Curaciones
Por Rodolfo Kronfle Chambers
La imagen verdadera del pasado pasa de largo
velozmente. El pasado sólo es atrapable como la imagen
que refulge, para nunca más volver, en el instante en
que se vuelve reconocible…Porque la imagen verdadera del
pasado es una imagen que amenaza con desaparecer con
todo presente que no se reconozca aludido en ella.
Walter Benjamin
Hace poco más de tres años Stéfano Rubira (Guayaquil, 1978), uno de los miembros del colectivo porteño Lalimpia, comenzó a producir una serie de obras agrupadas bajo el título Curaciones. La aparición de las mismas se ha venido dando de manera intermitente en distintos salones, muestras y eventos, y por ende -dada esta dispersión- no se había provisto la oportunidad para lograr un acercamiento crítico y reflexivo hacia dicho trabajo. La presente muestra en Proceso Arte Contemporáneo pretende “desfragmentar” la propuesta de Rubira en este período y presentarla como un cuerpo significante que se densifica como conjunto, a la vez que brinda un cierre a esta línea de producción.
La característica formal más saliente de estas pinturas tiene que ver con el material empleado en las representaciones, el tono púrpura de casi todas ellas se debe al empleo de la violeta de genciana, un líquido de uso farmacéutico de propiedades antisépticas y cicatrizantes.
El primer cuadro en que sustituyó la pintura a favor de dicha sustancia fue con el que participó en el Festival de Artes al Aire Libre en Guayaquil (Sin Título, 2004[1]). Esta convocatoria se desarrolla en el Malecón de la ciudad, un sitio cuyo valor emblemático y potencial significante ha sido estratégicamente capitalizado por varios artistas en cada edición del certamen. La pintura de Rubira representaba la marcha de la clase obrera de 1922 cuyo trágico desenlace represivo inspiró más tarde la novela Las cruces sobre el agua (1946) de Joaquín Gallegos Lara (1911-1947), una de las novelas de corte político-social más relevantes de la literatura ecuatoriana.
A pesar de que los procesos de este artista están alejados del cálculo frío y metódico para generar lecturas determinadas, era inevitable, al verlo pintar a pocos metros de donde décadas atrás un número no determinado de cadáveres fueron arrojados por los militares al río Guayas, reparar en aquello como un gesto calculado que sin embargo invocaba de una manera poética un hecho histórico subvalorado y hasta manipulado, un acontecimiento sujeto a reivindicaciones aún latentes en el contexto político actual. La carga semántica del método “medicinal” de representación -conjugado con la imagen que reprodujo- derivó en un acto catártico, en un ímpetu metafórico para lograr sanar heridas.
A partir de entonces Rubira comienza a hurgar en el potencial lírico que evocan determinadas fotografías históricas extraídas de fuentes documentales, al tiempo que explora, en un sentido similar, acontecimientos que han marcado de manera muy íntima su propia biografía, estas otras imágenes salidas del álbum familiar. Una mirada al conjunto de la serie Curaciones devela dicho paralelo, en el cual estos ámbitos – el colectivo y el individual, el público y el privado- comparten la noción de experiencia traumática, siendo su mecanismo de abordaje, su aproximación “terapéutica” si se quiere, el recuerdo; y a ello se debe, probablemente, la reiteración de varias imágenes de este peculiar atlas[2] en distintas obras[3].
Así como podemos proyectar la imagen de la línea del ferrocarril y su deterioro posterior como una evocación del derrumbe del ideario Alfarista, igual podemos imaginar aquella instantánea de un Rubira adolescente, medio cuerpo inmerso en una piscina bautismal junto al pastor de su Iglesia Evangélica, como el germen imperativo –luego trunco- de creer en una fuerza mayor. O la forma como podemos contrastar el yermo paisaje de un Guayaquil hecho cenizas luego de uno de los voraces incendios de antaño, ante rincones deshabitados de la casa de su familia. El hecho de que el artista utilice como soporte de algunas pinturas sábanas de hospital, de manicomio, y en ciertas instancias hasta las propias, nos refuerza la idea de que cada episodio encierra potencialmente una patología que se explora en los territorios de la memoria, y por asociación en las intensidades propias del campo de los sueños, además de plantearse –en sus propias palabras- “como una forma de insertar al individuo en el cuerpo social.”
De esta forma se genera en estas citas una reinterpretación de la historia como vivencia emocional, cuyo contraste con el presente abre la posibilidad de proyectar sus contenidos hacia temas sociales. En la ambigüedad de este uso referencial, la historia -suspendida, levitada, espectral y desvaneciente- confirma su rol como productora de subjetividades y procesos de identificación. Aquí la historia deja huellas, corroe y carcome, y esa impronta parece expresarse además en unas sutiles intervenciones que ha realizado Rubira en el mismo espacio expositivo: unos “hongos” color púrpura (como los que aparecen en algunos de los cuadros) se cultivan en rincones de la galería, proyectan su expansión a pesar de la paradoja que encierra el ser simulados con la violeta, un conocido agente antimicótico.
Es pertinente identificar además que de alguna u otra forma manifiestan su presencia las tres instituciones productoras de identidad fundamentales en la antigua construcción del sujeto: religión (su bautizo), patria (su jura a la bandera) y familia (detalles de su casa), instituciones cuya autoridad desgastada ha desatado crisis identitarias generalizadas. Considerando aquello bien podríamos enfrentar esta obra como una plataforma reflexiva que permita situar nuestra propia experiencia en relación a la influencia que estas tres narrativas maestras han tenido en nuestra propia conformación como individuos (y como nación si las proyectamos transversalmente a través del catalejo de la historia), y permitir ver nuestro propio reflejo -colectivo como sociedad e individual en nuestra intimidad- en el espejo de Rubira.
Guayaquil, 1 de septiembre del 2007
[1] Esta pintura se arruinó ya que por la volatilidad de la violeta de genciana la imagen terminó desapareciendo (lo mismo pasó con otro par de trabajos); en esta muestra se incluye una versión del 2007 en un formato mayor, ahora trabajada con una mezcla del material con acrílico para lograr la permanencia y fijación de la pintura.
[2] El uso de este término no es gratuito, me resulta interesante la idea de contrastar esta diminuta colección de imágenes al Atlas de Gerhard Richter, aquel depósito de materia prima visual compuesto de miles de recortes y fotografías a partir del cual edificó su trabajo por años.
[3] El 14 de diciembre del 2005 Rubira realizó un performance en el Bar Dada en Guayaquil. Sobre un lienzo en blanco se proyectaban alternadamente varias de las fotografías que ha utilizado en sus cuadros, al tiempo en que con un trapo impregnado con violeta de genciana el artista recogía con gruesos trazos ciertos rasgos de cada imagen.
Curaciones bien podría ser lo mejor que se ha visto de las propuestas locales.....
ResponderBorraral anónimo que dejó una opinión más bien negativa sobre esta obra le pido por favor que firme sus comentarios, son bienvenidos y serán publicados siempre y cuando sean fundamentados y sin agravios...
ResponderBorrarRodolfo Kronfle Ch.
Un artista, realmente es obsesivo con su obra y eso tiene Estefano, ademas de su excelente tecnica y las ideas que emana de sus obras
ResponderBorrarchevere locosh
siga asi compadresh