Río Revuelto TV: Pangaea
A propósito de los intercambios
culturales
Por María Inés Plaza
Del 10 de marzo al 13 de abril se exhibe en
la Galerie der Künstler en Munich la muestra Pangaea, Munich-Quito:
4 artistas ecuatorianos, 4 artistas alemanes, y en el medio, la figura de Alexander von Humboldt. El
próximo año esta misma será expuesta en la FLACSO, Quito.
Organizar una exposición de arte conlleva
una serie de complicados requerimientos: encontrar un lugar adecuado para las
piezas, encontrar una forma de diálogo entre los discursos reunidos, encontrar
el dinero necesario, y así pronosticarle un futuro a las obras involucradas
(sea hablar de ellas, venderlas, que se propaguen por sí solas). En el caso de Pangaea
– Intercambio de artístas München-Quito 2012/2013, todo esto costó más de
un año y medio. Para explicarlo hay que situar el contexto de todo el ajetreo
dado: Munich.
La capital de la provincia de Baviera al
sur de Alemania tiene un Kulturreferat (una división administrativa para las
artes visuales – la musica, el teatro y demás instituciones públicas culturales
están subvencionadas por sus respectivos fondos, tambien otorgado por la ciudad
– dentro de lo que son las funciones del municipio). A su vez, el Kulturreferat
tiene a su disposición un presupuesto y un número de espacios en donde se
pueden repartir a los artistas, un apoyo imparcial y necesario para su
desarrollo profesional. En ese
sentido, son los artistas que viven y trabajan en Munich los aventajados. Esto
tiene sus pros y contras, pero sucede lo mismo en todas las ciudades: cada una
tiene sus circuitos de intelectuales, sus buenas cosechas y correspondientes
conflictos.
Dentro de estos circuitos ha circulado
Lucía Falconí (Quito, 1962). Ella ha dedicado su trabajo a la manufactura y a
lo ornamental, vivió en Munich alrededor de 20 años, cursó la Kunstakademie
obteniendo reconocimientos de fundaciones estatales como la de Bezirk
Oberbayern, E-On o Cusanuswerk y ha buscado la manera de mantener el vínculo
con Munich y varios de sus actores. Entre ellos, Monica Humm y Wolfgang Stehle,
dos artistas con las cuales Falconí armó Pangaea.
Una de las responsables de curar
portafolios en el Kulturreferat es Doris Stecher, quien aceptó el proyecto para
uno de los más generosos espacios de la ciudad, la Galerie der Künstler. Y es
con esta luz verde con la cual Falconí separa la selección de artistas para
ser invitados a participar dentro de esta muestra.
Falconí, quien dice no tener conocimientos
de lo que se produce en Ecuador, fue asesorada por la curadora e historiadora
de arte Mónica Vorbeck. Y es así como Juana Córdova (Cuenca, 1973), Nicolás
Kingman (Quito, 1980) y Fabiano Kueva (Quito, 1972), quienes con la ayuda de la
embajada del Ecuador en Alemania y una beca del Kulturreferat para la
producción de las obras, llegan a la Villa Walberta, residencia para artistas
extranjeros, subvencionada por el municipio de Munich, claro está.
La vaga alución a la división de los
continentes con Pangaea como título de la muestra resulta a ratos, una excusa
casi obvia. Un naturalista y geografo alemán que fue a darle nombre a la fauna
ecuatoriana, artistas de ambos países que reunen con sus obras un hilo
conductor que remite una y otra vez a los estudios de Humboldt, siglos después.
Lo que buscaron Falconí junto con Humm y Stehle sin embargo, tiene un propósito
mayor, y es el de tomar en cuenta las obras de artistas con una trayectoria
madura y obras que sigan un ritmo y un discurso personal, sin repetirse, “sin
folclor”, como quiso Falconí (quizás con eso se refería a una obra menos
populista y más discreta), para así lograr una relación formal con la obra de
artistas de Munich.
Al entrar a la galería una pequeña
instalación de Ralph Kistler (Olching, 1969), Social Netwalks, un video
filmado a vista de pájaro desde un balcón en la plaza de una ciudad X (podría
ser Guayaquil o Tenerife). Kistler adultera el video agrupando a las personas
por su comportamiento y apariencia; primero vemos una serie de personas con
mochilas viajeras, luego hombres arrastrar canastas de botellas, luego mujeres
en cinta, todos en diferentes direcciones. Kistler, quien bien podriar observar
curiosamente cual turista un paisaje urbano desde su habitación de hotel, juega
con la referencia a Humboldt y la catalogación de especies.
Esta y las fotografías de Nicolás Kingman,
mostradas en la ultima sala de la muestra, encierran la elípsis discursiva,
acerca de la mirada paseante del extranjero. El origen del artista se convierte
en ambas piezas en un elemento relativo; es más una fascinación hacía lo lejano
lo que aquí se trata de representar.
Fabiano Kueva cuenta lo opuesto, en su video-instalación Humboldt 2.0. El artista
viste ropa cual hombre del siglo IIX y relata un paseo imaginario por los
lugares que Alexander von Humboldt visitó durante su expedición. Con irónica exageración,
Kueva coquetea con formulas añejas sobre la construcción colonialista de la imagen importada de un país como el
Ecuador, alcanzando cierto transvestismo con su lacónica intención de burlar
amaneradamente el clasicismo con el que la cultura fue resumida a objeto de exploración en epocas de conquista
intelectual, como a la que perteneció Humboldt.
Habría que mencionar que Alexander von
Humboldt no fue un particular a quién se le ocurrio visitar una tierra tan
exótica para aquel tiempo; la familia entera se veía involucrada en las altas
élites de Prusia. Su hermano Wilhelm fue primer ministro y fundador de la
Universidad Humboldt de Berlin (hoy una de las universidades más importantes a
nivel mundial), mientras el rey Federico el grande se dedicaba a armar la isla
de los museos con tesoros egipcios, grecos y romanos, es decir, los ajenos.
De territorios remotos se apropia también Isabel
Haase (Viena, 1975), con su instalación “Voy a estar en casa para la cena”,
la cual resulta casi como un intento fallido hacia el país del nunca jamás,
donde los niños perdidos volaban con Peter Pan. Los destellos pueriles en la
obra de Haase se relacionan así mismo con el idealismo romantico a finales del
siglo dieciocho y las expediciones cientificas que resultan casi un escapismo a
la vida burguesa europea. Es por ejemplo el caso de la mayoria de las obras de
Haase, en donde se puede ver muebles instalados bajo agua y la artista
durmiendo o conviviendo con sus artefactos bajo la superficie, escondida.
Monika Humm (Bad
Griesbach, 1962) y Wolfgang Stehle (Munich, 1965) optan por un
acercamiento a la dicotomía entre naturaleza y civilización por una vía
abstracta, buscando armonía en el espectro de aquella incesante confrontación entre lo orgánico y lo artificial.
Importante para ambos es la experiencia humana frente a los dos ambientes.
A pesar de la intencionada elegancia en la
mayoria de las piezas dentro de Pangaea, la sutileza resuelta en la obra de
Juana Córdova, un arbol de Quina de un laborioso acabado manual, se convierte
en el eslabón clave que conecta la muestra entera. La Quina, planta de la familia de las Quenopodiáceas, es también la
última obra del gran cuerpo de piezas botánicas hechas por Córdova.
De hojas tiernas y de
abundantes semillas, ha servido para los europeos como medicina (Quinina)
contra la malaria, como base para el agua tónica, destilada por el médico
alemán Johann Gottlieb Benjamin Siegert, quien pertenecía como General a las
tropas de Simón Bolivar en Venezuela y lo desarrolló en producto comercial en
1830. El valor histórico de la Quina se mezcla con el valor personal de la
artista: es de la región donde crece la planta, donde ella se crió. La discreta intimidad que evoca la pieza se interrelaciona con los intereses de los demás artistas
en este sentido.
La inauguración que dió
lugar la noche del 9 de marzo llenó la galería; inesperado para una exposición
en Munich de bajo perfil. El embajador ecuatoriano Jorge Jurado viajó desde Berlin para abrir el evento de forma diplomática,
comentando las obras, confesando primero que su percepción es de un espectador
normal. La visita de Charles
Schumann fue así mismo, una agradable coincidencia. El señor Schumann, dueño
del elegante bar que lleva su nombre, Schumann's, llegó con curiosidad, sin acompañante, y en un traje de
terciopelo, rojo oscuro. La chef ecuatoriana Liliana Cobo, quien trabajó para Schumann casi diez
años (quien ahora cursa la universidad de Slow Food en la region de Piemonte),
y sus memorias de su visita a la Plaza San Francisco de Quito fueron sus
referencias. Preguntó si es que yo era artista, respondo que no, pero
historiadora de arte. Preguntó por los artistas, a quienes señalé.
Su entusiasmo con pocas
palabras en español terminó por invitarnos a todos a almorzar en su bar. “¡Vengan
el miercoles!”. Charles Schumann nos recibió al mediodía con sorprendente
amabilidad; nos pidió que olvidaramos el menú sobre la mesa, pues el cocinaría
algo especial para todos.
Como primer plato, un
risotto de azafrán cremoso (el ingrediente final era un poco de crema de
leche, para darle una consistencia especialmente suave). Segundo plato, un
filete de ternero acompañado de trozos de zanahorias y espárragos tiernos
(típico de un almuerzo bávaro), a ello le acompañaron las papas tostadas, un clásico
del bar Schumann's. Como cierre una “tarta de la mama” y un espresso bien
preparado que no necesitó azúcar.
A propósito de los
intercambios culturales, el encuentro con el Donjuán de Munich funciona como
colofón a los propósito de las residencias artísticas, que en principio buscan
la recepción de un público diferente, y a su vez tornear los discursos tomando
el contexto como elemento clave para el entendimiento de cada obra. Sin ningún
otro motivo más que el de contar de lo suyo – lo gourmet y el buen licor – Schumanns escuchó a los artistas hablar
sobre su trabajo. Esto demuestra de manera informal, la necesidad de acoger lo
extranjero como un parámetro bilateral entre lo desconocido y lo propio,
reafirmando a su vez lo personal de cada historia.
Munich, marzo de 2012
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