lunes, septiembre 12, 2005

Apuntes sobre Venecia.
Por Rodolfo Kronfle Chambers 12-09-2005


Pie de Foto: En seis proyecciones independientes Diane Keaton, Faye Dunaway, Shirley MacLaine, Meryl Streep, Susan Sarandon y Julia Roberts “protagonizan” el dialogo contenido en la video-instalación titulada Madre (2005) de Candice Breitz.

Pie de Foto: Vista parcial de la sala que contiene 9 video proyecciones simultáneas del surafricano William Kentridge, con las obras Día por Noche, Viaje a la luna, y Siete fragmentos para Georges Méliés (todas 2003), una suerte de tributo que se relaciona con el espíritu de experimentación de aquel visionario y que nos embarca en un viaje mágico desde el interior de su taller que incluye animación y performance.


Pie de Foto: Escultura de Rachel Whiteread cuya obra hace concretos los espacios negativos o internos de la arquitectura doméstica inglesa. Una bizarra manera de relacionarnos con las atmósferas que habitamos. Al fondo las fotografías de la serie JPEG de Thomas Ruff se basan en imágenes extraídas del Internet a las cuales les ha alterado su estructura pixelar.

Pie de Foto: La muestra en el Arsenale nos recibe con La Novia (2001) de Joanna Vasconcelos (confeccionada con 14,000 tampones) y las gigantografías reivindicatorias de las Guerrilla Girls.

Pie de Foto: Uno de los diseños del difunto Leigh Bowery. Su influyente trabajo “…representa su propia concepción de las estéticas corporales, la belleza, y su particular manera de entender el arte, la diversión, la elegancia, el sexo, los géneros y la sexualidad.” (Xabier Arakistain)

A más de las 55 irregulares participaciones nacionales la presente edición de la Bienal se apuntala en dos grandes exposiciones.

Las curadoras españolas Rosa Martínez y María de Corral fueron encomendadas cada una con la tarea de estructurar una exposición para la Bienal. Es la primera vez en los 110 años de historia de la Bienal que dicho reto se encarga a dos mujeres.

Siempre un poco más lejos

La primera arranca su muestra con una clara afirmación de carácter activista al tapizar las paredes con las gigantografías de las Guerrilla Girls –cuyo trabajo increpa y tabula las inequidades históricas y pervivientes hacia las mujeres en el mundo del arte-, en una sala coronada por una excepcional y colosal lámpara de la portuguesa Joana Vasconcelos, confeccionada con miles de tampones (el interés por la filigrana estética es patente en su trabajo), que desmonta sutilmente las banales construcciones sociales en torno a lo “femenino”.

Coherente con los enunciados que aquí hecha a circular la muestra incorpora un número nutrido – ¡y multicultural!- de mujeres entre quienes destacan Mona Hatoum (Líbano), Laura Belém (Brazil), Regina Galindo (Guatemala), Runa Islam (Bangladesh), Eija-Liisa Ahtila (Finlandia), Pilar Albarracín (España) y Ghada Amer (Egipto).

Un episodio digno de resaltar fue la sección dedicada al diseño de trajes del australiano Leigh Bowery, fallecido en 1994 con escasos 33 años en Londres. Claramente opuesto a la moral prevaleciente sus diseños son una mezcla entre lo incendiario, lo voluptuoso y lo rutilante, cabalgando en su performática, estridente y huracanada personalidad.

Y finalmente un episodio para lamentar, el fabuloso proyecto Cubo Venecia del alemán Gregor Schneider, que quedó como tal al impedirse su concreción: el mismo consistía en emplazar en plena Plaza San Marco un volumen geométrico monumental inspirado en la Kaaba, aquella estructura sagrada que representa el centro del mundo para el Islam y alrededor de la cual transitan ritualmente los peregrinos en la Meca; algo que en nuestra coyuntura histórica actual hubiera activado importantes significaciones, reflexionando acerca de las posibilidades de diálogo entre las religiones que han venido a caracterizar las civilizaciones de Oriente y Occidente.

Esta muestra de Martínez es –en términos comparativos- más arriesgada y orgánica que la de Corral, al estar desprovista de compartimentos típicamente museales. A su vez logra acercar al espectador más al terreno de la experiencia que brindan los trabajos elegidos, en una suerte de viaje que a pesar de sus pausas en el oscuro espacio del Arsenal se hilvana paulatina pero fluidamente.

La experiencia del arte

Por su lado parte de la propuesta de María de Corral apuntaba –en teoría- a explorar relaciones entre artistas de distintas generaciones, cosa que en la práctica resultó un enunciado muy etéreo y vagamente comprobable. A pesar de que su puesta en escena deriva en la más convencional confrontación con “obras de arte”, el resultado final fue -en términos generales- gratamente heterogéneo y plural, sin recurrir a tesis curatoriales densas.

Encontramos desde trabajos que descolocan al espectador en su desborde de ingenio –como los de Robin Rhode o la video instalación de William Kentridge (que provee uno de los clímax sensoriales más recordados del evento en su exploración del dibujo como proceso animado en el tiempo y el espacio)- hasta selecciones cómodas e insípidas en este contexto de artistas cuyo trabajo puede ser visto en muchísimos otros lugares: grupos nutridos de telas de Francis Bacon, Philip Guston y Antoni Tápies.

El canon artístico occidental no es algo dado sino una construcción que se alimenta –entre otras cosas- por muestras de tan alto perfil como esta. Los tres artistas que acabamos de mencionar, que comparten ya honores en dicho olimpo, ayudan a perfilar con su inclusión a otros artistas mucho más recientes que ya son parte imprescindible de los referentes arte-históricos de los últimos años, como la escultora británica Rachel Whiteread o el fotógrafo alemán Thomas Ruff.

Agudo el trabajo de Candice Breitz (Johannesburgo, 1972) en sus dos video instalaciones tituladas respectivamente Madre y Padre, en las cuales edita –con maquiavélica pulcritud- el trabajo cinematográfico de conocidas estrellas de Hollywood, forzadas a entablar entre sí un melodramático y dislocado diálogo, que oscila entre una narrativa lógica hasta momentos de sincopado absurdo, y que sirve para exponer los estereotipos que la industria del entretenimiento formula en torno a estas figuras, disfunciones normativas que cada vez más se imponen como los modelos a seguir por una masa estupidizada por el mundo de las celebridades y el espectáculo.

Otras inclusiones dignas de resaltar son Cildo Meireles, Chen Chieh-jen, José Damasceno, Jorge Macchi, Matthias Weischer y Bruce Nauman.

Reconociendo que en la última década no ha prevalecido un sólo estilo o doctrina estética, la curadora apela a algunas de las más comunes inquietudes que informan el arte de hoy, y cuyo personalísimo desglose considero racional: “Nostalgia como un sentido de pérdida de un pasado reciente e irrecobrable, expresado a través de lenguaje metafórico. El mundo de afecciones y estímulos sicológicos que forman nuestra identidad. El cuerpo y su redefinición, la introducción de la fragmentación, desintegración y hasta la muerte. El poder, la dominación y la violencia en la vida diaria de cada individuo. Criticismo socio-político del presente, a través del humor y la ironía. El uso de imágenes, filmes y narrativas previas como un inmenso archivo sobre el cual se pueden hacer múltiples operaciones de redefinición y apropiación. El uso y manipulación de la imagen como un instrumento que define y marca la esfera de acción, hechos y memoria. Recuperación de la palabra como una reconstrucción conceptual de la imagen. La participación de los artistas en la reestructuración cultural y económica de la sociedad post-industrial, a la par de la transformación de la identidad social e individual. Consideración del arte como un acto de resistencia y libertad que rechaza cualquier pensamiento dogmático”.

He omitido dos puntos relativos a la pintura actual que desarrollaré en un futuro artículo, y que resumen el enfoque muy particular de la curadora en torno a la pintura, evidenciado en una variada selección de aproximaciones que me es imposible desgranar ahora.

Necesaria reflexión

Quienes piensan que el arte contemporáneo ecuatoriano que está surgiendo está “atrasado” o desfasado, no solo está seriamente desconectado de lo que pasa en el mundo sino que también incurre en el error de asumir una universalidad intrínseca en el arte, olvidando el rol determinante del contexto en la manifestación de cualquier forma-contenido.

Si afinamos nuestra percepción podríamos coincidir en que nuestros artistas, sin estar inscritos en los circuitos internacionales, comparten las mismas inquietudes que detalla la curadora (el asunto de “calidad”, ambición –y criterio- en la resolución física y presentación de la obra, solidez conceptual en las propuestas, coherencia con una línea de trabajo y volumen de producción general es otra cosa), sin embargo –por circunstancias propias de su marco cultural específico- las articulan, la mayor de las veces, con acentos locales que hablan de urgencias internas, condicionadas a su vez por las contingencias de producción y circulación características del medio.

Para los artistas la internalización, conciencia y potenciación de estos aspectos constituye no solo un reto, sino –si se aprovechan- una oportunidad de diferenciación dentro del mar de prácticas artísticas. Por otro lado, como receptores, nos toca evaluar las especificidades contextuales en el juicio de una obra –por más cáustica que pueda resultar nuestra conclusión- para no ejercer un sesgo discriminatorio, que resulta no solo injusto sino imperdonable.

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