta -por decir lo menos- fascinante el hecho de que en el 2001 un grupo de artistas latinoamericanos haya tenido que realizar acciones públicas de protesta por el trato despectivo que recibieron, al ser relegados a sitios de exposición lejanos en relación a las sedes principales de la Bienal. Bajo el grito de “!existimos!” hicieron llegar su voz a los responsables de aquel despropósito, que no hacía sino reproducir, en pleno centro, su calidad de “periféricos”.
El trato más inclusivo de los artistas de la región en esta edición es prueba de que el mensaje caló, y más allá de esto tenemos a una Regina Galindo de Guatemala como la ganadora del León de Oro para artistas jóvenes. Su obra, basada en performances que incorporan entregas extremas de su presencia corporal, está preñada de contenidos cargados de connotaciones políticas, de denuncias que se ponen en marcha mediante acciones efímeras, de las cuales –a más de la reflexión- solo nos queda su registro. Mientras en Venecia se premia a lo político y a lo efímero, acá en nuestra pequeña parcela de ingenuidad esto todavía alarma al establishment cultural, que en su anacrónico esnobismo se muestra incapaz de reconocer la urgencia y validez de opciones como estas -que vale aclarar NO son las únicas- en el ilimitado espectro de lo que llamamos arte.
La encomiable curaduría titulada Siempre un poco más lejos de la española Rosa Martínez -que incluye además a otros artistas que operan en la zona como Santiago Sierra, Carlos Garaicoa y el dúo Allora-Calzadilla- incorpora varios trabajos de Galindo, que en su presentación conjunta producen un memorable impacto. Desde la acción sonora titulada ( ) golpes, que lleva el poder de la sugestión al despeñadero –se trata de un hermético habitáculo en cuyo interior solo podemos imaginar a la artista recibiendo centenas de porrazos, amplificados por micrófonos, y determinados por la cantidad de mujeres asesinadas en su país desde comienzos del año-, hasta la perturbadora Himenoplastia, cuyo registro en video reproduce, en un sangriento primer plano, la operación de reconstrucción de himen a la cual se sometió la artista, y que pone en evidencia el ambiente de barbarie, coerción social y falsa moral en que viven las mujeres en algunas sociedades latinoamericanas. Reconozco el elemento del morbo público como dispositivo que se explota en el diálogo con su obra, pero para denunciar el estatus de cáliz divino que se le da a la virginidad al interior de la norma patriarcal su estrategia es más que estremecedora, y su nivel de entrega pasa a ser paradigmático.
La Trama y el Urdido
Una sólida muestra dedicada a la región –aunque incompleta- fue presentada por el Instituto Ítalo-Latino Americano en un bellísimo palazzo del Cuatroccento, ubicado a escasos metros de la célebre Academia.
Entre las obras para destacar está una instalación de Luis González Palma en la cual presenta fotografías, en cajas de luz, de ocho “paños de pudor”, una suerte de tipología visual de los indispensables trapos que cubren el cuerpo crucificado de Cristo. Las imágenes destellan un brillo aureolar fruto del efecto del montaje de las transparencias sobre láminas de pan de oro, y entablan una interesante correspondencia con una ciudad que rebosa de Iglesias y arte religioso. Inquieta la tensión que trae a colación: las leyes de recato en la representación cristiana versus la más probable verdad histórica (Cristo fue crucificado desnudo).
Del colectivo cubano Los Carpinteros tenemos dos piezas que, como es característica en ellos, explotan el potencial evocativo de los objetos más cotidianos. Un par de humildes zapatillas de caucho reproducen en su plantilla planos urbanos de La Habana, mientras que una mecedora se apilan almohadas en una suerte de “columna infinita” para el tercer mundo. Clave en esta obra es el sencillo suplemento verbal –el título Siesta- que nos lleva al terreno de una metáfora que podemos amasar de múltiples maneras. Humor, poesía y comentarios de lo real-absurdo contenidos en los más familiares –pero siempre ingeniosos- embalajes estéticos.
Igual de deleitante es el video Coexistencia de Donna Conlon en la cual aparecen legiones de hormigas que en su disciplinado vaivén transportan hojas, algunas de las cuales han sido suplantadas por diminutas banderas; el trabajo desinteresado por un fin común se convierte en un utópico desfile por la paz y unidad mundial. Nos devuelve así un reflejo del orden natural para contrastar la decadente conducta humana. Muchos de los videos que se ven en la Bienal –que irremediablemente conducen al bostezo- pierden de vista lo que es la mayor virtud de este ejemplo, la sencillez. Simplemente exquisito.
A cambio de dejar en el tintero el magnífico video del caleño Óscar Muñoz y el conmovedor documento audiovisual de Juan Manuel Echavarría en torno al conflicto colombiano, quiero compartir las reflexiones de Félix Ángel, curador del Centro Cultural del BID, acerca del futuro del arte en la América Latina: “La meta de que todos gocen de una vida…con acceso a ciertas cosas básicas pero no necesariamente provista de sensibilidad, es la justificación fundamental de que no se creen más oportunidades para quienes se dedican a actividades de carácter cultural. El desarrollo cultural no adolece de capacidad de financiamiento, sino de falta de adecuación en la manera en que se adoptan las medidas de orden social, político y económico y en que se redistribuyen los recursos…En lugar de buscar oportunidades, que no abundan, la mayoría de los artistas esperan que se produzca un milagro, con lo que se exponen a la ignorancia y a la indiferencia. Su ingenuidad se frustra por falta de los recursos necesarios para reconocer y aprovechar un interés potencial o genuino. Se necesita ayuda y se recibe con agrado, pero si a la larga preferimos dejar de depender de la ayuda ajena, tendremos que empezar a ayudarnos a nosotros mismos. Yo, en lo personal, no creo en los milagros y a la caridad, la detesto”.
Textos y fotos por Rodolfo Kronfle Chambers 1-09- 2005
Pie de Foto: Un primer plano de Sandalia (2004) y al fondo el trabajo titulado Siesta (1998) del colectivo cubano Los Carpinteros.
Pie de Foto: Este proyecto de Antoni Muntadas puede ser descrito como un “delirio ebanista”. Ninguna pata de esta mesa circular es igual a otra, sus distintas alturas y estilos despiertan conciencia en torno a las inequidades en las negociaciones globales de cualquier ámbito; libros apilados compensan la nivelación de la misma y activan en sus títulos lecturas en torno a los mecanismos del poder político, económico y mediático.
Pie de Foto: Un extraordinario desfile de hormigas aparece en el video Coexistencia (2003) de la artista radicada en Panamá Donna Conlon.
Pie de Foto: Instalación de la serie titulada La luz de la mente del guatemalteco Luis González Palma. Refleja su recurrente preocupación por releer subjetivamente la iconografía católica del barroco trasplantada a Latinoamérica.
Pie de Foto: Registro de la acción ¿Quién puede borrar las huellas? (2003) de la guatemalteca Regina Galindo. Su trayecto en sangre se estrechó entre el Palacio Nacional y la Corte de Constitucionalidad de la capital; se realizó como un gesto simbólico ante el olvido que permitió que un genocida como Ríos Montt pretenda terciar en las elecciones presidenciales.
La edición número 51 de la Bienal de Venecia –a la vista hasta el 6 de Noviembre- presenta un variado panorama cuyos momentos más inquietantes intentaré resumir en un par de artículos.
La suerte de que este año el pabellón de España –que nos recibe al penetrar los Jardines de Castello- albergue la obra de Antoni Muntadas radica en ofrecer, de entrada, un baño de alerta y sobriedad ante ciertas lógicas del mundo del arte. El pabellón recopila varias obras que componen el proyecto titulado On Translation, las cuales se nutren de numerosos datos y hechos culturales que nos hacen tomar con un poco más de beneficio de inventario todo lo que gira en torno a la “maquinaria de la Bienal”. Uno de los paneles que encontramos en el recorrido detalla todos los países que no participan en esta edición del más tradicional encuentro “global” del arte: allí está Ecuador, junto a Burundi, Gabón, Irak y decenas de otros. ¿Algún periodista cultural local ha indagado la razón por la cual hemos perdido la oportunidad de participar en un evento único como este? (Pista: empiecen preguntando al Consejo Nacional de Cultura).
Un gran cartel rojo corona el exterior del pabellón español, reproduce un estribillo que Muntadas ha adoptado desde hace años –“Atención: la percepción requiere participación”-, y que ha hecho circular junto a sus proyectos para alertar al espectador acerca de su responsabilidad en la percepción, uso y transformación de los contenidos que una obra de arte pone a circular. Comentario más que pertinente para el arte actual.
De relegados a premiados
Resulta -por decir lo menos- fascinante el hecho de que en el 2001 un grupo de artistas latinoamericanos haya tenido que realizar acciones públicas de protesta por el trato despectivo que recibieron, al ser relegados a sitios de exposición lejanos en relación a las sedes principales de la Bienal. Bajo el grito de “!existimos!” hicieron llegar su voz a los responsables de aquel despropósito, que no hacía sino reproducir, en pleno centro, su calidad de “periféricos”.
El trato más inclusivo de los artistas de la región en esta edición es prueba de que el mensaje caló, y más allá de esto tenemos a una Regina Galindo de Guatemala como la ganadora del León de Oro para artistas jóvenes. Su obra, basada en performances que incorporan entregas extremas de su presencia corporal, está preñada de contenidos cargados de connotaciones políticas, de denuncias que se ponen en marcha mediante acciones efímeras, de las cuales –a más de la reflexión- solo nos queda su registro. Mientras en Venecia se premia a lo político y a lo efímero, acá en nuestra pequeña parcela de ingenuidad esto todavía alarma al establishment cultural, que en su anacrónico esnobismo se muestra incapaz de reconocer la urgencia y validez de opciones como estas -que vale aclarar NO son las únicas- en el ilimitado espectro de lo que llamamos arte.
La encomiable curaduría titulada Siempre un poco más lejos de la española Rosa Martínez -que incluye además a otros artistas que operan en la zona como Santiago Sierra, Carlos Garaicoa y el dúo Allora-Calzadilla- incorpora varios trabajos de Galindo, que en su presentación conjunta producen un memorable impacto. Desde la acción sonora titulada ( ) golpes, que lleva el poder de la sugestión al despeñadero –se trata de un hermético habitáculo en cuyo interior solo podemos imaginar a la artista recibiendo centenas de porrazos, amplificados por micrófonos, y determinados por la cantidad de mujeres asesinadas en su país desde comienzos del año-, hasta la perturbadora Himenoplastia, cuyo registro en video reproduce, en un sangriento primer plano, la operación de reconstrucción de himen a la cual se sometió la artista, y que pone en evidencia el ambiente de barbarie, coerción social y falsa moral en que viven las mujeres en algunas sociedades latinoamericanas. Reconozco el elemento del morbo público como dispositivo que se explota en el diálogo con su obra, pero para denunciar el estatus de cáliz divino que se le da a la virginidad al interior de la norma patriarcal su estrategia es más que estremecedora, y su nivel de entrega pasa a ser paradigmático.
La Trama y el Urdido
Una sólida muestra dedicada a la región –aunque incompleta- fue presentada por el Instituto Ítalo-Latino Americano en un bellísimo palazzo del Cuatroccento, ubicado a escasos metros de la célebre Academia.
Entre las obras para destacar está una instalación de Luis González Palma en la cual presenta fotografías, en cajas de luz, de ocho “paños de pudor”, una suerte de tipología visual de los indispensables trapos que cubren el cuerpo crucificado de Cristo. Las imágenes destellan un brillo aureolar fruto del efecto del montaje de las transparencias sobre láminas de pan de oro, y entablan una interesante correspondencia con una ciudad que rebosa de Iglesias y arte religioso. Inquieta la tensión que trae a colación: las leyes de recato en la representación cristiana versus la más probable verdad histórica (Cristo fue crucificado desnudo).
Del colectivo cubano Los Carpinteros tenemos dos piezas que, como es característica en ellos, explotan el potencial evocativo de los objetos más cotidianos. Un par de humildes zapatillas de caucho reproducen en su plantilla planos urbanos de La Habana, mientras que una mecedora se apilan almohadas en una suerte de “columna infinita” para el tercer mundo. Clave en esta obra es el sencillo suplemento verbal –el título Siesta- que nos lleva al terreno de una metáfora que podemos amasar de múltiples maneras. Humor, poesía y comentarios de lo real-absurdo contenidos en los más familiares –pero siempre ingeniosos- embalajes estéticos.
Igual de deleitante es el video Coexistencia de Donna Conlon en la cual aparecen legiones de hormigas que en su disciplinado vaivén transportan hojas, algunas de las cuales han sido suplantadas por diminutas banderas; el trabajo desinteresado por un fin común se convierte en un utópico desfile por la paz y unidad mundial. Nos devuelve así un reflejo del orden natural para contrastar la decadente conducta humana. Muchos de los videos que se ven en la Bienal –que irremediablemente conducen al bostezo- pierden de vista lo que es la mayor virtud de este ejemplo, la sencillez. Simplemente exquisito.
A cambio de dejar en el tintero el magnífico video del caleño Óscar Muñoz y el conmovedor documento audiovisual de Juan Manuel Echavarría en torno al conflicto colombiano, quiero compartir las reflexiones de Félix Ángel, curador del Centro Cultural del BID, acerca del futuro del arte en la América Latina: “La meta de que todos gocen de una vida…con acceso a ciertas cosas básicas pero no necesariamente provista de sensibilidad, es la justificación fundamental de que no se creen más oportunidades para quienes se dedican a actividades de carácter cultural. El desarrollo cultural no adolece de capacidad de financiamiento, sino de falta de adecuación en la manera en que se adoptan las medidas de orden social, político y económico y en que se redistribuyen los recursos…En lugar de buscar oportunidades, que no abundan, la mayoría de los artistas esperan que se produzca un milagro, con lo que se exponen a la ignorancia y a la indiferencia. Su ingenuidad se frustra por falta de los recursos necesarios para reconocer y aprovechar un interés potencial o genuino. Se necesita ayuda y se recibe con agrado, pero si a la larga preferimos dejar de depender de la ayuda ajena, tendremos que empezar a ayudarnos a nosotros mismos. Yo, en lo personal, no creo en los milagros y a la caridad, la detesto”.
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