martes, mayo 18, 2004

La Bienal del Whitney – del compromiso a la banalidad.
Por Rodolfo Kronfle Chambers 18-05-04

La célebre muestra del Museo Whitney persigue erigirse como la más completa vitrina de la escena artística estadounidense. Justamente en la aparente pluralidad de su selección radican sus contradicciones.

Una vez finalizado el largo recorrido a través de más de 300 obras de 108 artistas me embargó una sensación de empalago, como si hubiese festinado en exceso de un gran y variadísimo buffet. El problema que causa la indigestión es la mezcla de sazones incompatibles que preparó el trío de curadores a cargo de esta edición.

Más allá de la toma de posición que uno espera en una selección, la percepción que tengo es que los responsables quisieron contentar a todos los gustos y evitar herir susceptibilidad alguna. El show no causa incomodidad y prácticamente ninguna de las obras escogidas tiene la potencialidad de enfrentar las posturas personales del espectador, causando en él una respuesta un tanto anodina. Es interesante por otro lado la manera en que los curadores proponen la obra actual como portadora de miradas a la cultura de los años sesenta, por el supuesto compromiso político, la emergencia de la cultura pop, las prácticas conceptuales o el Minimalismo.

Estéticas sin éticas.

En un tiempo tan álgido como en el que vivimos el arte debe sacudirse de su neutralidad ética, y en esta Bienal los grandes temas brillan por su ausencia. Un sinnúmero de propuestas están ligadas al microcosmos de los intereses del artista, muchas veces en niveles de especificidad rebuscados entre distintas ramas: arte, moda, música, cine, drogas, videojuegos, literatura, y sus subculturas asociadas. Esto presenta obvias dificultades en la capacidad de lectura del espectador promedio, que podrá penetrar en las obras en tanto y en cuanto sus consumos culturales estén conectados con los del artista. Así por ejemplo si uno no está sensibilizado a la estética “goth” del heavy metal de la era de la banda Judas Priest, no podrá comulgar con la experiencia que propone Banks Violette. Por otro lado Cory Arcángel se presenta como un “hacker” que interviene el paisaje digitalizado de un clásico juego de Nintendo y lo convierte en una instalación, su estética se basa en el tipo de lenguaje generado por equipos electrónicos que han sido hitos de la era informática.

Algunas de estas obras se disfrutan, nos embelesamos con su ingenio, pero nos presentan el problema de la dificultad de trascendencia de las narrativas privadas y herméticas, solipsismos que hurgan además en lo más intrincado de los registros culturales, y que son muy comunes hoy en día. Como lo pone David Joselit – profesor de historia del arte en Yale- “el arte relevante debe hacer el viaje de la obsesión privada al discurso público”, lo cual nos deja la tarea de separar la paja del grano, quienes lo logran y quienes no.

Se proponen obras que veo como nuevas decadencias en un paralelo a las excentricidades y lujos de la vida contemporánea americana, piezas que se presentan vacías de conciencia colectiva pero que a su vez son sintomáticas de la sociedad, víctimas de las trastocadas escalas de valores, de su momento histórico, y que enarbolan –en cuanto al arte- todos los post posibles. David Ahjmet presenta cuerpos de bestias ficticias en estado de descomposición, jugando con la fascinación americana por los mitos folclóricos como el hombre lobo; pero engalana estos cadáveres con un sentido chic empleando exuberantes materiales que contradicen el proceso orgánico de putrefacción, y que aluden a distintos imaginarios, desde la escultura minimalista hasta las boutiques de lujo que se emplazan a pocos metros en la calle Madison. De Assume Vivid Astro Focus tenemos una alucinante e inolvidable ambientación, una oda a la sociedad del espectáculo, que se reafirma en una vertiente de arte pop que en las actuales circunstancias se presume inagotable, con mayor razón si es vista en Nueva York, el epicentro del capitalismo mundial y de la avaricia corporativa. Cabe aquí una reflexión de Suzi Gablik: “El arte que se afinca firmemente en un mundo de superabundancia y exceso –y finalmente, de superfluidades- difícilmente servirá como un modelo de resistencia cultural.”

Rescato en casi todo lo visto la solvencia de su relación de medios y su construcción formal, aunque la meticulosidad de lo manual en algunas de ellas nos distrae de su propósito y nos lleva a preguntarnos si se plantea como un fin en sí mismo (¿arte o artificio?).

Una Bienal, dos caminos.

Para mi lo más contradictorio de este evento reside en la presentación de dos paradigmas completamente opuestos en la manera de abordar el arte. El primero el de “el arte por el arte” que presenta obras autosuficientes (Hockney, Martin, Blair, Hodges, Mangold, Tomaselli, Kusama, Owens, Hay, Siena y otros) sin ninguna capacidad de movilizar un juicio o una reflexión, ni jugar un papel –por más ínfimo que sea- dentro del contexto cultural que se presenta. El segundo el de un arte que dialoga con las realidades que lo rodean, los más notables Sam Durant, Emily Jacir, Glenn Kaino, Andrea Bowers, Mary Kelly y Marina Abramovic. A pesar de que el escogimiento de obras en la primera línea me parece inapropiado como señalamiento de la situación actual del arte, más escozor me causa el hecho de que -viviendo aquel país una situación política tan apremiante y donde su mismo pueblo, a más de la entera población mundial, comenta los desaciertos de su gobierno- el equipo curatorial haya presentado una selección de atenuados contenidos, planchada y empacada pulcramente para no levantar polémica por ningún lado. Una excepción sería –y esto dentro del ciclo de filmes, proyectados lejos de las salas del museo- la inclusión del fabuloso documental titulado The Weather Underground de Sam Green y Bill Siegel, que tuvimos la oportunidad de ver en el reciente festival del MAAC cine.

Se ha obviado todo intento de una seria autorreflexión como nación, a pesar de hallarse en el banquillo de los acusados del tribunal mundial de la opinión. Me rehúso a pensar que en los Estados Unidos no exista un tipo de arte contestatario y que persiga remover conciencias, simplemente no se le ha dado espacio. Esta percepción coincide con la de Scott Rothkopf, editor de la revista Artforum, quien señala que “la mayoría de lo que se exhibe luce totalmente sin compromiso cuando se compara con el arte socialmente responsivo que prevalece en la escena internacional. Algunos pueden considerar esta postura como una abdicación de las responsabilidades críticas del arte.” Así parece.

La siguiente página web fue diseñada para complementar la exhibición, recomiendo su visita: http://www.whitney.org/biennial/


En esta obra del artista japonés-americano Glenn Kaino se mezclan referencias de las culturas orientales y occidentales, en un gigante jardín seco se construye una enorme fortaleza evocativa de la engañosa Ciudad Esmeralda del Mago de Oz. Una metáfora de “la riqueza capitalista o la sede del poder político” y que aparenta inducir a la meditación -dado lo frágil de esta Babel de arena- de que ningún imperio es invulnerable.



Andrea Bowers transcribe en cuidadosos dibujos fotografías que contienen demostraciones colectivas de activismo y de resistencia, comentando a la vez como los medios de comunicación no pierden la oportunidad para banalizar una aparente causa noble.


Esta habitación diseñada por assume vivid astro focus sirvió como escenario para un performance del grupo Los Super Elegantes. Los diseños que tapizan por completo paredes y pisos varían según la frecuencia de las fluctuantes luces, presentándose como un ejercicio exuberante de psicodelia. En la obra confluyen todo tipo de referencias culturales, enfatizando la interrelación de toda esta información en el panorama del diario vivir.


Esta destruida batería se presenta dentro de una instalación que hace referencia a los rituales satánicos y suicidas de rock metálico. El artista Banks Violette explora en sus oscuras narrativas las obsesiones juveniles y las construcciones fantasiosas en la iconografía asociada a estos géneros musicales.



El artista Erick Swenson juega con los efectos de ilusión que generan sus esculturas hiperrealistas. Contrasta su meticulosidad escultural con el diseño de la alfombra, casi imposible a simple vista de constatar su artificialidad, ya que se trata de una impresión hecha por computadora y no de un textil tejido. Vemos aquí la condensación de un momento dramático en que un venadito despoja a sus cuernos del terciopelo que los envuelve.