“Mejor que levantar la voz, reforzar el argumento”
George Herbert
Antología del cachascán cultural
Por Rodolfo Kronfle Chambers
La emergencia del paradigma posmoderno en la cultura mundial generó significativos desplazamientos en la manera de abordar y entender el arte[1]. Aunque contando con ciertos esporádicos chispazos en los ochenta, que se pudieran entender como antecedentes de dicho fenómeno en nuestro medio, lo cierto es que sólo en los últimos años podemos hablar del despegue de una producción claramente contemporánea en el país[2]. Sin embargo debemos reparar en el hecho de que, en términos de producción artística, la contemporaneidad se ha manifestado como impulsos más instintivos que programáticos, y que penosamente no ha contado en nuestro terruño con una contraparte que, en términos de generación de pensamiento, logre articular efectivamente –salvo en el reducido círculo de iniciados- la recepción social de sus propuestas.
A medida que estas nuevas perspectivas en torno al arte se comenzaron a filtrar en los espacios culturales tradicionales -y a intentar ventilar nuestra naftalinosa escena- surgieron en igual medida las reacciones opuestas o escépticas al cambio. Más allá de las tensiones generadas en aquel mar de fondo[3], planteado de manera facilista como una dicotómica relación moderno-contemporáneo, la “total ausencia de un debate de ideas fundamentadas me ha llevado a concluir que el verdadero trasfondo de todo esto es una lucha por no perder dos cosas: la legitimación idealizada basada en clientelismos de todo tipo que en la construcción de nuestra ‘Historia del Arte ecuatoriano’ benefició a muchos artistas (y cuyas redes sostienen a unos con otros), y los escasísimos espacios culturales que existen, o quedan, en el país.” [4]
Como colofón de estas pugnas por obtener legitimación y visibilidad en los últimos años hemos asistido al nacimiento de un fenómeno artístico local verdaderamente curioso: numerosos productores desecharon la opción de verbalizar sus opiniones sobre estos asuntos y optaron por comentarlos como contenidos en sus obras, presentadas la mayor de las veces en los distintos concursos de la ciudad que siguen siendo el foro testigo de este fuego cruzado.
Uno de los trabajos más emblemáticos de esta línea de producción fue el Viejo Titán, o Artista moderno luchando por ser contemporáneo[5] de Xavier Patiño, presentado al Salón de Julio 2004 donde –perfilado para premio- fue incomprensiblemente rechazado. Esta pintura es el germen del cual nace esta muestra, donde el artista aparenta tomar un paso atrás para, mirando los toros de lejos, comentar en torno a lo virulento, irrazonable e insano que resulta buena parte de este battle-royal.
Todas las obras tienen como médula el componente de la confrontación, la cual se proyecta como una gran metáfora que intenta tomar el pulso al clima cultural actual, caracterizado por la desidia institucional, la falta de profesionalismo en todos los niveles, las carencias educativas que contribuyen a la calcificación de estereotipos, el culillo, recelo y egoísmo con que las generaciones establecidas miran las nuevas olas, la falta de referentes que deriva en la endogamia, la tozudez, la intolerancia, las ínfulas, etc.
Al juzgar por dos de las obras el artista propone un eco del comportamiento irracional actual –en clave darwinista- en símil con el reino animal: la representación pictórica de dos perros peleando en Choque de estrellas o el registro en video de un par de peces (pertenecientes a especies incompatibles) que un acto de desgarrador canibalismo se agreden inmisericordemente. Esta última pieza -que en lo formal se resuelve de manera brillante en un diálogo con las pinturas de fondo blanco- deviene en un acto inquietante que subvierte lo apacible de observar una pecera o su sucedáneo más popular: el protector de pantallas acuático.
Se redondea la muestra con una serie de fotografías titulada XXX cms de Argumentos; se trata de fríos registros de grupos de libros pertenecientes a distintos jugadores de la escena cultural (críticos, artistas y coleccionistas que a petición de Patiño han seleccionado un conjunto de tomos que refleje la conformación de su pensamiento respecto al arte). Si por un lado el artista da cuenta de lo disímil que resultan las premisas desde las cuales cada quien parte para estructurar sus opiniones, por otro la clave de humor desenfadado que siempre impregna su trabajo se hace presente en la cinta métrica que detalla la extensión que ocupan los libros en el estante, reduciendo en cierto modo la consistencia o profundidad de los discursos y reflexiones a una suerte de elemental y arbitraria medición, que nos lleva a pensar en esto como una vara que señala cotas de ego, ingenuidad o soberbia.
Esta exposición se plantea como un ejercicio de observación que intenta reflejar la atmósfera cultural que ha transformado las dinámicas del arte de la ciudad –y hasta del país-, ilustra este zeitgeist como un mosaico visual que enarbola la estética del cachascán y su violencia, caracterizada por la ficción, la comedia, la artimaña, el ridículo y el espectáculo.
Guayaquil, 27 de Octubre del 2006
[1] La denominación misma de la “posmodernidad” resultaba dificultosa para definir las transformaciones en marcha, para unos se trataba de un antimodernismo, para otros de una sobremodernidad, etc. Lo cierto es que en la jerga actual al referirnos al arte contemporáneo estamos hablando de un tipo de producción que reacciona o toma distancia de las características que llegaron a definir el modernismo.
[2] Algunas acciones de Xavier Patiño se cuentan entre estos tempranos antecedentes.
[3] El mar de fondo de estos cambios por supuesto está vinculado a la “ruptura decisiva” que en la teoría se hace entre las distinciones de lo moderno y lo posmoderno, modelo problemático sin dudas que incorpora actitudes argumentadas tanto en pro como en contra. Sobre este tema Fredric Jameson opina que “un análisis auténticamente histórico y dialéctico de dichos fenómenos –en especial cuando es una cuestión de la hora actual y de la historia en que existimos y luchamos –no puede darse el empobrecido lujo de tales juicios moralizantes absolutos: la dialéctica está ‘más allá del bien y del mal’ en el sentido de que es fácil tomar partido, y de allí el glacial e inhumano espíritu de su visión histórica…El asunto es que estamos dentro de la cultura del posmodernismo a tal extremo que su repudio facilista es tan imposible como complaciente y corrupta es cualquier celebración igualmente facilista de ella…En lugar de la tentación de denunciar las complacencias del posmodernismo como un síntoma final de decadencia o saludar las nuevas formas como los heraldos de una nueva utopía tecnológica y tecnocrática, parece más apropiado evaluar la nueva producción cultural dentro de la hipótesis de trabajo de una modificación general de la cultura misma, con la reestructuración social del capitalismo tardío como sistema.” (Fredric Jameson, Teorías de lo posmoderno, 1984, en El Giro Cultural - Escritos seleccionados sobre el posmodernismo 1983-1998, 1999, Buenos Aires: Ediciones Manantial, pp.49).
[4] Rodolfo Kronfle Chambers, Un Salón Vivo, Catálogo del Salón de Julio 2005, Museo Municipal de Guayaquil, pp.8.
[5] Tremendamente significativo resulta además que el personaje retratado sea Caín “El Maldito”, un añejo luchador porteño quien además de ejercer dicha actividad ha sido modelo de la Escuela de Bellas Artes por décadas, desde antes del paso de Patiño por aquella entidad hasta la presente fecha.
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