lunes, mayo 30, 2005

Crisis en el Mariano Aguilera
Por Rodolfo Kronfle Chambers 30-05-05

La más reciente edición del Salón más antiguo del país, fundado en 1917, pone en evidencia la urgente necesidad de profesionalizar las actividades culturales en el país.

La corriente de opinión dominante respecto al reciente Salón Mariano Aguilera se resume en la condena a lo oprobioso de sus resultados. ¿Cuál es la causa principal?: la falta de criterio.

Falta de criterio institucional y falta de criterio “curatorial”. En lo que se refiere a la labor organizativa del Centro Cultural Metropolitano existen una serie de cuestionamientos concretos que tienen que ver con la mecánica de selección de un curador idóneo para el Salón. Pero más allá de esto, en un contexto donde las instituciones culturales no cuentan –irónicamente- ni con especialistas ni con profesionales, la implementación de cualquier esquema de Salón –con o sin curaduría- corre una suerte incierta según (nuevamente) el criterio de quien o quienes convoquen, seleccionen y premien.

En este Salón las dos primeras instancias se pervirtieron de tal manera que quienes actuaron de jurado de premiación me manifestaron lo incómodo que resultó su labor. Ser jurado supone un reto, pero cuando este reto se reduce a escoger lo menos malo el asunto debe activar alarmas. El problema ya se veía venir desde que se hicieron públicas las bases del certamen, en ellas se partía de algo que suena bonito, una suerte de ecumenismo populista (“ser incluyente y antidiscriminatorio”), pero que es contraproducente al momento de querer establecer un estándar mínimo de calidad y pertinencia.

Trascendencia trasnochada
En estas bases para la convocatoria y en las declaraciones públicas de Omar Ospina (periodista y editor cultural que actuó como “curador” del Salón) se reiteran grandes confusiones, comunes en quienes se resisten a enfrentar las complejidades de las prácticas artísticas contemporáneas y las serias problemáticas del panorama cultural actual. Adaptando a nuestra realidad una reflexión de Hal Foster (Diseño y Delito, 2002) el vacío causado por la ausencia de instancias críticas académicas en nuestro mundillo del arte ha dado pie para un conato de “revancha” a cargo de los que él define como los “poetas-críticos”, es decir todos estos personajes que insisten en un retorno de la Belleza y Espiritualidad como sujetos esenciales del Arte.

Pese a que estas representaciones mentales ya han sido rebasadas en el entramado cultural actual, Ospina parece transitar dichos territorios al hablarnos en varias ocasiones de la “trascendencia”, otro estereotipo que se usa como muletilla al plantearlo como una cualidad metafísica, “inmanente en el hecho artístico” en sus propias palabras, cuando dice que “el trabajo creativo…solo si trasciende a su tiempo y a su espacio se le puede considerar obra de arte”, idea manipuladora y rebatible ya que –en las lúcidas palabras del teórico español José Jiménez- “…la idea del valor 'eterno' de las grandes obras de arte no se sostiene, precisamente porque la determinación temporal es uno de los aspectos centrales que hace de ciertos productos humanos 'obras de arte'…La pretendida duración supra-histórica de las obras es, en el fondo, un espejismo ideológico…Paradójicamente, la capacidad de las obras de arte para ir 'más allá' del tiempo en que fueron producidas tiene que ver con su fuerza para sintetizar, a través de un flujo nunca plenamente consciente, lo que el ser humano 'vive' y 'espera' en ese tiempo”. Quienes insisten en proponer la “trascendencia” como móvil primordial del arte no reparan en que “la 'mentira' artística, la ficción de las artes, para ser fiel a los materiales de que se nutre, debe impulsar el reconocimiento de la temporalidad y contingencia de la vida, alabarlas en lugar de refugiarse en la ilusión de eternidad.”

Y ya que el curador nos lleva al terreno de la trascendencia me queda la tremenda inquietud de entender cuál es la “trascendencia” de alrededor del 80% de los trabajos exhibidos. De lo que está a la vista este era un Salón para no más de 18 piezas.

Al admitir 98 obras (en la edición 2004 ingresaron 19) de un total de 210, en buena parte de una precariedad formal que hace que la falta de solvencia en los planteamientos sea tema secundario, y considerando los antecedentes citados, no cabe siquiera ponerme a analizar los premios y menciones, ya que bien pudieron haber estado –en teoría- entre la obra rechazada. En las circunstancias presentadas me parece que el curador debió llevar su discurso hasta las “últimas consecuencias” y haber hecho del Salón un Full Monty, es decir, hubiera presentado toda la obra recibida aunque haya que exhibirla en la contigua Plaza de la Independencia (que para propósitos museales resultaba más apropiada).

¿Cuál curaduría?
La indigencia intelectual del medio nos está llevando a aceptar tergiversaciones como el indiscriminado empleo del término “curador”. Aprovecho aquí para dar luces a una pregunta que se me hace reiteradamente: ¿qué es un curador? De manera sucinta se trata de un profesional que realiza una labor de intermediación cultural, que tiene bases muy acentuadas en la crítica; el curador intenta estructurar lecturas conexas y lógicas a un conjunto determinado de obras, de cuya sugerente disposición expositiva también se encarga, en un intento de enriquecer y profundizar su relación entre las mismas y el público. En esta tarea asume una función orientadora que produce valor, que cuestiona las nociones culturales establecidas y que propone –puede ser el caso- nuevos ángulos de abordaje hacia una experiencia estética. A las cosas hay que llamarlas por su nombre, en este Salón no hubo curaduría, hubo una simple –y aparentemente arbitraria- selección.

Sugerencia.
Seamos honestos con nosotros mismos, saquemos balance de nuestras limitaciones, el Mariano Aguilera, ni ningún otro salón nacional va a cambiar –a largo plazo- si no existe una “reingeniería” institucional de las entidades culturales que los presentan. Habrá mejores y peores ediciones, pero un resultado sostenido solo se obtendrá cuando primen criterios especializados. En la coyuntura actual el modelo curatorial le queda grande al Mariano Aguilera, por lo que creo que le iría algo mejor si la convocatoria fuese simplemente abierta –como en el Salón de Julio- sin temáticas, sin tareas… ¿qué más se necesita para verdaderamente propiciar la “libertad del artista” y para reflejar “su tiempo”?

Ganarse nuevamente la confianza de los artistas más serios y formados, la mayoría de los cuales por estos avatares ya no participan, requiere de una rígida y coherente selección. Aquello es lo imprescindible para presentar un Salón; los premios –por otro lado- siempre serán discutibles.





Pie de Foto: El Salón no solo evidencia una calidad mediocre, sino una total falta de coherencia, donde se encuentran juntas –en una museografía inexplicable- interpretaciones triviales de tardo-modernismo, anticuado romanticismo, artesanías con agenda social y un sin fin de lugares comunes contemporáneos, trillados y pobremente ejecutados, del recetario internacional.

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