viernes, julio 21, 2006

Patricio Palomeque
Centro
Proceso Arte Contemporáneo
Casa de la Cultura - Cuenca





Me gusta pensar que los géneros en la pintura no están demodé, sino más bien permanentemente reinterpretados y actualizados en sus significancias según los contextos que los enmarcan. La serie Centro de Patricio Palomeque se inscribe para mí dentro de la noción del paisaje, pero un paisaje deslindado de sus asociaciones tradicionales. Este conjunto de fragmentos citadinos configura un panorama que se desdobla y expande en un tratamiento de carácter instalativo, creando así un ambiente envolvente que sitúa al espectador como un pivote óptico en el medio, es decir nuestra mirada como un tropo de la situación geográfica de este núcleo urbano que con impulso de taxonomista reconfigura el artista.

La visión de origen fotográfico –trasladada en impecable proceso serigráfico a tablones de madera- nos sugiere una aproximación documental al casco céntrico de Cuenca que nos puede llevar a meditar, en primera instancia, sobre el devenir de la arquitectura patrimonial (o simplemente añeja) dentro de los procesos de regeneración urbana cada vez más acentuados en el país y el mundo.




Los efectos de gentrificación y transformación del paisaje urbano –revitalización o decadencia implícita en la reestructuración económica y espacial- pueden a nivel de reflexión cerrar la brecha que a nivel conceptual produce la convergencia en el plano visual de dos técnicas cuyas temporalidades y asociaciones históricas se contraponen: el pan de oro como símil del esplendor colonial entra en tensión, como fondo de contraste literal y metafórico, con el registro fotográfico reciente de las edificaciones retratadas; la fricción adicional producida en la conjugación de estas técnicas manuales y mecánicas es resaltada además a nivel de composición, en la cual se propone no la monotonía -a pesar de una evidente racionalidad estructural- sino un sincopado esquema visual de ritmos, marcados tanto por las bandas de color dorado como por los reflejos a modo de espejos entre las imágenes.




Respecto a esta aproximación formal vale notar como el arte contemporáneo muchas veces evidencia la porosidad de los diversos registros que componen el amplio ámbito de lo visual, donde una multitud de fuentes estéticas contemporáneas e históricas configuran los flujos de múltiples vías que empapan con sus referencias y se infiltran en cualquier medio, incluidos los tradicionales como la pintura. El caso de esta nueva aparición de Palomeque se hibrida incorporando sensibilidades derivadas de imaginarios propios de la música electrónica, propiciando un guiño específico al modelo expresivo contenido en el video clip del tema Star Guitar del dúo británico Chemical Brothers; el artista reinterpreta lúcidamente en la bidimensionalidad estática de estos paneles el tipo de progresión reiterativa de imagen-movimiento de la obra referida (cuyas secuencias aparecen en permanente loop), una suerte de traducción si quiere que da cuenta de la promiscuidad inter-estética actual entre las más heterogéneas manifestaciones culturales.

Es interesante reparar sin embargo en este asunto como algo más profundo, situándolo en un territorio expandido de entendimiento del fenómeno de “traducción cultural”, que aquí acontece inmerso en un proceso de aculturación pero que incorpora además un elemento de contestación, y que se da en la irradiación global de esta manifestación cultural que nace en las ciudades post-industriales europeas y que se adapta a un enclave citadino de origen colonial relativamente reducido en el corazón de los Andes. Al aplicar estos imaginarios estéticos combinados con los locales (el pan de oro o la arquitectura vernácula) el artista entabla –concientemente o no- una forma de negociación, una transacción donde incluye elementos claves de “diferencia”, es decir que su adaptación no tiene afanes de parecerse al original; como sugiere Gayatri Chakravorty Spivak la traducción es un modo de acercarnos a los límites de nuestra propia identidad.[1]





Por otro lado, en aspectos epidérmicos más evidentes, vínculos estrechos entre la pintura y la música se han dado siempre, recordamos por ejemplo la correspondencia del boggie-woogie y bebop en Mondrian y Pollock respectivamente; en una hipotética genealogía de estos diálogos podemos dar varias zancadas hasta al video-scratching (una suerte de aparejamiento rítmico de las imágenes al tempo de la música) como recurso influyente en el proceso de Palomeque, convertido aquí más que en productor en “intérprete”.

En resumidas cuentas Centro es una invitación a pasear mediada por los ojos de un nativo, es decir un recorrido por parajes que han sido subjetivados por una mirada curtida en la experiencia de estos sitios y filtrada por consumos (contra) culturales que los resignifican. Si hay algo que esta serie pone en evidencia es la dificultad de caracterizar a una ciudad de una manera determinada (¿la corteza de la Cuenca colonial puesta en entredicho?) ya que su tejido cultural está compuesto de una compleja mezcla de identidades múltiples.

Rodolfo Kronfle Chambers
Guayaquil, 3 de julio del 2006
[1] Recomiendo el tratamiento del tema contenido en el ensayo Traduciendo posiciones – sobre coyunturas postcoloniales y entendimiento transversal de Encarnación Gutiérrez Rodríguez publicado en http://translate.eipcp.net/transversal/0606/gutierrez-rodriguez/es

martes, julio 18, 2006

prácticas al margen / estéticas en construcción

El desarrollo tecnológico y el devenir artístico han sido fenómenos indisociables en la historia d ela humanidad, sin embargo, quizá los alcances de esta alianza no han generado rupturas tan ostensibles y desestabilizadoras como las iniciadas hace poco más de cuarenta años con la eclosión de tecnologías de registro y transmisión audiovisual orientadas hacia usos masivos.

En ese momento, la inserción en el mercado de cámaras portátiles y de uso doméstico fue aprovechada por figuras ya míticas en las artes visuales contemporáneas y específicamente en el ámbito del videoarte, como el coreano Nam June Paik y el alemán Wolf Vostell, para trastocar los mecanismos de la cultura mediática contemporánea y del sistema artístico mismo. Al margen de la institucionalidad telecomunicacional y artística, emergió un terreno de exploración fértil, que se mantiene activo hasta nuestros días.

Partiendo de la capacidad de experimentación con recursos inusitados en materia de registro y procesamiento de imágenes, la intersección arte-tecnología-telecomunicación, ha abierto una brecha en las artes visuales contemporáneas caracterizada entre otros aspectos, por el establecimiento de una estética que se mantiene siempre en estado de construcción y que de un lado ha posibilitado formulaciones frescas en lo relativo al carácter procesual de las obras y en la participación de los espectadores, y de otro, ha desencadenado una alteración significativa del estatus del arte y del artista que cada vez con mayor fuerza desafía las expectativas y consabidos tradicionales de la institucionalidad artística.

Esta condición de construcción permanente desde los márgenes del status quo, es quizá más palpable en las artes visuales latinoamericanas, que en conformidad con las particularidades histórico-culturales de la región, han hecho visibles sus incursiones en la exploración videoartística hasta hace pocos años.

Así, esta singularidad temporal, sumada a las múltiples y polifacéticas preocupaciones que históricamente han caracterizado a las artes visuales latinoamericanas, a las escasas plataformas con que cuenta la región en materia de formación didáctica, insumos para la producción videoartística, su difusión y circulación, así como a la gama de posibilidades inexploradas y que se incrementan cada vez con mayor celeridad con la eclosión de los sistemas digitales; sitúan la videocreación latinoamericana como uno de las vetas de las artes visuales contemporáneas más experimentales, propositivas e innovativas.

El margen como zona de una estética en construcción, puede entonces ser postulado a partir de consideraciones histórico-culturales, geopolíticas y artísticas, como una metáfora de aproximación al videoarte latinoamericano y a aquellos aspectos que le singularizan de la producción videoartística internacional.

Por ello, proponemos la realización de prácticas al margen / estéticas en construcción, muestra que pretende articular de forma sugerente y provocativa videocreaciones de cinco artistas latinoamericanos, con el fin de generar una plataforma para el encuentro, visibilización y reflexión del trabajo realizado en la región a partir de la confluencia arte-tecnología-telecomunicación.

La muestra se presentará de forma simultánea en Venezuela, Ecuador, Panamá, El Salvador y Guatemala, entre julio y agosto de 2006.

María José Monge


Óscar Santillán
Los Jornaleros
Video – 3´33´´
2006




Esta obra de Óscar Santillán parte de una veta cada vez más notoria en el arte guayaquileño actual, un filón interesado en remover contenidos históricos sedimentados para repensarlos, reinterpretarlos y volverlos materia de conocimiento que nos permita miradas más reflexivas hacia el devenir de nuestra situación actual.

El video –como ya es característica en la obra de este artista- incorpora referentes artísticos y culturales de imaginarios locales, los cuales son re-contextualizados en circunstancias que connotan lecturas ampliadas, que desbordan los sentidos iniciales que cada uno sugiere, y que logran activar nuevas y pertinentes significancias en los mismos.

En el caso de Los Jornaleros Santillán amalgama tres elementos que se vuelven instrumentales en una suerte de aventura de descubrimiento. Sitúa al espectador en medio del entorno natural de un sembrío de cacao, producto clave en la historia económica del país, y cuya exportación a fines del siglo XIX –apalancada aún entonces en estructuras de carácter feudal- jerarquizó a una floreciente clase social; su notoriedad y dispendioso estilo de vida –compartido entre las haciendas y Paris- les ganó el mote, aún empleado en el habla popular, de los “gran cacao”. Las desorientadoras tomas nos devuelven repentinamente el atisbo de lo que en principio presumimos como unas ruinas, de aquellas que los aventureros han reclamado de la selva luego del declive de una civilización. Pronto deducimos que se trata, luego de una mejor inspección, del emblemático monumento a Eloy Alfaro (1842-1912) del escultor comunista Alfredo Palacio, uno de los íconos urbanos más importantes de Guayaquil y cuyo emplazamiento actual acusa la contaminación visual propia del desarrollo de la urbe.

Llegado este punto debemos tener presente que la obra se enmarca dentro de coordenadas históricas que, más allá de la inminente reubicación física del monumento al pie del puente de la “Unidad Nacional” (puerta de entrada a la ciudad), nos enrostran el fallido devenir del ideario que encarnó este ex-presidente del Ecuador, catalogado como el gran transformador de la nación, y recientemente elegido como “el mejor ecuatoriano” de todos los tiempos. Alfaro fue un militar y político que luchó por la integración de este país que ahora se debate en una fragmentación y “disolución ética” cada vez más acentuada, y como precursor de la Revolución Liberal logró la separación entre Iglesia y Estado, cuestión que en la práctica sigue siendo un asunto dudoso.

Justamente por aquello es que interpreto como un gesto irónico la tonada de música sacra que sirve de banda sonora a estas escenas, donde “El Viejo Luchador” es devuelto al entorno rural donde los montoneros gestaron las batallas que dieron paso a unos cambios radicales (derecho a la educación, modernización del estado, avances en los derechos de los grupos marginados, etc.) que hoy lamentamos como perdidos en la historia. Nos recuerda tal vez que el espíritu de rebeldía ante la tiranía que lo caracterizó brilla por su ausencia en la actualidad, dadas las aparentemente inocuas formas de resistencia ante la descomposición de nuestros países.

Estas referencias y las implicaciones que entre ellas articulo deben ser, sin embargo, digeridas con cautela, ya que en mi opinión Santillán opera desde presupuestos más de corte sugerente que taxativo, donde se dice y no se dice, y aquello otorga un carácter abierto y de libre asociación a este trabajo, cuyo potencial de interpelar hechos históricos nos devuelve lecturas ambiguas y hasta potencialmente contradictorias, oscilantes entre la celebración, el lamento o la condena. (Santillán articula además un par de guiños cinematográficos, referidos a escenas de filmes como El Planeta de los Simios y La Mirada de Ulises de Theo Angelopoulos, donde aparece un barco de carga que transporta un desmontado monumento a Lenin).













Mientras que por un lado este trabajo enfatiza el desmoronamiento de grandes relatos locales en los órdenes religioso, político, social y económico, por otro aparenta afirmar su draconiana o paticoja continuación a través de variopintos “subproductos” de diversa índole (entre estos, por ejemplo, el surgimiento del Movimiento Bolivariano Alfarista, una agrupación política de reciente data que enarbola el espíritu de grupos de izquierda subversiva y extra-parlamentaria, que fueron eliminados en los años ochenta, como Alfaro Vive Carajo).

Y si esta obra se presta para interesantes lecturas a la luz de las diversas tesis del “fin de la historia” -desde Georg Hegel, pasando por Alexandre Kojève, hasta Daniel Bell y Francis Fukuyama- no deja de instarnos en este “re-descubrimiento”, con un dejo de optimismo, a incidir en sus procesos. Su mensaje pareciera decirnos que el devenir de las luchas -siguiendo la filosofía temprana de Toni Negri- está siempre abierto, nada está predeterminado, y la realidad está ahí para intervenir en ella.

Rodolfo Kronfle Chambers
Guayaquil, 2 de junio de 2006