TEXTO CURATORIAL:
De las pasiones de Diego Muñoz
Por Dr. Julio César Abad Vidal
Investigador Docente del Proyecto Prometeo
(SENESCYT)
Las pinturas que conforman
la exposición Cromo de héroe, realizadas durante los últimos meses, constituyen
un conjunto unificado por su técnica y su lenguaje así como por un mismo
planteamiento estético, pese a la aparente diferencia de sus temas.
Las obras
emplean como soporte el papel, que en la mayoría de los casos ha sido montado
sobre planchas de fibra plástica. Su lenguaje es figurativo, chusco y con un
marcado horror vacui, imbuido de elementos de la cultura popular ecuatoriana.
Para su encendido cromatismo, Diego Muñoz se sirve de óleo, así como de pintura
fluorescente, a la que suma la incorporación de otros elementos adhesivos
reflectantes. No obstante la heterogeneidad de sus temáticas, el conjunto está
hermanado por un concepto ambivalente, una dualidad
manifiesta en la
integridad de la producción madura de Diego Muñoz. Esta categoría es, en este
caso, la de la pasión, que si bien popularmente significa fervor o marcada
inclinación – a menudo con connotaciones sexuales–, en un sentido religioso,
alude al tránsito, al camino tormentoso. Si en el primer caso hallamos ejemplos
de la euforia nacional desatada por los triunfos deportivos patrios o la
popularidad de una niña cuencana dotada de una bella voz y una historia vital
lacrimógena, en el
segundo nos encontramos
frente a una monumental recreación, extraordinariamente ornamentada y en la que
destaca el fulgurante y ácido carácter de su cromatismo –mas sin manipulación
alguna de su iconografía– de la imagen de la Dolorosa. Y entre ambos polos,
advertimos la transmisión de la certeza de Muñoz en que una cierta idea de
progreso amenaza la supervivencia de comunidades autóctonas ancestrales. Así,
el conjunto se constituiría en una suerte de pasión ecuatoriana.
Una pasión mestiza, dual,
acaso esquizoide, como demuestra una de las particularidades del lenguaje
reciente del pintor. Cuando estas pinturas son iluminadas con luz ultravioleta,
ofrecen otros significados de los que presentan con iluminación natural o
eléctrica, desenmascarando la ilusión de la primera visión. En la mayoría de
los casos, la capa fluorescente procede a una representación esperpéntica que
parece desnudar los oropeles de las apariencias para hablarnos de un mundo
habitado por la hipocresía y la violencia. Muñoz ha procedido a la celebración
de hitos que han estimulado la autoestima del pueblo ecuatoriano. Así, un
retrato de tintes hagiográficos de Jefferson Pérez, El héroe, le muestra
atravesando una cinta que marca la meta –licencia del pintor– el día que
consiguió la primera medalla de oro olímpica del palmarés ecuatoriano. La
pintura está surcada de simbolismo, como la celeridad del aleteo de los
colibríes, símbolos de la Cuenca natal del deportista y del pintor, y la
sucesión de registros cromáticos paralelos evoca la configuración de la bandera
de Ecuador. En otra pintura, el futbolista Iván Kaviedes, ha sido retratado mientras
celebra su gol en un partido contra Costa Rica, homenajeando al fallecido
Otilino Tenorio, tomando simbólicamente su lugar al tapar su cara, para excitar
el recuerdo de la seña de identidad de Tenorio, quien festejaba sus goles
poniéndose, precisamente, una máscara que llevaba oculta en su traje de
deporte. Pintado, juega verbalmente con el participio del verbo “pintar” y el
apellido de la protagonista de la obra, Leslie, finalista de un concurso de
talentos. Junto a la niña se presenta una cohorte de aspirantes y una figura
simiesca que representa al jurado, manifestación del descrédito del pintor por
la bondad de los profesionales de la cultura. El conjunto supone una llamada al
vitalismo y a la esperanza de un pueblo surcado por diversos procesos colectivos,
concediendo protagonismo a ejemplos de superación. Y parece, en lo personal,
una confesión de un tránsito desde las tinieblas a la luminosidad, la que
transmite con su ardiente cromatismo este conjunto pictórico apasionado.
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