viernes, septiembre 12, 2003

¿Y a eso le llaman arte?
Por Rodolfo Kronfle Chambers 12-09-03


Un niño de tres años pinta mejor. Yo también puedo hacer eso. No entiendo qué significa. Antes hacían cosas más bonitas. ¿Ha hecho usted alguna vez estos comentarios? Pues no está solo, estas y otras perlas son respuestas muy frecuentes ante el arte contemporáneo (inclusive ante gran parte del arte del siglo XX). Un par de años atrás escribí en este diario acerca del grado de divorcio que existe entre el público y el arte actual, explicaba que aquello no se remedia con una charla inductora o con una explicación superficial, las bases para experimentar a conciencia -plena y profundamente- el arte contemporáneo se deben construir.

La historiadora española Anna María Guasch lo pone de esta forma: “…para llegar a captar el sentido de la obra de arte es imprescindible crear un telón de fondo teórico, una base de información cultural, una atmósfera de teoría artística en la que se pronuncien los discursos significantes.” Parte de palabras del filósofo y crítico Arthur Danto: “Ver algo como arte requiere algo más que el ojo no puede percibir, una atmósfera de teoría artística, un conocimiento de la historia del arte, un trabajo de sentido mediatizado por la inmersión en un sistema de referencias múltiples y complejas, una cultura, una atmósfera teórica.”

Si carecemos de estas herramientas nuestra lectura de una obra de arte será superficial, o a lo mucho incompleta. Algunos artistas son co-responsables del aura de escepticismo hacia el arte contemporáneo, al ser ellos mismos deficientes en los requisitos señalados con la consiguiente producción de obras de dudoso valor, y claro está a veces pasan gato por liebre en una escena donde, si no se posee los fundamentos para juzgar, todo parece ser valedero. Ninguna época ha estado exenta de obras buenas, mediocres y malas.

No se trata de estar de acuerdo o no con el arte contemporáneo, se trata de saberlo aquilatar con los argumentos necesarios, sea o no sea de nuestra particular preferencia. No se puede desdeñar algo por el simple hecho de parecernos hermético. Para apreciar cualquier tipo de arte debemos ponernos el traje de su tiempo, tratar de penetrar en su zeitgeist, el espíritu de los factores que lo conformaron y le dieron vida. Lo mismo aplica para analizar los testimonios de nuestras culturas aborígenes, para admirar un fresco del Renacimiento, para entender porqué Tony Shafrazi inscribió un grafito sobre el Guernica, o para experimentar lo más reciente que nos ofrecen las artes visuales

Más allá de esto, juzgar en el presente el arte actual nos presenta un problema que se ha repetido siempre: no poseemos la perspectiva histórica para analizar esta producción con “garantías de objetividad y rigor”, como comenta Guasch al concluir que “paradójicamente esa coetanidad fragmentada y no historiada, tan sólo reflexionada o criticada, tiene como consecuencia el alejamiento de una parte del público de la creación artística de su época. Este público no reconoce como suyo el arte de su época, actitud de la que deriva el rechazo o cuando no una cierta acusación de ininteligibilidad…”. Pretender dar muerte anticipada a lo que conocemos como arte contemporáneo y aspirar un retorno hacia algún idílico Belle Epoque resulta entonces una actitud miope. El curso de las cosas, que de por si es complejamente ramificado sólo puede ser influenciado por las decisiones individuales de los artistas.

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