Río Revuelto: Roger Pincay

Parole

Ocho obras del joven artista Roger Pincay nos trasladan a diversos ámbitos de la escena cotidiana. Operan como registros de la memoria colectiva de un espacio citadino, marcado por intensidades y tonos heterogéneos, divergentes. Cada pieza examina un determinado juego de lenguaje y el recorrido por todas ellas pudiera interpretarse como una suerte de mapeo selectivo por comportamientos y modos de vida emblemáticos, pero apenas reconocibles por las miradas oficiales.

En esta muestra la imagen videográfica es protagónica, pero no porque se decidiera a priori un particular interés o inclinación por este medio, sino más bien por un especial y oportuno empleo de sus potencialidades, en correspondencia con el carácter del universo referencial al que se apunta. La mirada que el video propone y posibilita resulta en este caso pertinente justo para concertar diálogos inteligentes y emotivos con una realidad altamente conflictiva, aporética. Las “escenas” nos ponen ante dinámicas de la cotidianidad que son habitualmente desplazadas por la atención débil, menos dada a asumir lo paradójico como habitual. Bien alejadas de todo tipo de edulcoración, ellas someten al espectador a una especie de desbroce permanente de lugares comunes o más bien desvelan y subrayan ante aquel que precisamente en estos lugares subyacen antinomias que exigen de una más detenida y aguda reflexión.

En este sentido, las lucidas anotaciones de Deleuze sobre la imagen-tiempo y la imagen-movimiento, expandidas por Brea hacia los territorios de la imagen electrónica, son más que recurrentes. Y es que, por sus propios objetos, en las “escenas” de Pincay se ponen a prueba esas cualidades de una imagen que hace de la temporalidad el centro de la producción de sentido y el código que vehiculiza la interpretación.

Como singulares y curiosos registros de la cotidianeidad, presentan duraciones variables, pero se ven caracterizadas por su fugacidad temporal, como ejercicios provocadores en los que transcurre la “eternidad” del tiempo-instante, del aquí y ahora que se escapa. Entre tanto, si bien las narrativas siguen en general un curso secuencial, no pudiera afirmarse que en todos los casos este transcurrir se pueda seguir bajo los términos de formatos tradicionales. Por el contrario, el autor muestra habilidad en construir imágenes que, con los recursos de la postproducción, desbordan dichos términos. En no pocas ocasiones, las “escenas” registran rupturas de la linealidad, y obligan al espectador a lecturas fragmentadas de la visualidad, solo comprensibles luego como totalidades mediante ejercicios de sostenida meditación. Esto se manifiesta sobre todo en videos como “ni pio” y “Shamalabasú”, en los que se exige necesariamente atender a dinámicas intertextuales de alto vuelo.

Dos movimientos de las tribus urbanas (una real y otra “construida”) han sido recreados de modo certero por Pincay. Resulta interesante la confrontación que se sugiere entre los comportamientos representados en obras como Campo ciego y Cushicushum, en las que se interpela al receptor con el empleo de paroles diferenciadas, de difícil decodificación. Semejante extrañamiento, derivado de la aludida complejidad lingüística, se suple parcialmente mediante los recorridos visuales realizados por emplazamientos y desplazamientos de las referidas tribus. Y es que el espacio de estas “escenas” trasciende el simple énfasis en el lugar geográfico para conducirnos a un registro de mayor alcance sociológico y antropológico: el de una confrontación entre localizaciones aparentemente divergentes, en las que - en cada caso - se alojan sus específicos (y en ocasiones invisibilizados) enclaves.

Eduardo Albert Santos

Curador