Registro Fotográfico en Cuenca (Sala Proceso): Patricio Palomeque
Texto Curatorial (versión para el catálago):
Pamela Cevallos: Minando el Archivo
Por Rodolfo Kronfle Chambers
¿Cómo se ha configurado el canon de la
historia del arte local? ¿Por medio de qué mecanismos se construye el valor de
los objetos que forman parte de aquella narrativa? ¿Qué tipos de ideas son las
que se asocian a estos artefactos a partir de los discursos de difusión con que
circulan? ¿En qué medida algunos de los símbolos más preeminentes de la cultura
local han dependido de insólitos avatares o triviales gestiones burocráticas?
Estas son tan solo algunas de las
interrogantes que suscita el recorrido por esta muestra, cuyo sugerente perfil
se configura a partir de una dedicada investigación incisivamente articulada
dentro de un conjunto de obras
concatenadas entre sí.
Pamela Cevallos dedicó varios meses a hurgar
en los archivos fotográficos, de restauración y de adquisiciones de los que
originalmente fueron los museos del Banco Central, indagando sobre las formas
en que se fue juntando la que a la postre sería la mayor colección de arte del
país. Su mirada, a juzgar por lo que comunican estos trabajos, se centra más en
metaforizar los criterios subyacentes en estas transacciones que en únicamente
evidenciar el carácter banal y expedito que denota el conjunto de actas,
facturas, informes, memos, recibos, tasaciones e inventarios que pueblan la exhibición.
Realizando penetrantes ejercicios de
yuxtaposición, que esconden un sutil afán deconstructivo, la artista reactiva los
nervios ocultos entre folios de información en apariencia anodina y los pone a
“hablar” en voz alta. De esta forma la documentación reunida adquiere un grosor
inusitado, incorporada tanto como referente visual central de sus pinturas como
de forma contrastante y complementaria en el grupo de 198 collages acuarelados
que componen la obra Bureau. Es en
este trabajo donde reproduce el conjunto de piezas arqueológicas reunidas en la
vasta Enciclopedia Salvat de Arte Ecuatoriano publicada en 1977 que tuvo una
amplia difusión y dio forma a un esquema integrado de la producción simbólica
de este territorio. Aquel campo continuo que ayudó a hilvanar entre el “arte”
de los pueblos originarios, el colonial y el moderno aún opera sobre la ideas
de una cultura local: se impelen nociones de talante ancestral a pesar de que
se pueda rebatir el supuesto legado heredado a partir de los estereotipos de su
reproducción superficial en el presente, mientras que por otro lado no solemos
no tomar conciencia de las profundas contradicciones entre los paradigmas y
horizontes históricos involucrados. Las ilustraciones que hace la artista
detallan además las descripciones a ratos antojadizas que se hacían de los
objetos arqueológicos, los cuales, al provenir de huaqueros y por ende carecer
de un contexto adecuado para su estudio, se encuentran en ocasiones asimilados
a través de referentes ajenos a ellos.
Las obras parecen hablar además de los
avatares a los que se somete la cultura material cuando se emplea de manera
funcional como parte de la pedagogía patriótica y los discursos de pertenencia que
consolidan al estado-nación. En la obra Restauración,
por ejemplo, se muestran registros fotográficos del proceso de reparación del
“Sol de Oro” de desconocido origen, que llegó a erigirse como uno de los emblemas
más reconocibles de Ecuador. La pieza comunica –desde su masiva circulación
como logotipo del mismísimo Banco Central- un supuesto pasado nacional milenario
lleno de esplendor y riqueza. Pero justamente la disputa que hubo sobre la
filiación cultural de esta reliquia al interior del país (¿es un objeto Tolita
o Cañari? ¿andino o de la costa?) señala claramente lo endebles que suelen
resultar los discursos identitarios de carácter aglutinante, y peor aún la idea
misma de un origen o raíz único para todos.
De forma similar la muestra despierta varias
interrogantes que minan los procesos de construcción de valor de los objetos
que configuran parte importante de aquel “catálogo” primordial de la historia
de arte local. Nos lleva a meditar sobre lo distantes que suelen estar las
diversas plataformas de criterio sobre las que se asigna el valor estético,
científico, simbólico o monetario, y que apenas de manera dispar deben haber
informado el pensamiento de los distintos comités de adquisición detrás de la
colección más insigne del país. Resulta fascinante hurgar en el pase de manos
de esos objetos arqueológicos o de arte moderno, sujetos muchas veces a
caprichos mercantiles o al azar. (Se dice, por ejemplo, que no se adquiría
piezas precolombinas quebradas, como si aquella condición desdibujara su
importancia histórica). A la larga, el mismo sistema que logró reunir estos
tesoros sin contexto científico alguno, fue el que fomentó una industria de
falsificación y saqueo sistemático de la riqueza arqueológica enterrada.
Al final la obra de Cevallos me induce a
pensar sobre las relaciones que existen en el ordenamiento de la realidad
social con la producción y uso de la cultura material. Me remite a aquella
nueva perspectiva planteada por James Skibo y Michael Brian Schiffer sobre la
“cadena de comportamiento” que forjan los objetos: ahora que estos artefactos
se exhiben en vitrinas, alejados del origen utilitario o del rol simbólico que
desempeñaban, se vuelven parte de nuevos “performances” (sensoriales, visuales,
etc.) en las interacciones que ocurren entre ellos y las personas. Se ha
provocado así un desplazamiento cognitivo que -hay que reconocerlo- les ha dado
una existencia renovada dentro de un orden de ideas muy alejado del cual se
crearon. Estos objetos se han adaptado así a las necesidades de las industrias
culturales y la ideología dominante, la cual los emplea en su trillada retórica
como marcadores identitarios de un pasado con el cual no encontramos sintonías
en la actualidad.
La reactivación de archivos con propósitos
significantes ha sido una deriva pródiga en el arte contemporáneo
internacional, una estrategia de concientización para repensar diversos
problemas del presente a partir del potencial reflexivo que adquieren ciertos
acervos históricos cuando son sometidos a una aguda selección y sensibles
formas de presentación. Siguiendo esa línea el trabajo de Cevallos se encuentra
atravesado además por vertientes de crítica institucional que cuestionan el
papel de los museos y los prejuicios y limitaciones de la representación
museográfica. Yendo más allá de la sátira para escrutar los cimientos de nuestro
aparataje cultural y sus modelos de gestión, su muestra es sin duda uno de los
ejercicios más perspicaces que han aparecido en la producción local reciente.
Guayaquil, agosto de 2014
Registro fotográfico en Guayaquil (MAAC): Rodolfo Kronfle Chambers
Noviembre 4 de 1975
óleo sobre tela
2014
Diciembre 2 de 1969
Óleo sobre tela
2014
Oferta
Óleo sobre tela
2014
Restauración
Instalación
2014
Octubre 20 de 1949
Óleo sobre tela
2014
IN-AUGURAR
Carboncillo de sauce sobre cartón
2014
Bureau
Instalación
2014
LA
APERTURA DEL ARCHIVO Y EL DEVENIR DEL OBJETO
Sobre
el proyecto (1975) y práctica artística de Pamela Cevallos
María
Elena Bedoya H.
La
experiencia del pasado es la de un mundo sin mí,
un
mundo del que estoy ausente y del que sólo me
llega
el eco.
Sylviane
Agacinski, 2009
Guayaquil, 4 de noviembre de 1975: Un papel, un memorando.
Firmas, detalles, acuerdos económicos.
Son documentos de archivo, son papeles de gestión. Cuando Roger Chartier (1999) señaló las
implicaciones del “poder sobre la escritura” desplegado en sus competencias,
formas y usos efectivos en la vida social, y lo diferenció del “poder de la
escritura”, representado en las prácticas de la burocracia que posibilita
acciones consideradas como legítimas en el seno del Estado, no solo que
complejizó el universo de lo escrito, sino que ancló, desde estas perspectivas,
distintos debates en torno a la existencia misma de estos
“objetos-escritos”. Este texto pretende
entrar en las huellas de la gestión y las maneras en que desde la práctica
artística, varios sentidos pueden ser abiertos, auscultados e interpelados.
ACERVOS INQUIETOS E INQUIETUD SOBRE ACERVOS
El historiador Raphael Samuel, en su clásico libro Teatros
de la memoria, pasado y presente de la cultura contemporánea, nos presentó
un recorrido sobre las distintas configuraciones de la “cultura histórica” o
del persistente “culto por lo histórico” de las sociedades actuales y,
particularmente, del caso británico.
Sus potentes reflexiones ponían en primer plano la compleja trama a
través de la cual circulan los objetos, los documentos y las tecnologías,
permitiéndonos descubrir, reconocer o asumir un “pasado” inherente a ellos en
su sentido patrimonial y nacionalista.
El pasado, desde esta perspectiva, no solo es un lugar en el tiempo, ni
su interpretación, sino todo un entramado de relaciones, discursos y prácticas
que se activan y operan bajo su representación: la construcción del pasado como
un “Otro” que revela una alteridad para el presente.
Este ejercicio analítico ubica críticamente la carga impuesta
hacia la figura de quienes van al acecho de estas huellas del pasado, y
particularmente, en un primer caso, el de los historiadores:
“la historia no es prerrogativa del
historiador, ni tampoco, como afirman
los adalides de la posmodernidad, una ‘invención’ de su cosecha. Se trata más bien de una forma social de
conocimiento; la obra, en toda circunstancia, de un millar de manos.” (Samuel 2008:26)
Este posicionamiento merece una pausa. Más allá del relato de la historia nacional
apoyado en la pedagogía de una conciencia sobre “lo nacional”, existe una
posibilidad abierta que trastoca este ethos del pasado, al establecer
una mirada crítica sobre los archivos.
En nuestro caso, cuando nos acercamos a la comprensión de los llamados
“acervos patrimoniales” que tienen su acogida en museos e instituciones
culturales, surge la necesidad de entender la constitución misma de éstos al
amparo de lectura crítica del tipo de narrativa identitaria, así como de las
fisuras y recursos inconexos al interior de su constitución dentro de la
colección.
Además, este “millar de manos” señalado por Samuel (2008) es
un escenario que ha sido desvanecido por la racionalidad y la performativa
impuesta en la práctica museística moderna[1].
Ésta ha sido construida desde la calidad “expositiva-contemplativa” y la
representación museográfica como prácticas asociadas que dan cuenta de la
existencia misma de los acervos y justifican su quehacer desde ellos. El ejercicio de “contemplación de la apariencia”
separada de su verdad, como lo menciona Rancière desde su lectura de Debord,
“lo que el hombre contempla en el espectáculo es la actividad que le ha sido
sustraída, es su propia esencia, convertida en algo ajeno, vuelta contra él,
organizadora de un mundo colectivo cuya realidad es la de este desposeimiento”
(Rancière 2010:14). Esta circunstancia
ha convertido al museo en un lugar en el que se “ven” cosas que fungen una
actividad en el tiempo de un discurso histórico o estético que les precede a su
existencia: ajustar su vida y organizar sus huellas bajo la égida de una techné
[2]:
inventariar, conservar, restaurar y valorar.
Los museos modernos exhiben objetos y construyen valores, de
esta manera, los visitantes de estos espacios interactúan y deambulan entre los
dispositivos museográficos creando varias legitimidades sobre el saber
histórico y taxonomías que determinan la existencia física y conceptual de los
mismos. Este “performance del pasado” se
constituye así en la fundación política de lo patrimonial, es decir, el arte de
utilizar a los muertos en beneficio propio (Morales 2003). Como lo sugiere Morales, las coordenadas del
museo se constituyen en su práctica de “exhibir ocultando (permitir prohibiendo)
y mostrar representando”.
En este punto entraremos entonces al trabajo de la artista
Pamela Cevallos y su proyecto artístico.
Más allá del ámbito de la exposición y el despliegue museográfico, ¿qué
potencialidades tiene el uso de los archivos del museo?: esos papeles, recibos,
transacciones, vestigios, registros fotográficos, etc., que aparecen como
accesorios técnicos son pensados, reflexionados e interpelados. Hemos inquietado su apacible y cómplice
existencia en el universo de lo cultural.
ARCHIVOS Y OBJETOS EN JUEGOS DE TENSIÓN
Toda
pasión bordea el caos;
la
del coleccionista, el caos de los recuerdos.
Walter
Benjamín, “Desembalo mi biblioteca”.[3]
Los archivos de los museos son, sin duda, registro de lo
político y a la vez son huellas de la política.
Su apertura nos abre a la posibilidad de hurgar en la gestión cultural,
no como un lugar etéreo e inaprehensible, sino en las transparencias de su
acción y la potencia de la escritura: actos que ocurren y se materializan en la
trama museística. Varios discursos en la
contemporaneidad reclaman por la existencia de políticas culturales en
distintos ámbitos, empero, la política como práctica existe y ha existido
soterradamente al reclamo público de estos últimos años.
El espacio del archivo puede mostrarnos estas agencias que
parecen desvanecerse en la urgencia y emergencia el devenir actual del
escenario cultural, paradójicamente, sus huellas son las más desconocidas y
menos apreciadas en el medio, forman parte de aquellos “papeles viejos” que
parecen esperar al azar de la historia y del historiador para ser
develados. En este caso, están
vinculados a la agencia misma de la artista, desde su práctica y su lugar de
enunciación como investigadora.
El sentido “archivístico” de la memoria asentado en la
dinámica del registro y las prácticas asociadas a la conservación de la
materialidad de la huella suponen una serie de ejercicios que son parte de la
propia constitución de una institucionalidad.
Por ello, el principio de “políticas de adquisición” ha sido una de las
coordenadas de institucionalización del discurso del museo moderno. Un museo dice acoger un acervo
patrimonial-nacional identificado en su potencialidad, es decir, el de dar
cuenta de las tramas bajo las cuales se ha determinado la existencia de un
“nosotros”, amparado en una suerte de teleología que justifica los devenires
nacionales.
A partir de la práctica artística de Cevallos estas huellas
encuentran otro lugar abriendo las oscuras reservas y encarando estos sentidos
patrimoniales: ¿qué líneas y fronteras de tensión en el mercado operan?, ¿qué
historias veladas guardan?, y ¿ qué sentidos guardan en sus propias
configuraciones?, estas y otras preguntas deambulan en el proyecto de Cevallos. El trabajo de la artista activa al archivo
del museo desde su potencia para comprender al objeto en su
configuración. Esta potencia, como
lo sugiere Agamben (2007) es el sentido del “yo puedo” que precisamente no se
refiere, como diría el autor, a ninguna certeza ni a ninguna capacidad
específica, sin embargo,
“lo empeña y lo pone completamente en
juego. Este “yo puedo” más allá de toda
facultad y de todo saber hacer, esta afirmación que no significa nada, pone al
sujeto inmediatamente frente a la experiencia quizá más exigente –y no obstante
ineludible– con que le es dado medirse, la experiencia de la potencia.” (Agamben 2007:352)
De esta manera, la colección atesorada en su reserva aparece
en un sentido proyectado sobre su función y uso en el universo social. En este punto la cuestión “arcóntica”
derridiana de la “localización” y “consignación”, en un lugar donde es posible
una reunión de signos en una especie de “corpus”, como principio generador del
archivo aparece en su sentido instituyente
y conservador (Bedoya 2010:227). Surge así la posibilidad de develar las
conexiones amparadas en el quehacer museológico y en su política concebida como
una facticidad, fundada en la duda del hacer o no hacer, el proceder o
no proceder.
Esta apertura logra una tensión dialógica entre las nociones
de patrimonio y colección (en sus sentidos procesuales) y le ha permitido a la
artista interpelar y poner en evidencia una compleja red de relaciones y
vínculos del museo, en tanto institución, con la sociedad civil: protagonistas
de carne y hueso, superando la apreciación y justificación telúrica de la
identidad sin nombres. Más allá de
revelar significados contenidos en los resquicios de información contenida en
fichas, diarios, etc., Cevallos apunta a mirar en la complejidad de la gestión
cultural y trámite de acervos, a través del ejercicio en escena de “crítica
institucional” en las dinámicas mismas de la institución y sus intereses.
La práctica artística de Cevallos, indaga en los ejercicios
previos a la proyección pública de aquellos objetos desde la performativa
museística, pone e interpela desde el ejercicio plástico una doble
expresión: la posesión legitimada en tanto “huella” de la nación y la
posibilidad de argumentar su “acogida” desde apoyada en el discurso científico
y/o su facultad estética. En este punto,
la revelación parece un caos del recuerdo, los objetos de intercomunican entre
ellos desde la acción del discurso científico o artístico, a partir y desde él
constituye su valor: los objetos viajan en fundas, en transportes públicos, en
pequeñas notas de agradecimiento y de valoración “estimada”, el escenario
aparece frágil y va constituyéndose en la transacción generada en ejercicio del
bureau. Su justificación se
configura y justifica a la par del surgimiento de su legitimidad en diversas
escalas.
Así, en la práctica
artística de Cevallos el juego con el formato burocrático a partir del cual se
construye un contexto y un valor desde un “lenguaje-formato” –la figura del
memorando– busca racionalizar unos intereses específicos. Según la artista, las referencias a los
objetos “artísticos” desde su materialidad (cantidad, peso, forma, procedencia)
y la relación arte (moderno) evocado en el lenguaje pictórico con la
proliferación del coleccionismo y mercado de arqueología, son relaciones clave
para un acercamiento a las dinámicas de colección del Estado y a la
gestión cultural de una institución específica en sus inicios y hasta los años
ochenta.
El ejercicio de visibilizar la diversidad de registros de
papel entremezclados con imágenes presentadas como borradores en acuarela
inacabados de “objetos” arqueológicos, pone en tensión las complejas y
contradictorias relaciones vinculadas a su adquisición. Este juego evidencia el entrecruce de los
discursos, tanto disciplinares, como el de la Historia del Arte, y la
conservación y rescate de los objetos.
La secuencia presentada de estas 200 imágenes –construidas a partir de
dibujos, texturas y sobre posiciones– en la obra de Cevallos está en estrecha
correspondencia de su existencia visual en el clásico libro, Arte
Ecuatoriano publicado por Salvat en el año de 1977. Apreciaciones, fragmentos explicativos de las
piezas forman parte de un todo lúdico donde emergen estas otras lecturas que complejizan
las acciones al interior de la práctica museística.
En la muestra nos acompaña una reproducción de gran
envergadura de una fotografía tomada y publicada en los diarios capitalinos en
secciones privilegiadas. La visita del
presidente Velasco Ibarra con su esposa y otras personalidades a la
inauguración del museo, es el día 1 de diciembre de 1969. La imagen realizada en gran formato por la
artista acoge con un espíritu vigilante el escenario en donde está presentado
el resto de la muestra. Podríamos decir, siguiendo a Louis Marín (2009), que
Cevallos apela al vínculo entre la representación, el poder y la imagen. Así, la obra de grandes dimensiones que
propone la artista –copia de la copia del periódico, en la posibilidad de
reproductibilidad de la fotografía– juega con la representación no es su valor
de sustitución o de la representación transitiva, sino en su valor de
intensidad, frecuentatividad:
representarse como representante de algo (Marín 2009:3).
En este sentido, el acto de ir al museo, legitimar el hecho,
mostrarse en él, recorrer las salas, asegurar su “cuidado” y protección como
las acciones de un jefe de Estado se conjugan en la posibilidad de su
mostración mediática. Velasco Ibarra, no
solo que firmó el decreto de constitución de la Casa de la Cultura Ecuatoriana
en el año 1944, sino que también estuvo presente en otro hito para el quehacer
museístico en la inauguración del museo del Banco Central del Ecuador: su
voluntad es representada[4]. La presencia de este recurso articula de
manera eficaz las distintas coordenadas bajo las cuales está organizada y
construida la discusión conceptual de su obra.
Pamela Cevallos mira esta puesta en escena de la colección y
de estos archivos desde el potencial campo de la memoria, y ubica su práctica
artística en el terreno de la historia, “performando” un tipo particular de
historiador: “aquel que entiende el pasado como algo vivo, no clausurado, que
afecta al presente y opera en nuestro tiempo.
El pasado como algo latente que aún no ha muerto y sigue activo. De ahí la necesidad de hacer Historia, de
escribir visualmente sobre el pasado” (Hernández-Navarro 2012:42).
Por último, quisiéramos destacar que su exposición vincula
ciertos hilos de su propia práctica artística con sus intereses en el campo
académico. Su acercamiento al terreno de
la etnografía desde la antropología visual[5],
en esta especie de “tráficos” (Andrade 2007) entre la práctica artística y la
cuestión antropológica, han logrado que se establezca una cierta conexión y
apropiación de conceptos que posibilitan una apertura a su ejercicio de
“crítica institucional”, desde un soporte que devela la complejidad del campo y
la riqueza de excavar y visibilizar la construcción del valor en la
configuración misma de colección.
Bibliografía
Agancinski, Sylviane,
El pasaje. Tiempo, modernidad y
nostalgia, La Marca Editora, Buenos
Aires, 2009.
Andrade, Xavier, “Del
tráfico entre antropología y arte contemporáneo”, en: Procesos. Revista
Ecuatoriana de Historia, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, 1er.
Semestre 2007, Quito.
Bedoya, María Elena,
“Arcontes y memoria. Notas sobre
patrimonio, prácticas del coleccionismo e identidad”, en, Troya, María Fernanda
(compiladora), Cultura y transformación social, OEI, Quito, 2010.
Blom, Philipp, El
coleccionista apasionado. Una historia íntima, Editorial Anagrama,
Barcelona, 2013.
Cevallos, Pamela, La
intransigencia de los objetos. La
galería siglo XX y la Fundación Hallo en el campo del arte moderno ecuatoriano
(1964-1979), Fundación Museos de la Ciudad, Quito, 2013.
Crespo Toral, Hernán
y José María Vargas (coordinadores), Historia del Arte Ecuatoriano, Salvat
Editores, Tomo I, Quito, 1977.
Chartier, Roger, Cultura
escrita, literatura e historia.
Conversaciones con Roger Chartier, Fondo de Cultura Económica,
México, 1999.
Choay, Françoise, Alegoría
del patrimonio, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1992.
Hernández-Navarro,
Miguel, Materializar el pasado. El artista como historiador (benjaminiano), Editorial
Micromegas, Murcia, 2012.
Marin, Louis, “Poder,
representación, imagen”, en Prismas, Revista de historia intelectual,
s/l, No 13, 2009, pp. 135-153.
Marzo, Jorge Luis,
“Cultura de registro”, en: Blasco
Gallardo, Jorge (et.al.), Culturas de archivo, Fundación Antoni Tàpies,
Universidad de Valencia, Universidad de Salamanca, Barcelona, 2002, pp.
159-169.
Morales, Luis
Gerardo, “Ojos que no tocan: la nación imaginada”, en: Revista Fractal, No. 31, 2003. Dirección electrónica: http://www.mxfractal.org/F31Morales.html
Rancière, Jacques, El
espectador emancipado, Ellago ediciones, España, 2010.
Samuel, Raphael, Teatros
de la memoria. Pasado y presente de la
cultura contemporánea, Universidad de Valencia, España, 2008.
[1] Es importante las
aperturas que ha permitido la museología crítica en este campo, no obstante,
hemos querido ubicar el ejercicio crítico de Cevallos en el entramado de
relaciones que nacen de la conformación de colecciones modernas en el país a
partir de la segunda mitad del siglo XX.
[2] Desde principios
del siglo XIX ya se consideraba la actividad de profesionales vinculados a la
conservación y restauración de monumentos que se valoraba con carácter
histórico. Este campo de acción fue
perfeccionándose y es parte del aparataje técnico que funciona para la
protección de los objetos (vistos como monumentos) patrimoniales y sitios que
acogen esta denominación. Revisar:
Choay, Françoise, Alegoría del
patrimonio, 1992.
[4] Como lo señala
Marín, por ejemplo con el caso de la representación del pasaporte en la
frontera: “su poseedor no sólo se presenta realmente en ella, sino que también
presenta su presencia legítima por el signo que la autoriza o la permite, e
incluso la obliga. La representación se mantiene aquí en el elemento de lo
mismo, y lo intensifica al redoblarlo. En ese sentido, es su reflexión, y
representar será siempre presentarse como representante de algo.” Así legitima y otorga legitimidad en el acto
mismo y en su reproducción mediática.
Revisar: Marín, Louis, Poder, representación, imagen, pg. 3
[5] Nos referimos a
su reciente producción editorial: La intransigencia de los objetos. La galería Siglo XX y la Fundación Hallo en
el campo del arte moderno ecuatoriano (1964-1979), Fundación Museos de la Ciudad, Quito, noviembre 2013.
CATÁLOGO
La apertura del museo tiene que ver con que la institución ni se enteró de lo que estaba detrás de ese proyecto, o sea, no fue capaz de leer en sus sentidos, ni de catar lo que implicaba críticamente para el análisis de la constitución de las colecciones del país. No supo ver en definitiva, cómo se puede escrutar -y hacer visible -, como experiencia con la que el presente debe ser enfrentado, la precariedad de los mecanismos que hasta hoy lideran en la tenencia de bienes patrimoniales y la ausencia de códigos deontológicos que arbitren las prácticas museales.
ResponderBorrarUd. sí se enteró y muy profundamente, por lo que la muestra ha cumplido el objetivo.
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