JURADO DE ADMISION:
Jimmy Lara
Santiago González
Luis Erazo
JURADO DE PREMIACIÓN:
Marianne de Tolentino (República Dominicana)
Pablo Langlois (Chile)
Paula Duarte (Colombia)
DIRECTORA DEL SALÓN:
Amalina Bomnin
PRIMER PREMIO:
Jorge Morocho
SEGUNDO PREMIO:
Raymundo Valdez
TERCER PREMIO:
Roger Pincay
MENCIONES:
Pedro Gavilanez
Mónica López
Andrea Ramírez
EL FIN DE LA INOCENCIA (10 años después)
Por Ilich Castillo
Docente del ITAE y ganador del Salón de Julio 2005
Introducción como a
modo de EFEMÉRIDES:
Un día como hoy, en las afueras del California de 1853,
en plena época de la fiebre del oro, un
grupo de rangers, encabezados por Harry Love, capturan y degollan a Joaquín
Murrieta, por una recompensa cifrada en 5000 dólares, La cabeza del “bandido”
se exhibía en un frasco lleno de brandy, como prueba fehaciente de su muerte. Años
después, se rumora que su cabeza se extraviaría en el gran terremoto de San
Francisco. Mientras tanto, en el Japón de 1908, el químico Kikunae Ikeda descubre
el ingrediente clave que activará una de las marcas de especias más recordadas
en la década de los 80´s, el Ajinomoto. También es el día en que decido visitar
el salón de Julio 2015.
Voy al Salón una
de esas clásicas mañanas del 25 de julio donde el centro de la ciudad experimenta
aquel colapso propio de las festividades; frente a los recurrentes desvíos
decido bajarme del taxi en pleno embotellamiento y camino unas cuantas cuadras de
aquella brecha que conecta la Bahía de la casona universitaria, y finalmente las zonas de los chifas con el museo. A lo lejos,
alcanzo a reconocer en la entrada a Rodolfo Kronfle, con look de turista aniñado.
[NOTA DEL EDITOR: aguda y acertada observación Ilich ;) los shorts celestes julianos me
delataron] Él me ha llamado un par de días atrás para pedirme que visitemos
juntos el Salón y que escriba mis impresiones para Río Revuelto. En la
conversación me recuerda que pasaron ya diez años de aquella versión antológica
donde, un significativo grupo de docentes y estudiantes artistas vinculados al ITAE, participamos en una de
las ediciones quizás más polémicas de este certamen. Acepté sin pensarlo mucho,
también sin alcanzar a manifestarle mi reticencia por visitar el museo, ni mi
desidia por querer recoger los pasos. El compromiso ya lo había hecho. Lo que
me pregunto es qué más podría decir yo sobre todas las irregularidades que se
cometen a diario en este espacio y que Rody ha sabido reseñar con sutileza,
claridad e indignación, con todos los nombres y apellidos involucrados en este
museicidio. Dicho esto, queda advertido el lector que las cosas que señale no
se alejan demasiado de lo que ya sabemos y se ha dicho en repetidas ocasiones
sobre este certamen.
De aquellos nombres
que hoy conforman la nómina de participantes del evento, encontramos algunos ganadores, participantes asiduos de estos
últimos años: Caguanas, Gavilanez, Bajañas y Meras, amigos queridos todos,
además de algunos nombres que desconozco. También se percibe una nueva camada
de estudiantes del ITAE. Menos presente en las recientes ediciones es el cruce
generacional. El síntoma característico es que, tanto en la participación como
en la recepción, el Salón se percibe como un espacio para artistas emergentes.
Recorro con
levedad las dos salas, mirando aspectos que me resultan familiares: por
ejemplo, ciertos tipos de estéticas que
permanecen presentes con el pasar de los años. Rody hace un recorrido más
pausado que el mío y por momentos compartimos alguna opinión. Mientras seguimos
mirando las obras con distintos niveles de atención, coincidimos en que este
salón no dista mucho de los anteriores: una selección laxa, la manera en cómo
se organizan los trabajos de mayor relevancia, poniendo, generalmente, en la última
sala los premios. Esta interpretación se nutre del ya prolongado esfuerzo que
pone el museo para descontextualizar las piezas, carentes de algún acompañante
textual que permita aproximar las indagaciones de los artistas al espectador. El
beneficio de la duda relativiza el valor de algunas piezas de factura.
Obra de Xavier Coronel (detalle)
En la primera
sala hay una obra que inquieta particularmente, es la de Xavier Coronel, otro estudiante
del ITAE con estudios previos en cine. Esta vez Xavier se ha sacudido de las
retóricas herméticas de sus abstracciones iniciales, los largos títulos estériles,
y propone, utilizando la composición de un escueto boceto de afiche
cinematográfico, el collage de un film hipotético (“Petrópolis”) cuyo nombre “Boceto
de afiche para musical de terror” parece entramar, a la vez que esconder y
develar, relatos fósiles de su historia personal con la ayuda de su “gang”. Una
aproximación más íntima al sueño-pesadilla que el fantasma del progreso mantuvo
en la provincia de Santa Elena.
Obra de Pedro Gavilanez (vista parcial del montaje)
En esa misma
sala, bajo pésimas condiciones de iluminación, se encuentra la obra Las hijas del fenómeno del éxtasis (de la
serie Tragadoras), de Pedro Gavilanez. Un conjunto de nueve pinturas
provenientes del imaginario porno pasadas por un filtro que las traduce a una
abstracción semejante a las estéticas de vitrales de catedral. Las lecturas son más que obvias, las
relaciones entre lo sacro y lo profano tampoco son nuevas en el salón. Sin
embargo es curioso que en la actual cruzada emprendida por el Director de Promocióny Junta Cívica esta pieza haya podido driblar al cancerbero y con cierta
suspicacia del jurado, termine colocada justo al lado de la entrada de la Sala
de Arte Sacro del museo. No sabemos si el día que visitamos la muestra la obra
carecía de iluminación como una forma de sabotaje premeditado o si obedece a un
descuido común en la museografía a tempranas horas del día.
Obra de Javier Gavilanez (detalle)
Mientras tanto,
en otra punta de la sala está Javier, el mayor de los Gavilanez, cuyo trabajo Blanco de confrontaciones, en esta
ocasión de menores riesgos que ediciones anteriores, nos ofrecen una reflexión
desde el dibujo, de materiales y técnicas de construcción partiendo de procesos
sofisticados hasta algunos más precarios y elementales. De alguna manera me
recordó a uno de los últimos documentales de Farocki sobre las variopintas
tecnologías para la fabricación de ladrillos en el mundo (In comparison, 2009).
Obra de Mónica López (detalle)
Obra de Juan Caguana (detalle)
En esta sala
también está la obra E-topías (La ilusión
del fin), de Mónica Lopez, la anterior ganadora del salón. La pintura proveniente
de un glitch de Google Street View, de escala acertada pero de manufactura
pobre, se ubica frente a la obra homeland,
de Juan Caguana, donde un soberbio terrainvague nos sugiere actividad humana reciente. Si bien la pintura de Caguana,
generalmente de factura impecable, deja entrever aquellas conexiones previas
que mantiene su obra con el ambiguo registro de situaciones emplazadas en
escenarios naturales y urbanos, en esta ocasión toda la técnica no alcanzó para
arroparle los pies a lo que en el discurso no se ve resuelto todavía.
Al fondo del
salón, acompañada de cuando en cuando de estudiantes despistados haciéndose
selfies con muequitas (ustedes saben, esos deberes de colegio), vemos el primer
premio, Los Dientes de Chet B, una
hipotética reconstrucción del trompetista leyenda dividida en tres planos, una
especie de establishing points de la
escena de un crimen, (nos recuerda un tanto en su composición central a las
cerezas de Phillip Guston), con un vidrio para bloquear al curioso que quiera
aproximarse un poco más a la pintura. Morocho nos ofrece un juego de pistas
sueltas, cual escena de filme clase B; si bien en dichos objetos parecería no
existir conexión aparente, él acota que las relaciones se establecen por causa
del azar mientras se encuentra en pleno proceso de desarrollo de su obra. Una
obra que, en lo personal, considero que tiene ciertas inteligencias, pero que a
decir verdad, tampoco creo se trate de un proceso en su mayoría de edad.
Y es que en esta
edición del salón, al margen de las obras que perpetúan los ya consabidos temas
recurrentes de alegorías básicas, abunda la obra irresuelta, la obra q no ha
cuajado, las vueltas de tuerca de artistas que utilizan el salón como caldo de
cultivo y que sin más han ido perfilando el evento como un espacio para las
derivas estéticas de la generación más reciente.
Es diciente
además que aquella agenda de artistas jóvenes, predominantemente entienda lo
político desde una posición comprometida sobre todo con causas más personales y
que a su vez desestimen causas colectivas. Lo que preocupa es que, además de los síndromes predominantes en la agenda temática de los artistas
emergentes su participación asidua parecería coincidir infelizmente con una
producción en apariencia más o menos acrítica, la cual calza perfecto con los esquemas directivos del museo.
En esta parte, no
estoy reclamando necesariamente por la falta de artistas con poéticas
politizadas sino artistas con posicionamientos políticos claros, con sistemas
de solidaridad basados en una reciprocidad que construya un nuevo paradigma de
aquello que queremos en nuestro museo, aquello que estos funcionarios no están
(ni estarán) capacitados jamás para entender y que será necesario interpelar
permanentemente. Quizás lo que digo sea puro chamuyo, igual las preguntas que
me quedan flotando después de asistir a
esta edición del salón siguen siendo las mismas: ¿de qué está hecha esa
rebeldía de los artistas emergentes hoy en día? ¿Existe acaso? …y si
no es así entonces ¿si no se es rebelde cuando uno está en proceso de formación
académica, en qué momento lo será?
Sí, ya sabemos
que la mayoría manda obras por la plata, que en una isla cultural como la
nuestra ningún salón del país legitima nada. También es necesario recordar que
hace 10 años atrás, en pleno proyecto del Banco Central de destruir al ITAE, la
primera y sorpresiva oleada de premios (con obras en ningún sentido
complacientes), constituyó una manera de construir legitimidad, y el Salón fue
ese espacio donde se empezaron a ver los frutos tempraneros de una institución
que entendía las prácticas artísticas desde un ángulo más acorde a nuestra
contemporaneidad. Luego de esos diez años de recorrido, ese paradigma de legitimación
basado en los premios, al parecer ha caducado.
Pero bueno por
ahora, nada de eso importa, ayer se entregaron los premios, se hizo el cóctel, los
flashazos con los diplomas, el museo se volvió a llenar, y algunos aprovecharon
para echarse un trago mientras intentaban ver lo que se podía de las obras. Al rato los guardias y trabajadores del museo recibieron
la orden de cerrar y sacar a todos, porque hoy hay que seguir con la agenda de
celebraciones y está pendiente poner el condenado arreglo floral en la rotonda.
Así hasta el próximo año.
De mi parte me
despido de Rody y mientras me regreso caminando por donde vine, aparecen en mi
mente obras de mi proceso formativo (Velarde, Brito, Alvarado, Rosero o Zúñiga),
no porque crea que los salones anteriores eran mejores (no, no es esa
melancolía fofa de “todo tiempo pasado fue mejor”), sino que, al parecer, estas
obras formaron agendas, o supieron recoger con gracejo el espíritu de los
tiempos de nuestra corta contemporaneidad. Menuda tarea.
PRENSA:
http://www.eluniverso.com/vida-estilo/2015/07/27/nota/5040037/jorge-morocho-nuevo-rostro-salon-julio
http://www.elcomercio.com/tendencias/salondejulio-premio-jorgemorocho-pintura-guayaquil.html
Documentación fotográfica: Rodolfo Kronfle Chambers
Documentación fotográfica: Rodolfo Kronfle Chambers
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