domingo, octubre 30, 2005

Ficciones Naturales
Por Rodolfo Kronfle Chambers 30-Oct-2005

Inauguradas la misma noche la muestra de Pedro Dávila en la Galería Todo Arte y la exposición de María José Argenzio en el MAAC proponen dos caminos para aproximarnos al mundo natural.



Pie de Foto para la 1 y 2: Obras de Pedro Dávila de su serie Visiones (2005).





















Pie de Foto: Conjunto de troncos de caoba recubiertos de uvas y clavos titulado Injerto.


Pie de Foto: Pieza luminosa titulada Cristal hecha de membrana de granadilla, látex e hilo rojo.

Pie de Foto: La obra Still-living I consiste de racimos de verde recubiertos de hilo de yute.

Un conjunto nutrido de pinturas presenta Pedro Dávila (Guayaquil, 1959) en esta bienvenida muestra que se siente como un “aún existo” para este artista que comparte la cota generacional de los miembros de la Artefactoría, y que exhibió y trabajó con ellos en sus inicios.

El trabajo de Dávila se ha desarrollado por líneas expresivas tremendamente particulares, pero aquel elemento diferenciador -que en teoría debería actuar como algo a favor de la valoración de su trabajo- en realidad ha contribuido a un cierto aislamiento al interior de nuestro panorama artístico.

Psicodelia Tropical

Las nuevas telas guardan estrecha relación con el tipo de imágenes fantasiosas que han caracterizado su trabajo a lo largo de los años, pero intuimos algunos cambios. Estos trabajos se afincan en el dibujo como principio generador de improvisaciones visuales, existiendo en el “automatismo psíquico” (Bretón) de este acto un patente ludismo.

Lo que a primera vista resumimos como fabulaciones ornamentales y transformaciones cuasi-grotescas que destacan la exoticidad de una naturaleza desbordante (la serie se titula aptamente Visiones), nos lleva luego a reparar en el cuidado sistema cromático de contrastes, una metódica elaboración conceptual que sin embargo resulta altamente expresiva. El resultado es un juego entre lo racional y lo emotivo, donde a pesar de la profusión de decoración y detalle todo aparenta estar visualmente balanceado.

El artista no duda en afirmar que estas telas están atravesadas por una surrealidad, característica que resulta apropiada si nos remitimos a lo que André Bretón llamaba “la mirada interior”, donde encontramos la pervivencia de la sensibilidad artística individual y de la imaginación personal.

En estos paisajes, que son reconstrucciones (¿o adulteraciones?) mentales de realidades tanto concretas como imaginadas, radica una práctica subjetiva orientada efectivamente hacia el interior, de aspecto altamente emotivo, explorando temas de la psiquis y la fantasía en una escritura personal que habla, por su pulida competencia artesanal, de una habilidad artística preocupada por definirse en criterios de “factura” como se entendía desde Cezanne hasta los desarrollos pictóricos pre-collage: lograr que la “casi claridad molecular en la realización de cada detalle y pasaje de la ejecución pictórica sea transparente en términos de su procedimiento de producción y colocación.”

Las obras manejan un componente de enigma en lo familiar que las separa y rescata de tanta obra que apela a similares propósitos pero cuyo potencial de extrañamiento es simplemente nulo. Bien por Dávila en esta reaparición que no niega su propio recorrido pero que a la vez no concede a la estéril reiteración.

El factor tiempo

Por su parte la muestra de María José Argenzio (Guayaquil, 1977) se hilvana a partir de obras basadas en materiales orgánicos que, más allá de su presencia escultórica, configuran en su cohesión argumental una suerte de instalación. A pesar de las características arquitectónicas contaminantes del hall del museo -donde se presenta la exposición- la obra llega a lucirse.

Para contextualizar la práctica de Argenzio debemos remitirnos a ciertas características del llamado Process Art (surgido a mediados de los años sesenta del siglo pasado como una de las tantas reacciones al Minimalismo), en el cual se enfatiza no solo el “proceso” de ejecución por sobre su plan preconcebido, sino también las nociones de cambio y transitoriedad, que por supuesto tienen estrecha relación con el uso de materiales que potencialmente convengan a estas ideas y que –en algunos casos- ayuden a expandir la intención expresiva.

De hecho la inauguración de esta exposición no representa –en términos físicos y conceptuales- ni el comienzo ni el final de la vida de estas obras, sino un estado intermedio y permanentemente fluctuante de existencia material.

Pero lo que nos remite al arte de proceso por la descomposición activa de sus materiales constituyentes (uvas, mangos, membrana de granadilla, racimos de verdes, cerezas, etc.) por otro lado nos presenta una “perversión” de aquel referente en el uso del orden decorativo y compositivo racional, al mostrar una preocupación ornamental obsesiva de resultados verdaderamente afectivos y profundamente poéticos, y cuyas características de elegancia formal (tanto geométrica como orgánica) se contraponen a la idea de la “anti-forma”. Hoy en día abordar el mundo natural desde una perspectiva sombría nos remite casi instantáneamente a perspectivas ecologistas, pero además la filigrana, delicadeza e intensidad de las labores manuales empleadas –como el macramé o la sutura- hablarán para algunos de una expresión de sensibilidades “femeninas” que en este caso no aparenta plantearse con un filón discursivo crítico.

La pungencia olfativa de trabajos como Injerto (la artista nos acerca además a este proceso sin barreras asépticas como el uso de vitrinas que han sido un recurso en estos casos desde Joseph Beuys hasta Damien Hirtz) –unos estupendos troncos de caoba recubiertos de uvas clavadas a sus contornos- amplían los sentidos que se ejercen en la percepción, enfatizan la incorporación del factor tiempo en su vida, y por ende nos lleva a un terreno de conciencia similar al de la naturaleza muerta: la reflexión de lo pasajero y la inminencia de la muerte sobre todo lo vivo.

Este tema nunca a abandonado las preocupaciones del arte, un trabajo relativamente reciente (Naturaleza Muerta, 2001) de la británica Sam Taylor-Wood aborda el asunto pero con métodos tecnológicos extremos que visibilizan contundentemente la acción del tiempo en sus sujetos. Su obra consiste en un video que brutalmente acelerado resume en breves minutos el enmohecimiento y desintegración -casi mágica- de un arreglo frutal. Argenzio por su lado apuesta por una aproximación más sutil y lírica, por la ralentización del proceso, su tránsito y marcha natural. Me resultó inquietante el descubrir bichos y supuraciones en mi segunda visita.

El inevitable deterioro al cual esta obra está expuesta nos remite además a uno de los conceptos más influyentes de los últimos tiempos, el de la entropía, que nos subraya la pérdida de energía inherente al funcionamiento de cualquier sistema. En los años sesenta el artista Robert Smithson incorporó esta noción a su trabajo para mostrar como esta disolución, en cualquier orden, reflejaba además un tipo de crítica a la misma naturaleza humana, todo muta constantemente y por más que se incorporen “mejoras” siempre hay algo significativo que se pierde.

En un medio como el nuestro, donde las “obras de arte” no se sacuden de una inmediata asociación con el mercado de bienes suntuarios, la decisión de Argenzio en su importante inversión de tiempo y recursos en una propuesta físicamente temporal (cuatro meses de labores y una capacidad de autogestión digna de resaltar), se puede interpretar también como un gesto de compromiso inusual para poder acercar a un público a la experiencia. Recibimos con altas expectativas futuras la primera muestra de esta nueva artista de la ciudad.

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