jueves, julio 30, 2015

Salón de Julio 2015 (edición 56) / Museo Municipal de Guayaquil



JURADO DE ADMISION:
Jimmy Lara
Santiago González
Luis Erazo

JURADO DE PREMIACIÓN:
Marianne de Tolentino (República Dominicana)
Pablo Langlois (Chile)
Paula Duarte (Colombia)

DIRECTORA DEL SALÓN:
Amalina Bomnin

PRIMER PREMIO:
Jorge Morocho

SEGUNDO PREMIO:
Raymundo Valdez

TERCER PREMIO:
Roger Pincay

MENCIONES:
Pedro Gavilanez
Mónica López
Andrea Ramírez









EL FIN DE LA INOCENCIA (10 años después)
Por Ilich Castillo
Docente del ITAE y ganador del Salón de Julio 2005

Introducción  como  a modo de EFEMÉRIDES:

Un día como hoy, en las afueras del California de 1853, en plena época de la fiebre del oro,  un grupo de rangers, encabezados por Harry Love, capturan y degollan a Joaquín Murrieta, por una recompensa cifrada en 5000 dólares, La cabeza del “bandido” se exhibía en un frasco lleno de brandy, como prueba fehaciente de su muerte. Años después, se rumora que su cabeza se extraviaría en el gran terremoto de San Francisco. Mientras tanto, en el Japón de 1908, el químico Kikunae Ikeda descubre el ingrediente clave que activará una de las marcas de especias más recordadas en la década de los 80´s, el Ajinomoto. También es el día en que decido visitar el salón de Julio 2015.

Voy al Salón una de esas clásicas mañanas del 25 de julio donde el centro de la ciudad experimenta aquel colapso propio de las festividades; frente a los recurrentes desvíos decido bajarme del taxi en pleno embotellamiento y camino unas cuantas cuadras de aquella brecha que conecta la Bahía  de la casona universitaria, y finalmente las  zonas de los chifas con el museo. A lo lejos, alcanzo a reconocer en la entrada a Rodolfo Kronfle, con look de turista aniñado. [NOTA DEL EDITOR: aguda y acertada observación Ilich ;) los shorts celestes julianos me delataron] Él me ha llamado un par de días atrás para pedirme que visitemos juntos el Salón y que escriba mis impresiones para Río Revuelto. En la conversación me recuerda que pasaron ya diez años de aquella versión antológica donde, un significativo grupo de docentes y estudiantes artistas vinculados al ITAE, participamos en una de las ediciones quizás más polémicas de este certamen. Acepté sin pensarlo mucho, también sin alcanzar a manifestarle mi reticencia por visitar el museo, ni mi desidia por querer recoger los pasos. El compromiso ya lo había hecho. Lo que me pregunto es qué más podría decir yo sobre todas las irregularidades que se cometen a diario en este espacio y que Rody ha sabido reseñar con sutileza, claridad e indignación, con todos los nombres y apellidos involucrados en este museicidio. Dicho esto, queda advertido el lector que las cosas que señale no se alejan demasiado de lo que ya sabemos y se ha dicho en repetidas ocasiones sobre este certamen.

De aquellos nombres que hoy conforman la nómina de participantes del evento, encontramos algunos ganadores, participantes asiduos de estos últimos años: Caguanas, Gavilanez, Bajañas y Meras, amigos queridos todos, además de algunos nombres que desconozco. También se percibe una nueva camada de estudiantes del ITAE. Menos presente en las recientes ediciones es el cruce generacional. El síntoma característico es que, tanto en la participación como en la recepción, el Salón se percibe como un espacio para artistas emergentes.

Recorro con levedad las dos salas, mirando aspectos que me resultan familiares: por ejemplo, ciertos tipos de estéticas que permanecen presentes con el pasar de los años. Rody hace un recorrido más pausado que el mío y por momentos compartimos alguna opinión. Mientras seguimos mirando las obras con distintos niveles de atención, coincidimos en que este salón no dista mucho de los anteriores: una selección laxa, la manera en cómo se organizan los trabajos de mayor relevancia, poniendo, generalmente, en la última sala los premios. Esta interpretación se nutre del ya prolongado esfuerzo que pone el museo para descontextualizar las piezas, carentes de algún acompañante textual que permita aproximar las indagaciones de los artistas al espectador. El beneficio de la duda relativiza el valor de algunas piezas de factura.

Obra de Xavier Coronel (detalle)

En la primera sala hay una obra que inquieta particularmente, es la de Xavier Coronel, otro estudiante del ITAE con estudios previos en cine. Esta vez Xavier se ha sacudido de las retóricas herméticas de sus abstracciones iniciales, los largos títulos estériles, y propone, utilizando la composición de un escueto boceto de afiche cinematográfico, el collage de un film hipotético (“Petrópolis”) cuyo nombre “Boceto de afiche para musical de terror” parece entramar, a la vez que esconder y develar, relatos fósiles de su historia personal con la ayuda de su “gang”. Una aproximación más íntima al sueño-pesadilla que el fantasma del progreso mantuvo en la provincia de Santa Elena.

Obra de Pedro Gavilanez (vista parcial del montaje)

En esa misma sala, bajo pésimas condiciones de iluminación, se encuentra la obra Las hijas del fenómeno del éxtasis (de la serie Tragadoras), de Pedro Gavilanez. Un conjunto de nueve pinturas provenientes del imaginario porno pasadas por un filtro que las traduce a una abstracción semejante a las estéticas de vitrales de catedral. Las lecturas son más que obvias, las relaciones entre lo sacro y lo profano tampoco son nuevas en el salón. Sin embargo es curioso que en la actual cruzada emprendida por el Director de Promocióny Junta Cívica esta pieza haya podido driblar al cancerbero y con cierta suspicacia del jurado, termine colocada justo al lado de la entrada de la Sala de Arte Sacro del museo. No sabemos si el día que visitamos la muestra la obra carecía de iluminación como una forma de sabotaje premeditado o si obedece a un descuido común en la museografía a tempranas horas del día.

Obra de Javier Gavilanez (detalle)

Mientras tanto, en otra punta de la sala está Javier, el mayor de los Gavilanez, cuyo trabajo Blanco de confrontaciones, en esta ocasión de menores riesgos que ediciones anteriores, nos ofrecen una reflexión desde el dibujo, de materiales y técnicas de construcción partiendo de procesos sofisticados hasta algunos más precarios y elementales. De alguna manera me recordó a uno de los últimos documentales de Farocki sobre las variopintas tecnologías para la fabricación de ladrillos en el mundo (In comparison, 2009).

Obra de Mónica López (detalle)

Obra de Juan Caguana (detalle)

En esta sala también está la obra E-topías (La ilusión del fin), de Mónica Lopez, la anterior ganadora del salón. La pintura proveniente de un glitch de Google Street View, de escala acertada pero de manufactura pobre, se ubica frente a la obra homeland, de Juan Caguana, donde un soberbio terrainvague nos sugiere actividad humana reciente. Si bien la pintura de Caguana, generalmente de factura impecable, deja entrever aquellas conexiones previas que mantiene su obra con el ambiguo registro de situaciones emplazadas en escenarios naturales y urbanos, en esta ocasión toda la técnica no alcanzó para arroparle los pies a lo que en el discurso no se ve resuelto todavía.


Al fondo del salón, acompañada de cuando en cuando de estudiantes despistados haciéndose selfies con muequitas (ustedes saben, esos deberes de colegio), vemos el primer premio, Los Dientes de Chet B, una hipotética reconstrucción del trompetista leyenda dividida en tres planos, una especie de establishing points de la escena de un crimen, (nos recuerda un tanto en su composición central a las cerezas de Phillip Guston), con un vidrio para bloquear al curioso que quiera aproximarse un poco más a la pintura. Morocho nos ofrece un juego de pistas sueltas, cual escena de filme clase B; si bien en dichos objetos parecería no existir conexión aparente, él acota que las relaciones se establecen por causa del azar mientras se encuentra en pleno proceso de desarrollo de su obra. Una obra que, en lo personal, considero que tiene ciertas inteligencias, pero que a decir verdad, tampoco creo se trate de un proceso en su mayoría de edad.

Y es que en esta edición del salón, al margen de las obras que perpetúan los ya consabidos temas recurrentes de alegorías básicas, abunda la obra irresuelta, la obra q no ha cuajado, las vueltas de tuerca de artistas que utilizan el salón como caldo de cultivo y que sin más han ido perfilando el evento como un espacio para las derivas estéticas de la generación más reciente.

Es diciente además que aquella agenda de artistas jóvenes, predominantemente entienda lo político desde una posición comprometida sobre todo con causas más personales y que a su vez desestimen causas colectivas. Lo que preocupa es que, además  de los síndromes predominantes en la agenda temática de los artistas emergentes su participación asidua parecería coincidir infelizmente con una producción en apariencia más o menos acrítica, la cual calza perfecto con los esquemas directivos del museo.

En esta parte, no estoy reclamando necesariamente por la falta de artistas con poéticas politizadas sino artistas con posicionamientos políticos claros, con sistemas de solidaridad basados en una reciprocidad que construya un nuevo paradigma de aquello que queremos en nuestro museo, aquello que estos funcionarios no están (ni estarán) capacitados jamás para entender y que será necesario interpelar permanentemente. Quizás lo que digo sea puro chamuyo, igual las preguntas que me quedan flotando después de asistir a esta edición del salón siguen siendo las mismas: ¿de qué está hecha esa rebeldía de los artistas emergentes hoy en día? ¿Existe acaso? …y si no es así entonces ¿si no se es rebelde cuando uno está en proceso de formación académica, en qué momento lo será?

Sí, ya sabemos que la mayoría manda obras por la plata, que en una isla cultural como la nuestra ningún salón del país legitima nada. También es necesario recordar que hace 10 años atrás, en pleno proyecto del Banco Central de destruir al ITAE, la primera y sorpresiva oleada de premios (con obras en ningún sentido complacientes), constituyó una manera de construir legitimidad, y el Salón fue ese espacio donde se empezaron a ver los frutos tempraneros de una institución que entendía las prácticas artísticas desde un ángulo más acorde a nuestra contemporaneidad. Luego de esos diez años de recorrido, ese paradigma de legitimación basado en los premios, al parecer ha caducado.  

Pero bueno por ahora, nada de eso importa, ayer se entregaron los premios, se hizo el cóctel, los flashazos con los diplomas, el museo se volvió a llenar, y algunos aprovecharon para echarse un trago mientras intentaban ver lo que se podía de las obras.  Al rato los guardias y trabajadores del museo recibieron la orden de cerrar y sacar a todos, porque hoy hay que seguir con la agenda de celebraciones y está pendiente poner el condenado arreglo floral en la rotonda. Así hasta el próximo año.


De mi parte me despido de Rody y mientras me regreso caminando por donde vine, aparecen en mi mente obras de mi proceso formativo (Velarde, Brito, Alvarado, Rosero o Zúñiga), no porque crea que los salones anteriores eran mejores (no, no es esa melancolía fofa de “todo tiempo pasado fue mejor”), sino que, al parecer, estas obras formaron agendas, o supieron recoger con gracejo el espíritu de los tiempos de nuestra corta contemporaneidad. Menuda tarea.



































































































































PRENSA:







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