Marangoni en el Museo Municipal.
Por Rodolfo Kronfle Chambers 08-11-03
Hasta fines de noviembre se exhibirán las obras recientes de la guayaquileña Larissa Marangoni (1967). Estos interesantes trabajos giran alrededor de lo que podríamos llamar su disidencia doméstica, que parte de su cuestionamiento al orden existente en las relaciones de pareja. Plantea estas obras como metáforas de carácter autobiográfico, aunque en su análisis el espectador puede reparar en la relación que las mismas tienen con el contexto ampliado de la sociedad.
Esta muestra, que mantiene un discurso coherente y vertebrado en todas sus piezas, corresponde al modelo de posmodernidad crítica donde las particulares perspectivas de la artista buscan desmantelar el campo social y cultural de las políticas de género imperantes en su entorno.
El primer encuentro es con La Novia, instalación que recoge elementos performáticos del que es probablemente el ritual más emblemático en la vida de una mujer. La artista dramatiza una puesta en escena que emula la corte nupcial; el personaje principal se corona con un largo velo, el mismo que al ser confeccionado con eslabones de alambre subvierten la tierna e ilusoria lectura que se le suele dar a este evento. El manto propone contradictorias connotaciones al ser maya protectora y cadena a la vez. Los personajes adicionales -que simbolizan las damas de la corte- aparecen con corazas semejantes a las abultadas crinolinas de antaño; sus estructuras centrales de roca maciza enfatizan el carácter de inmovilidad que despierta interrogantes acerca del conocido “siguiente paso” que se toma en la vida.
La escultura en la sala contigua es una alegoría excéntrica que sintetiza en sus masas de cristal roto la caída de los grandes anhelos propios del matrimonio. El uso de este material es clave dado su ubicuidad en los festejos y como artículo decorativo de un hogar dignamente mantenido. Visualmente comparte la estética del reciclaje afín al arte povera, aunque a diferencia del mismo aquí sí se potencia la carga simbólica de los elementos atada al juicio moral de la artista.
Se exhibe además una estrecha franja hecha de fotografías que, a pesar de su continuidad en la pared, acentúa en sus fragmentarias imágenes un carácter de interrupción e intermitencia a todo su largo; la artista hace aquí una analogía de comunicación impropia. Las tomas aleatorias y descuidadas de rincones prácticamente sin vida de su morada ponen de manifiesto lo que a mi juicio diferencia a una casa de lo que es un hogar.
Finalmente presenta un objeto que se inscribe dentro de la tradición del libro de artista, y que es otra deconstrucción personal de los mitos sociales en torno a la vida de pareja, de la relación entre su historia personal y la memoria arquetípica de la condición humana. Se trata de un álbum de fotos que recopila una secuencia de imágenes que documentan cada mañana el estado de su alcoba, en aquella hora en que el lecho conyugal ha sido finalmente despoblado. La monótona narrativa que de ellas se desprende es acentuada por su medio de presentación y las fallidas expectativas que de él se derivan: un álbum de recuerdos titulado Nuestra Boda, y que engalanado con ilustraciones propias de la cursilería popular evoca la misma construcción social (la del matrimonio feliz y armonioso) que se pone en tela de duda.
Pie de Foto: Instalación titulada La Novia de Larissa Marangoni.
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