sábado, abril 10, 2010

Hacia el abismo...- Carta de María Belén Moncayo

Nota del editor:
Recibí esta carta de María Belén Moncayo dirigida a un grupo de sus conocidos.  Hace rato lamento la crispación, pérdida de civilidad y carencia de sentido común en el medio cultural local por lo que pedí su autorización para publicar sus reflexiones en este espacio. Vale la pena su lectura.
RK
 
Estimad@s:

Desde la temporada de la última Bienal de Cuenca hasta la fecha mis ojos y mis oidos se han saturado de episodios, anécdotas, textos, e-mails y mitos sobre la gestión personal e institucional, pública y privada cultural del Ecuador.

Con profunda tristeza llego a concluir lo que ya venía atisbando hace mucho tiempo:  Los yahoogroups, los bares, los after parties, los conversatorios, los plantones han buscado todo excepto el bien común.

Cuando digo profunda tristeza no quiero ser irónica, quiero expresar lo que en honor a la verdad siento.  Una de las razones fuertes de mi existencia es trabajar junto al arte, siento que éste es una de las últimas herramienta para el ejercicio de la libertad que le queda al ser humano.  Me duele, entonces, ver que en mi país lejos de ser una vena de libertad es una plataforma de esclavitudes:

- la estrechez de miras que lleva al fanatismo,  es una forma de esclavitud
- el cerrarse al diálogo, es una forma de esclavitud
- la acumulación de poder a través de la palabra, de un cargo político, de un cargo institucional, es una forma de esclavitud
- las discusiones bizantinas que no construyen nada y que destruyen lo poco que  hay, son una forma de esclavitud

Qué triste es saber que las discusiones profesionales de reputados personajes del arte contemporáneo del Ecuador se llevan a cabo en barras de bares, con ingestas de alcohol de por medio y con palabras disonantes entre las partes.

Qué triste es saber que cuando está a punto de situarse un diálogo entre partes adversas, alguna o ambas se echan para atrás.

Qué triste es saber que algunos curadores, decanos de escuelas de arte y funcionarios de instituciones culturales no creen en la construcción de público en el Ecuador y que arman sus proyectos con un afán de engrosar su curriculum y por lo tanto de acumular poder.

Qué triste es saber que algunos gestores y actores de arte se autoproclaman anarquistas, se quejan de todo y no tienen una agenda de acción y no se ven sus huellas por parte alguna.  Qué triste es ver que su anarquía tiene como fecha de caducidad el siguiente concurso de arte, premiado con activos, al que vuelven una y otra vez a la vez que lo interpelan por toda la eternidad.

Qué triste es saber que las discusiones en los yahoogroups no han construido absolutamente nada en favor de la comunidad ecuatoriana, y por el contrario sirven para que los unos a los otros se disparen improperios destructivos.  Qué bueno es para mí haber dejado esa práctica destructiva hace tiempo ya.

Qué triste es saber que el arte contemporáneo de este país no representa absolutamente nada en el ecuatoriano promedio y que por ende la escena artística es solamente inteligible pero no tangible.

Qué triste es saber que algunos artistas no sientan que el arte puede ser una experiencia de cambio social y político, verdadero y pronfundo.

Qué triste es darse cuenta que ni siquiera era meramente económico el problema del arte ecuatoriano.  Es triste saber que países con un PIB inferior al del Ecuador tienen institucionales públicas y privadas dedicadas a la cultura bastante más sólidas que las nuestras.

Qué triste es ver que la gran mayoría de proyectos artísticos que se ponen a disposición del consumo de la comunidad no parten jamás de una política de audiencias y por ende su existencia es endogámica.  Es agradable ver a los amigos de siempre en estas plataformas.  Es triste mirar a los costados y encontrar el espacio vacío.

Qué triste es percibir que muchos proyectos artísticos tienen pretensiones de sociales, políticas y antropológicas que cuando se les rasca un poquito salta a todas luces una pátina de vacuidad; un deseo de contemporaneidad por deseo de contemporaniedad; un receptáculo de los dos mil libros leidos en la universidad por un afán academicista.

Qué triste es darse cuenta que algunos proyectos que persiguen ser socialmente incluyentes derivan en un conversatorio donde ese "otro" lo último que se siente es incluido y termina por desplegar los procedimientos apropiados que los intelecutales no tuvieron en cuenta.

Qué triste es saber que una de las maneras de calificar positivamente la gestión de una autoridad institucional de cultura del Ecuador sea la cantidad de gente que visitó su espacio en un año.

Qué triste es saber que aquellas personas cuya corrupción puede ser legalmente probada ocupan aún cargos públicos culturales.  Pero más triste saber que su cargo nunca fue reclamado con dignidad y propuestas por una comunidad artística unida y que por ende esta fue cómplice de esta mediocridad.

Qué triste es probar paso a paso que el gran problema que le atraviesa al artista visual ecuatoriano es su nulo sentido de comunidad que deriva en disputas regionales, en sospechas entre norte y sur y en obstáculos que diluyen aún más el panorama que ya es nebuloso.

Qué triste es percibir que el amarillismo mediático, del que los artistas han sido juez y parte, le haga pensar a sus consumidores que los proyectos que han sido públicamente censurados, que los artistas que escriben con más ironía y que los "artistas que triunfan en el exterior" son, entonces, dignos de atención. Y triste además porque solamente cuando estos escándalos se catapultan las obras empiezan a existir.

Qué triste es darse cuenta de que la primera pregunta de un artista a un galerista es ¿me vas a dar el cóctel?.  Qué feliz sería la pregunta ¿Qué política de audiencias tienes?

Qué triste es percibir que algunos gestores y actores culturales se incomodan si su nombre figura en la lista de ganadores de fondos concursables del Estado, quieren el dinero, pero no ser parte del proyecto nacional.  Qué tristes comentarios de quienes no ganaron el concurso, no construyen nada.

Qué triste es recibir boletines de prensa, comunicados, dossiers, cartas institucionales provenientes de gestores y actores culturales que revelan una ausencia total de estima por su trabajo.  Qué triste es recibir materiales desprolijos, incompletos.  Igualmente triste ver montajes espectaculares cuyas cédulas son un atentado al lenguaje.

Qué triste es llegar a tener como política la duda y la sospecha porque el denomidador común se haya vuelto "yo te ofrezco, busca quién te de".

Qué triste que todos los días se oigan casos de artistas que entre sí eran amigos del alma y que ahora el arte los ha dividido.  No buscaron el bien común, se cerraron al díalogo y ahora gastan su tiempo de creación en atacarse públicamente los unos a los otros.

Qué triste darse cuenta que la única posibilidad de que el arte contemporáneo pueda llegar a tener una mínima resonancia en la esfera pública radica en que el Sistema Nacional de Cultura funcione.  Si no funciona ¿Hay agendas alternativas?

Con el corazón espero que este panorama del arte contemporáneo del Ecuador pueda cambiar y dar un paso adelante, dejar atrás el oscuro pasado e ir de una manera sensible e inteligente; hacia una instancia en que la agencia de los artistas haya creado el bien común de la comunidad artística y que de esta manera su trabajo afecte positivamente a la ciudadanía.

Enhorabuena por quienes puedan tener una mira de amplio espectro para ir más allá.

María Belén Moncayo
Quito - Ecuador

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