jueves, marzo 29, 2012

Pangaea / Galerie der Künstler - Munich


Río Revuelto TV: Pangaea

Pangaea
A propósito de los intercambios culturales
Por María Inés Plaza 

Del 10 de marzo al 13 de abril se exhibe en la Galerie der Künstler en Munich la muestra Pangaea, Munich-Quito: 4 artistas ecuatorianos, 4 artistas alemanes,  y en el medio, la figura de Alexander von Humboldt. El próximo año esta misma será expuesta en la FLACSO, Quito.

Organizar una exposición de arte conlleva una serie de complicados requerimientos: encontrar un lugar adecuado para las piezas, encontrar una forma de diálogo entre los discursos reunidos, encontrar el dinero necesario, y así pronosticarle un futuro a las obras involucradas (sea hablar de ellas, venderlas, que se propaguen por sí solas). En el caso de Pangaea – Intercambio de artístas München-Quito 2012/2013, todo esto costó más de un año y medio. Para explicarlo hay que situar el contexto de todo el ajetreo dado: Munich.

La capital de la provincia de Baviera al sur de Alemania tiene un Kulturreferat (una división administrativa para las artes visuales – la musica, el teatro y demás instituciones públicas culturales están subvencionadas por sus respectivos fondos, tambien otorgado por la ciudad – dentro de lo que son las funciones del municipio). A su vez, el Kulturreferat tiene a su disposición un presupuesto y un número de espacios en donde se pueden repartir a los artistas, un apoyo imparcial y necesario para su desarrollo profesional. En ese sentido, son los artistas que viven y trabajan en Munich los aventajados. Esto tiene sus pros y contras, pero sucede lo mismo en todas las ciudades: cada una tiene sus circuitos de intelectuales, sus buenas cosechas y correspondientes conflictos.

Dentro de estos circuitos ha circulado Lucía Falconí (Quito, 1962). Ella ha dedicado su trabajo a la manufactura y a lo ornamental, vivió en Munich alrededor de 20 años, cursó la Kunstakademie obteniendo reconocimientos de fundaciones estatales como la de Bezirk Oberbayern, E-On o Cusanuswerk y ha buscado la manera de mantener el vínculo con Munich y varios de sus actores. Entre ellos, Monica Humm y Wolfgang Stehle, dos artistas con las cuales Falconí armó Pangaea.

Una de las responsables de curar portafolios en el Kulturreferat es Doris Stecher, quien aceptó el proyecto para uno de los más generosos espacios de la ciudad, la Galerie der Künstler. Y es con esta luz verde con la cual Falconí separa la selección de artistas para ser invitados a participar dentro de esta muestra.

Falconí, quien dice no tener conocimientos de lo que se produce en Ecuador, fue asesorada por la curadora e historiadora de arte Mónica Vorbeck. Y es así como Juana Córdova (Cuenca, 1973), Nicolás Kingman (Quito, 1980) y Fabiano Kueva (Quito, 1972), quienes con la ayuda de la embajada del Ecuador en Alemania y una beca del Kulturreferat para la producción de las obras, llegan a la Villa Walberta, residencia para artistas extranjeros, subvencionada por el municipio de Munich, claro está.

La vaga alución a la división de los continentes con Pangaea como título de la muestra resulta a ratos, una excusa casi obvia. Un naturalista y geografo alemán que fue a darle nombre a la fauna ecuatoriana, artistas de ambos países que reunen con sus obras un hilo conductor que remite una y otra vez a los estudios de Humboldt, siglos después. Lo que buscaron Falconí junto con Humm y Stehle sin embargo, tiene un propósito mayor, y es el de tomar en cuenta las obras de artistas con una trayectoria madura y obras que sigan un ritmo y un discurso personal, sin repetirse, “sin folclor”, como quiso Falconí (quizás con eso se refería a una obra menos populista y más discreta), para así lograr una relación formal con la obra de artistas de Munich.

Al entrar a la galería una pequeña instalación de Ralph Kistler (Olching, 1969), Social Netwalks, un video filmado a vista de pájaro desde un balcón en la plaza de una ciudad X (podría ser Guayaquil o Tenerife). Kistler adultera el video agrupando a las personas por su comportamiento y apariencia; primero vemos una serie de personas con mochilas viajeras, luego hombres arrastrar canastas de botellas, luego mujeres en cinta, todos en diferentes direcciones. Kistler, quien bien podriar observar curiosamente cual turista un paisaje urbano desde su habitación de hotel, juega con la referencia a Humboldt y la catalogación de especies.

Esta y las fotografías de Nicolás Kingman, mostradas en la ultima sala de la muestra, encierran la elípsis discursiva, acerca de la mirada paseante del extranjero. El origen del artista se convierte en ambas piezas en un elemento relativo; es más una fascinación hacía lo lejano lo que aquí se trata de representar.

Fabiano Kueva cuenta lo opuesto, en su video-instalación Humboldt 2.0. El artista viste ropa cual hombre del siglo IIX y relata un paseo imaginario por los lugares que Alexander von Humboldt visitó durante su expedición. Con irónica exageración, Kueva coquetea con formulas añejas sobre la construcción colonialista de la imagen importada de un país como el Ecuador, alcanzando cierto transvestismo con su lacónica intención de burlar amaneradamente el clasicismo con el que la cultura fue resumida a objeto de exploración en epocas de conquista intelectual, como a la que perteneció Humboldt.

Habría que mencionar que Alexander von Humboldt no fue un particular a quién se le ocurrio visitar una tierra tan exótica para aquel tiempo; la familia entera se veía involucrada en las altas élites de Prusia. Su hermano Wilhelm fue primer ministro y fundador de la Universidad Humboldt de Berlin (hoy una de las universidades más importantes a nivel mundial), mientras el rey Federico el grande se dedicaba a armar la isla de los museos con tesoros egipcios, grecos y romanos, es decir, los ajenos.

De territorios remotos se apropia también Isabel Haase (Viena, 1975), con su instalación “Voy a estar en casa para la cena”, la cual resulta casi como un intento fallido hacia el país del nunca jamás, donde los niños perdidos volaban con Peter Pan. Los destellos pueriles en la obra de Haase se relacionan así mismo con el idealismo romantico a finales del siglo dieciocho y las expediciones cientificas que resultan casi un escapismo a la vida burguesa europea. Es por ejemplo el caso de la mayoria de las obras de Haase, en donde se puede ver muebles instalados bajo agua y la artista durmiendo o conviviendo con sus artefactos bajo la superficie, escondida.

Monika Humm (Bad Griesbach, 1962) y Wolfgang Stehle (Munich, 1965) optan por un acercamiento a la dicotomía entre naturaleza y civilización por una vía abstracta, buscando armonía en el espectro de aquella incesante confrontación entre lo orgánico y lo artificial. Importante para ambos es la experiencia humana frente a los dos ambientes.

A pesar de la intencionada elegancia en la mayoria de las piezas dentro de Pangaea, la sutileza resuelta en la obra de Juana Córdova, un arbol de Quina de un laborioso acabado manual, se convierte en el eslabón clave que conecta la muestra entera. La Quina, planta de la familia de las Quenopodiáceas, es también la última obra del gran cuerpo de piezas botánicas hechas por Córdova. 

De hojas tiernas y de abundantes semillas, ha servido para los europeos como medicina (Quinina) contra la malaria, como base para el agua tónica, destilada por el médico alemán Johann Gottlieb Benjamin Siegert, quien pertenecía como General a las tropas de Simón Bolivar en Venezuela y lo desarrolló en producto comercial en 1830. El valor histórico de la Quina se mezcla con el valor personal de la artista: es de la región donde crece la planta, donde ella se crió. La discreta intimidad que evoca la pieza se interrelaciona con los intereses de los demás artistas en este sentido.

La inauguración que dió lugar la noche del 9 de marzo llenó la galería; inesperado para una exposición en Munich de bajo perfil. El embajador ecuatoriano Jorge Jurado viajó desde Berlin para abrir el evento de forma diplomática, comentando las obras, confesando primero que su percepción es de un espectador normal. La visita de Charles Schumann fue así mismo, una agradable coincidencia. El señor Schumann, dueño del elegante bar que lleva su nombre, Schumann's,  llegó con curiosidad, sin acompañante, y en un traje de terciopelo, rojo oscuro. La chef ecuatoriana Liliana Cobo, quien trabajó para Schumann casi diez años (quien ahora cursa la universidad de Slow Food en la region de Piemonte), y sus memorias de su visita a la Plaza San Francisco de Quito fueron sus referencias. Preguntó si es que yo era artista, respondo que no, pero historiadora de arte. Preguntó por los artistas, a quienes señalé.

Su entusiasmo con pocas palabras en español terminó por invitarnos a todos a almorzar en su bar. “¡Vengan el miercoles!”. Charles Schumann nos recibió al mediodía con sorprendente amabilidad; nos pidió que olvidaramos el menú sobre la mesa, pues el cocinaría algo especial para todos.

Como primer plato, un risotto de azafrán cremoso (el ingrediente final era un poco de crema de leche, para darle una consistencia especialmente suave). Segundo plato, un filete de ternero acompañado de trozos de zanahorias y espárragos tiernos (típico de un almuerzo bávaro), a ello le acompañaron las papas tostadas, un clásico del bar Schumann's. Como cierre una “tarta de la mama” y un espresso bien preparado que no necesitó azúcar.

A propósito de los intercambios culturales, el encuentro con el Donjuán de Munich funciona como colofón a los propósito de las residencias artísticas, que en principio buscan la recepción de un público diferente, y a su vez tornear los discursos tomando el contexto como elemento clave para el entendimiento de cada obra. Sin ningún otro motivo más que el de contar de lo suyo – lo gourmet y el buen licor –  Schumanns escuchó a los artistas hablar sobre su trabajo. Esto demuestra de manera informal, la necesidad de acoger lo extranjero como un parámetro bilateral entre lo desconocido y lo propio, reafirmando a su vez lo personal de cada historia.
Munich, marzo de 2012










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