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Reportaje Diario El Telégrafo
Slideshow cortesía de Javier Lazo
De la noción de perderse (ó imágenes que se bifurcan)
Un proyecto que trascienda el espacio de la crítica y desemboque en un proceso operativo capaz de definir el presente y sus sujetos de representación artística; eso es lo que podríamos llamar al Playlist presentado por Rodolfo Kronfle Chambers y Cristóbal Zapata. Esta muestra, cuyo origen es diseñado alterno a la X Bienal de Cuenca, sucede por primera vez como una opción para el nuevo espectador, el "emancipado", como se ha querido citar a Ranciere en el catálogo introductorio: Para aquellos que visitan las bienales con expectativas mucho más ambiciosas que los visitantes en sus primeros intentos, para quienes conocen ya las variaciones entre los circuitos culturales resulta Playlist un claro ejemplo de la confrontación entre actores y espectadores en eventos de esta naturaleza, debido a que los horizontes de las bienales se han venido difuminando en la inercia de la incertidumbre y ambivalencia del valor de una obra de arte dentro de ellas. Es de aquella inestabilidad de la que se aprovecha Kronfle para situar, objetiva y astutamente obras a presentar como un triunfo en el arte. Lo que premia aquí esta lista de reproducciones no es al greatest hit, sino ese eslabón que se une a las demás piezas de la máquina de hacer cultura. La responsabilidad del que visita la muestra llega a ser quizás mucho más visible que la del curador.
La oportunidad de exponer Playlist en el Museo Municipal de Guayaquil varía en su condición; el simple traslado de ciudad a ciudad hace que el concepto original aproveche otras funciones en diferente orden prioritario. El video de Juan Carlos León parecería llenarse de connotaciones por el simple hecho de referirse directamente a Guayaquil y al tiempo que domina a la ciudad en el espacio indicado. Es un discurso de 45 años que en el video de León hilvana las cabezas de dos tiempos, que sirven para relatar el curso eterno, mítico como Sísifo, de la realidad portuaria.
Es como el Memorial (2008) de Oscar Santillán, la mirada del venado frente a un (periódico) desierto, donde propone pensar en la diaria tragedia del olvido, de la fragilidad del conocimiento, de la impotencia del verbo humano esperando al futuro como el horizonte de todos sus accidentes. Casi apuntando al venado, está el dispositivo fotográfico de Santillán que pretende grabar cien años de ínfimos momentos, aguardando el momento en el cual el resplandor deseado aparezca. Es esta frágil estética de la sorpresa, la que interesa a Stéfano Rubira al apropiarse de escombros de la infraestructura urbana como si fueran estos pedazos de cemento el objeto encontrado para reinterpretar los valores de la memoria ausente, para lograr así un equilibrio entre la diversidad de emociones que el material y “lo” inmaterial le otorgan a la obra. Es este juego de presencia y ausencia el que le da sentido a la serie Tumbado de Rubira, como si este hablara del techo que cae encima del cuerpo inerte, diminuto hecho a lápiz, que a pesar del peso material logra una aleteante ligereza.
Con Playlist lo que sucede es por consiguiente algo curioso: la selección de obras hechas por el curador que parte de un impacto explícitamente individual, es sin embargo de índole colectiva. La agorafobia peculiar de Roberto Noboa en 5:30 AM ya se habían ido todos (2008) y Ping Pong y Tenis Rural (2008) pone en escena el horror hermético de una pregunta sin respuesta, que supone a las figuras ausentes, casi en el borde en el que nosotros ondulamos, el momento inquietante de tener que enfrentar un último y único partido. Es ahí, en las ruinas de Noboa, donde todo parece llevarnos a algún significado asegurado, donde no vale más que recurrir a todo lo que no sea familiar, sin tener que olvidar nuestro punto de inicio: la sola y simple imagen.
La consciencia sobre la imagen es también un motivo de peso en la obra del antropólogo X. Andrade, que le paga al pintor de la esquina para que interprete la idea, a partir de láminas escolares, de los problemas sociales como la prostitución, las drogas y el terrorismo. El amateurismo en la factura de estas reproducciones nos pone a reflexionar sobre la responsabilidad del autor con respecto a la imagen producida, pero sobre todo al interés que tenga este para poder llamar esa reproducción, una obra de arte. Ahí, en esa esquina entre Noboa y Andrade, ya hay un intenso intercambio discursivo.
El grupo y el individuo, en un mismo contexto, van moldeando de manera heterogénea, lo que se entiende como identidad, bajo los varios intereses que se conforman dentro de una región en particular. En ”Mi Recinto”, como en los otros capítulos de la muestra, “El paisaje entrópico”, “Noticias de la diáspora” y “Derivas del yo”, se albergan ejemplos de la fauna conceptual de artistas como la Fernando Falconí y su serie Excursiones. Ahí están sus cuadros que, a través de ilustraciones de las que el artista se apropia y que portaron los libros escolares de la mayor parte del siglo XX, descolocan – en su perversidad- la imagen que se pretende mostrar como identidad, en una edad donde los sentidos ya buscan el desvío.
La herencia cultural y sus múltiples raíces que asocia Juana Córdova en su serena y dulce Botica (2007/08) son puestas a prueba sin misericordia alguna con el grotesco de lo marginal de Wilson Paccha. En Descaletados (2007) se arrastran las lavacaras con sangre, al antihéroe local con el pecho flácido le son inalcanzables los zapatos enormes entre una que otra cucaracha. Asociar y disociar todos estos aspectos mencionados, contribuye a la apreciación de esta (bio)diversidad artística propuesta. Otorgarle a Kronfle el título de autor de este espectáculo no es un error; tanto él como el espectador saben que el protagonismo le pertenece a los derives de los artistas y sus reflexiones.
La reconstrucción que el curador hace en Playlist difiere sin embargo de alguna pretendida arqueología de la escena del arte en Ecuador. Kronfle ha escogido estratégicamente el campo 2007-2009, como indica en su condición de cronista, para anotar lo que testificó en carne propia durante la evolución de cada uno de los artistas. Su texto (de)constructor cuestiona escrupulosamente los ejes prioritarios de la producción cultural de nuestra localidad, a su vez afirmando lo que define hoy las características de la misma. My pictures from Ecuador (2009), de Karina Skvirsky Aguilera, quien presenta por primera vez en sintonía de compatriotas parte de su ciclo Memorias del subdesarrollo, es un sencillo y claro ejemplo de la exploración personal del artista convertida en una experiencia general, una distancia acortada entre la historia familiar y la historia nacional, que sin embargo mantienen una intimidad absoluta.
Hacer historia, crear intimidad y distancia, son a su vez un objeto de aproximación virtual, desde la perspectiva anónima de la experiencia única, donde lo real solo es posible a través de un filtro, desde el emocional hasta el digital. Las imágenes extraídas de Google Earth que trabaja Pablo Cardoso en el conjunto de acrílicos Nowhere (2008), me recuerdan a las primeras tomas de películas como The Birds, de Hitchcock, The Shining, de Kubrik o Ghost Dog, de Jarmush. Los particulares protagonistas en cada una de ellas se encuentran perdidos en el paisaje miniatura, mientras el espectador trepado en la periferia, intenta atravesar su condición vertiginosa, suicida. Eso de que “de este mundo no podemos caernos”, el sentimiento de indisoluble comunión, de inseparable pertenencia a la totalidad del mundo exterior, es para Freud motivo de penetración intelectual a urgencias mucho más religiosas, oceánicas. Por lo menos hacia el exterior, consuela el psicoanalista, el yo parece mantener sus límites “claros y precisos”.
Una oferta como Playlist puede entonces ser rescatada de un clima de aceptación y complacencia generalizada, pues a pesar de tener una estructura formal fiel a los principios del placer, es parte de esa larga pugna de “validación” de las prácticas contemporáneas en el arte ecuatoriano. El fondo de las polémicas de nuestra cultura sigue siendo una confrontación de paradigmas, de los cuales Kronfle se separa, sin aislarse en caprichos. Repeat, Repeat one, Random; revisando y repitiendo los encuentros es como se persigue una respuesta determinada a este testimonio de obras como -y con esto no alargo el abrebocas- el laberinto de Manuela Ribadeneira, Change is round the corner (2009).
Típico en cualquier discurso de revoluciones, el radical e insuficiente “el cambio está a la vuelta de la esquina”, aparenta también una transparencia de juegos infantiles. Que sea esta frase, la que abre/cierra las puertas a los espejismos (no son espejos, sino un dominó de acero inoxidable… vaya material para remitirme a la inquietante eternidad) de Ribadeneira, recuerda a lo que dice Borges sobre el laberinto; y es que según él, el laberinto definitivo no es aquel en el cual uno se pierde, sino aquel del cual uno jamás volverá a salir.
María Inés Plaza Lazo
Munich-Cuenca-Guayaquil, invierno 2009/10
Munich-Cuenca-Guayaquil, invierno 2009/10