jueves, agosto 19, 2004

Vacíos Contemporáneos.
Por Rodolfo Kronfle Chambers 19-08-04

El Salón de Pintura que se presenta hasta el 17 de septiembre en la plaza Baquerizo Moreno nos debe servir para meditar algunos aspectos de nuestro entorno cultural.

A propósito de la escala en nuestra ciudad del mal llamado Salón de Pintura Contemporánea de Integración Latinoamericana, aprovecho la oportunidad para comentar no sólo aspectos del mismo, sino del medio cultural y de la prensa en general.

Cuando se advierte involucrados en este certamen tanto diplomáticos, personalidades del mundo del arte, como (más grave aún) representantes del mundo académico, hallo injustificable el hecho de que no caigan en cuenta de que el Salón es, mayoritariamente, todo menos Contemporáneo. Que la prensa recoja a su vez de manera tan despreocupada el tema y actúe como antena repetidora de toda una cadena de desinformación y manoseo de conceptos no es algo nuevo, pero no deja de ser alarmante al reflejar la insuficiente formación de buena parte de los periodistas culturales.

Más allá de las preferencias personales debemos empezar por distinguir (aquí en temeraria síntesis) el arte moderno del arte contemporáneo. El influyente filósofo Arthur C. Danto indica que en el modernismo “las condiciones de representación por sí solas se tornan centrales, de tal forma que en cierto modo el arte se convierte en su propio tema…como enfatizando el hecho de que la representación mimética se había vuelto menos importante que algún tipo de reflexión acerca de los medios y métodos de representación…”

Lo “contemporáneo” por otro lado –según explica Danto- no es únicamente un término temporal que se refiere a lo que ocurre en el momento presente, sino que se refiere a un arte que nace “dentro de una cierta estructura de producción nunca vista antes en toda la historia del arte… [y] designa no tanto a un período sino lo que sucede luego de que no hay más períodos…” En la pintura contemporánea existe un alejamiento de las “ortodoxias estéticas del modernismo, el cual insiste en la pureza del medio como su agenda definitoria.”

Volviendo al tema, el problema está entonces en que lo que más abunda en este Salón es un tipo de pintura que sigue los imperativos estilísticos del modernismo. Apenas encontré alrededor de 15 obras (de un total de 105) que se pudieran clasificar como contemporáneas. La mayoría eran simplemente malos derivados de las distintas vertientes que la modernidad produjo por estos lares. Seguramente, al constatar esto, un comentarista vinculado al evento relevaba como una virtud los múltiples “estilos” que en este Salón se mostraban, sin caer en cuenta que dicha reflexión se encuentra en términos contradictorios acerca de lo contemporáneo. Esta persona sin embargo tenía razón, ya que en el Salón se encuentran muchos “estilos”, justamente los estilos que más han calado en los hábitos de consumo del comprador de arte ecuatoriano, como son el Surrealismo Criollo, el Ancestralismo Pop, el Decor-Costumbrismo, el Neo-Abstraccionismo Sicodélico y –mi favorito- el Indigenismo Constructivista Sideral.

Lo contemporáneo no es un estilo, ni una tendencia, es una manera de abordar el arte que ha generado una plétora de prácticas artísticas y críticas. Una nueva concepción que muchas veces pone a los condicionantes estéticos al servicio del contenido de una propuesta, no como un fin en sí mismo, y que por lo general surge -y suscita lecturas- desde perspectivas políticas, culturales y sociológicas. En el arte actual impera un pluralismo radical en el que coexisten muchas corrientes de pensamiento. A cada quién esto le puede parecer bien o mal, pero esto no quita que sea un hecho fáctico, signo de nuestros tiempos, al contrario del arte moderno, que como señala Danto “ya no es representativo del mundo contemporáneo”. Esta reflexión la deben tener en cuenta quienes insisten en concursos que acojan un arte cuyas posibilidades y sentido, en nuestro tiempo, no son las mismas de antes, o como lo pone Brian Wallis “hoy la modernidad es un proyecto agotado.”

Aún bajo los considerandos explicados, no creo que un conocedor pueda derivar algo de placer estético de la gran mayoría de piezas presentadas en este Salón, y muy pocas se prestan, como insistía Hegel a indagar, para consideraciones intelectuales. El nivel de ingenuidad que se encuentra empieza por los raptos de adolescencia y cursilería poética que reflejan títulos como Toca mi guitarra y sentirás mi tristeza, Metamorfosis de la angustia y Ecos del Silencio-Paisaje Quimiopsíquico. Ubicuas están además –en oposición al pensamiento contemporáneo- las orgullosas y estilizadas firmas de autor, que se estampan conspicuamente en todas las telas, y que suponen la consecución de un objeto deseable, revestido de un aura mágica, irrepetible y producto de un genio mítico.

Siempre habrán creadores que manejan sus inquietudes desde palcos muy diversos, y nuestro precario sistema se muestra incapaz de manejarlos a todos. Es por esto -no obstante lo señalado anteriormente- que veo con buenos ojos la existencia y aparición de Salones no tradicionales, aunque sean errantes como este, ya que considero que la falta de espacios para la actividad cultural es el detonante mayor de las discusiones en que se encasquillan estas diversas “facciones”, perennemente peleando por controlar los pocos foros existentes. Un fabuloso beneficio adicional de estos eventos es que contribuyen a aclarar el panorama cultural, al ver la gradual alineación de los varios actores del medio (instituciones, artistas, críticos, marchantes, etc.) con la línea de seriedad y profesionalismo que va trazando cada uno de ellos.

Esta nota no pretende defender un tipo de arte sobre otro, hay que entender que cada uno responde a sus circunstancias históricas (desconocido esto para un despistado concejal cuencano que en entrevista de radio, sumido en nostalgia, se lamentaba por la ausencia de pintura “renacentista” en la última Bienal de Cuenca). Lo que aspira este artículo es hacer un llamado de atención a todos los involucrados en la dinámica cultural para que se haga conciencia de que con cada mentira, o reflejo de desconocimiento, se maleduca y hasta pervierte al público interesado, al cual se le vende una idea de un arte que no es tal.

Me pregunto además cuál habrá sido la percepción de la convocatoria del Salón para que, pese a los generosos premios, los artistas contemporáneos más conocidos del país no estén interesados en participar de la noble Integración Latinoamericana. Probablemente porque intuían que el resultado final iba a ser tremendamente similar a eventos como el Festival de Las Peñas, es decir una feria de “pintura de parque”, que presenta productos decantados de lo que constituye lo comercialmente aceptable del imaginario pictórico tradicional, ofertados en grandes cantidades para decorar el hogar de aspiraciones burguesas, y cuyos compradores tratan principalmente como un supuesto símbolo de estatus, acentuando la terrible idea del arte como un objeto comodificable, destinado a otorgar únicamente un “placer visual” desinteresado. Los actores del medio cultural se deben educar al punto de poder -como anota un estudio de Michael Parsons- “juzgar los conceptos y los valores con los que la tradición construye los significados de las obras de arte. Estos valores cambian con la historia, y se han de reajustar continuamente para que encajen en las circunstancias contemporáneas.” Quienes se resisten sólo muestran sus inseguridades.



Pie de Foto: Algunas obras participantes en el Salón de Pintura Contemporánea de Integración Latinoamericana.



Pie de Foto: Vista parcial del Festival anual de Las Peñas celebrado en Julio de este año.

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