De las recientes muestras que he visto
alrededor de estudiantes del ITAE hay algo en esta que me atrae particularmente.
No tiene que ver con el nivel de las obras, de hecho creo que son ideas que
ameritan mayor desarrollo y mejor resolución.
Pero los artistas han trabajado con lo que conocen y han podido
depositar observaciones agudas y en algunos casos poéticas sobre imaginarios
urbanos que tienen cerca. Trabajos como el de Tyrone Luna y Andrés Velásquez
tienen tremendo potencial, se quedan a medio talle por asuntos que son más de
producción que de concepción… en cualquier caso disfrute de ver una exposición
coherente donde no me sentí timado frente a refritos de arte para ferias, y
donde sí puedo imaginar –sin conocerlos aún- la conexión vital (para mi
fundamental) que puede haber entre las obras y sus autores. No se hasta que
punto el conjunto es el resultado de un ejercicio dirigido que tiene la ciudad
como plató, o si nace de inquietudes autónomas, lo cierto es que se prueba que
la metrópolis es fuente inagotable de miradas.
RK
De Cabo a Rabo
“¡Qué
inútil es estar sentado escribiendo, cuando uno no se ha levantado para
vivir!”, sentenció Henry David Thoreau, uno de los padres de la desobediencia
civil y viajero por excelencia; un claro llamado de atención para quienes hacen
de las bibliotecas refugios únicos del conocimiento. En ese contexto, no hay que desconfiar de los
monstruos, mitos y leyendas que aparecen por fuera de las referencias de los
textos: salir de allí, cruzar la calle y adentrarse a pie por los caminos “bibliográficos”
de la ciudad sin índice puede resultar una aventura de dispersión y
desorientación geográfica. Parafraseando a Benjamin, hasta para perderse hay
que tener estilo.
En medio de
un entorno poco amigable con las caminatas, la ciudad esconde muy sigilosamente,
un conjunto de claves, signos y mensajes codificados. Un sistema que suele
abrir sus contraseñas a los errantes facinerosos
y a vagabundos, pero también a los artistas que escudriñan en sus pliegues.
Estos artistas se han tomado por asalto la ciudad para alterar el ecosistema de
sus habitantes, para hacer de la urbe el escenario perfecto donde inscribir propuestas
artísticas muy personales.
Desde la
segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, algunos artistas hicieron de la
acción de caminar la ciudad, el epicentro del gesto creativo. En este camino encontramos
a Tyrone Luna, Juan Carlos Vargas, Andrés Velásquez y Leonardo Moyano, jóvenes
artistas procedentes del ITAE que agrupados bajo el singular seudónimo de los
Chivox, nos presentan su primera muestra colectiva denominada De
cabo a rabo, frase popular que se define como “de principio a fin”.
La muestra de los Chivox se plantea como el punto de confluencia de metodologías creativas que parten de dos vertientes fundamentales: aquella que supone el desplazamiento entre varios puntos de la ciudad, movilizados por la necesidad de acudir al lugar preciso donde la obra se esconde, a la espera del señalamiento oportuno del artista. Bajo esta premisa encontramos a Tyrone, quien después de haber observado cantidades de carros en aparente estado de abandono, regresa en las noches para iluminarlos y fotografiarlos en un intento por devolverles el esplendor de sus mejores tiempos.
Andrés por
su lado, le arrebata a la ciudad un par de piedras de esas que, luego de alguna
remoción de tierra, ya no tuvieron lugar para volver a ingresar a lo profundo y
quedan para siempre al pie de alguna casa; estableciendo nexos sentimentales
con el vecindario que la conserva, ya sea como asiento o como testimonio y
memoria de alguna vieja construcción. Andrés hurga en ese vínculo, sacando de
la piedra una típica casa esquinera.
En una
segunda vertiente se encuentra la obra de Moyano y Vargas. El primero explora la
historia y la memoria personal, evocada por las sensaciones que despiertan las
imágenes encontradas durante el acto de andar, Moyano exagera cuando ubica una
torre de guardianía al mismo nivel de las nubes, aquí la torre siempre es la
misma; lo que cambia son las nubes. La imagen altera e invierte los puntos de
vista, trocando roles de vigilancia en contemplación.
Finalmente
Vargas, un artista que merodea por la ciudad con cámara en mano, a su paso va
encontrando abandonadas propiedades donde escenifica gestos sutiles. En esta
ocasión, el loop representado en el rodar de una llanta juega un rol
fundamental en la escena, las ambiguas y repetidas entradas y salidas de la
llanta del cuadro rompen con el círculo vicioso del Loop.
Al final
del camino, podríamos afirmar que estos
cuatro jóvenes artistas encarnan la figura del vagabundo; ensimismados pero
alertas a todo lo que se pueda cruzarse en su camino. Verdaderos sujetos de una
experiencia de contemplación a la deriva.
PD/
Existe una
piedra que no pudo estar presente en esta exposición. A continuación expongo, a
través de la anécdota, las razones de su ausencia:
…La piedra,
que a simple vista parecía no tener dueño, alarmó a todo un barrio cuando
detectaron la intención de llevársela por el grupo de artistas. Frente a la
negativa de los habitantes, se intentó negociar con algunos de los supuestos
dueños, pero uno de estos adujo que la piedra no se mueve de ahí porque tiene
casi 60 años acompañando y siendo testigo mudo del recambio generacional de sus
moradores, mientras otro gritaba desde un balcón que su precio podría ser de
500 dólares… Límites espaciales de lo cotidiano que se vuelven visibles cuando
son violados.
René
Ponce
Curador
2015
Tyrone
Luna
“Los
Iluminados”
Fotografía
(12 de 60x90 cm)
2015
Leonardo
Moyano
“Clarividentes”
Pintura
acrílica (24 de 30x30 cm)
2015
Andrés
Velásquez
“En
las rocas”
Conjunto
escultórico (6 piedras intervenidas)
2015
Andrés
Velásquez
“La
susodicha de Washington y Oriente”
Registro
fotográfico
2015
Juan
Carlos Vargas
“Loop”
Video
instalación (12 s)
2015
Juan
Carlos Vargas
“Descartes”
Impresiones
en acetato (30 de 15x10 cm)
2015
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