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Solá, la ética de la derrota
en cámara lenta *
Por Santiago Roldós B.
Durante 53 años
Eduardo Solá Franco realizó una de las obras más profusas e inclasificables de
nuestra historia: 14 volúmenes de Diarios Ilustrados. Conservados en la
Biblioteca Nacional de Francia, una magnífica edición crítica los acerca hoy a
nuestras manos.
Para Giorgio Agamben la contemporaneidad comporta,
ante todo, una relación singular con el propio tiempo: una adherencia y una
fisura, una pertenencia en malestar. Esta paradoja resuena en el primero de los
ensayos que acompañan la edición de los cuatro tomos de los Diarios Ilustrados
de Eduardo Solá Franco, en el marco del primer centenario de su nacimiento.
James Oles destaca ahí la contradicción entre
libertad y sometimiento de Solá, “el más contemporáneo de nuestros modernos”,
en palabras del autor de los otros dos ensayos, Rodolfo Kronfle, editor general
del proyecto. Solá y su vida de privilegio y penuria, de exuberancia y depresión,
de creatividad y banalidad, a caballo, barco y avión de las capitales del mundo,
huyendo y regresando a su natal Guayaquil, donde nunca acabó de sentirse en
casa, intentando encontrar arraigo en el desarraigo.
Solá fue una anomalía en todos los frentes. Homosexual
y anticomunista, no pudo ser nuestro Lorca, ni siguió los pasos de Pablo
Palacio, otro incomprendido de un Ecuador donde la injusticia fundó un pensamiento
atrabiliario pleno de compartimentos estancos, donde una ideología que no
siempre actuaba en consecuencia a su discurso, se arrogó las credenciales de
ingreso al olimpo del arte y la cultura.
Pero Solá, admirado en los estudios Disney,
reputado diseñador de revistas y catálogos de moda, tampoco fue entendido del
todo en otras latitudes. Su inapetencia a adscribirse a las tendencias
imperantes o emergentes lo volvieron una rara avis para un mercado que él mismo
definió con inteligencia: “El pintor especializado es uno de los errores del
arte comercializado del siglo XX. Los grandes pintores (siempre) incidieron en
otros campos”.
Burgués aristocrático, fue condenado y auto
condenado a que su obra, en su momento, no se cargara de la enorme potencia
micro política que la habitó desde su arrastre primigenio: el rescate de lo
íntimo; la preponderancia de la memoria en el desarrollo consciente del
“impulso biográfico” –un gran legado; la concepción de la Historia Universal y
del Arte como un cofre familiar de recuerdos donde abrevar referencias del
drama personal, etc.
Mientras para Oles la edición de estos diarios “complementa
y complica la historia de la vida gay en las Américas y Europa con anterioridad
a los movimientos de liberación de los sesenta y setenta”, Kronfle rescata la
anti militancia consciente de Solá, en una materia a diseminar y encriptar a lo
largo de una obra revelada como el significante de la vida. He ahí que los
diarios, una obra a admirar en sí, sean la clave y el reflujo paradójico de esa
ética del enmascaramiento. Y anota: “Solá, la derrota en cámara lenta de un
hipersensible que quiso lograr una vida de anhelos y sentimientos elevados”.
El gran rigor filosófico de esta empresa
editorial no resulta impenetrable para grandes audiencias. Además de recuperar
la apasionante práctica en desuso de entreverar el estudio de la obra de un artista
con el abordaje de su vida (en el caso de Solá un ejercicio insoslayable), el
asombroso cuidado y los diversos niveles de discurso logrados por todo el
equipo permiten al lector irse abriendo
paso, poco a poco, en la materia que los diarios ocultan y engarzan a la vez.
Tras 53 años de persistencia y compromiso
cotidiano, consignando a su manera, entre 1935 y 1988, guerras,
transformaciones, decepciones y fiestas, el tiempo es un tesoro guardado en
estos Diarios Ilustrados. Ahora muerto, Solá renace, ya no sólo entre los
modernos: hoy mismo muchas de sus fisuras en potencia resultan ser, todavía, pendientes
nuestros.
* Este texto fue escrito
especialmente para Revista Vistazo, en cuya edición 1156, del 22 de octubre de
2015, apareció con una ligera variación, por motivos de espacio.
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Transcripción de la presentación de la publicación
Por Lupe Álvarez
La primera vez que supe de
la existencia de Eduardo Solá Franco fue a través de un diccionario de artistas
que sentada en la biblioteca del Centro Wilfredo Lam, en la Habana, cayó en mis
manos. Creo que era una edición del “Diccionario crítico de artistas plásticos del
Ecuador del siglo XX”, escrito
por Hernán Rodríguez Castello. Me llamó la atención un acápite que, si mal no
recuerdo, aludía a Solá, adjetivándolo, sin ambages, como “decadente y
aberrante”. Es de suponer que esos raros y peyorativos epítetos, lejos de
impulsarme a voltear la página, me provocaron curiosidad. En aquella caprichosa
selección de creadores de los cuales no tenía noticias, los apuntes sobre este
autor y lo poco que vi, ni bueno ni malo, por ahí quedaron.
La segunda vez que me topé con Solá
tuve mejor suerte. No sólo vi cuadros de diferentes calidades y temas variados
en los que destacaban motivos esperpénticos y composiciones abigarradas;
figuraciones francamente anacrónicas para una avanzada segunda mitad del siglo.
Por mis manos pasaron una serie de ilustraciones de modas y escritos que sí me
llamaron la atención por el dominio del medio; el dibujo preciso y refinado.
Tanto es así, que cuando el equipo de trabajo que dirigí durante el arduo
proceso curatorial de la muestra “Umbrales del Arte en el Ecuador”, en un
principio, no sabía qué hacer con la obra pictórica del artista que guardaban
las reservas del Banco Central, ya había un lugar reservado para estas
producciones que como la ilustración, habían sido históricamente valoradas como
residuales o menores.
Pero el tercer paso importante de Solá
Franco por mi vida acarreó mi sensibilidad a una verdadera crispación. No
recuerdo exactamente la fecha, pero quizás, aquí mismo, haya alguna que otra
persona a la que llamé para que asistiera a la subasta organizada por la Sociedad de Beneficencia de Señoras con un lote importante de obras de este artista. Nunca he
olvidado la impresión que me causó aquella oferta que por dicha, nos tocó la
primicia de ir a ver y que gracias a la presencia permanente de Ramiro Escobar,
nuestro aplicado documentador, pudimos registrar en aquella situación y estado.
La mayoría de las obras (pinturas
todas), estaban en pésimas condiciones de conservación. Pero aun bajo los
efectos del deterioro, resplandecían, sombríos, cautivadores sentidos
enigmáticos, escenas y personajes provistos de un excéntrico andamiaje
estético. Había allí muchas obras tempranas – quiero decir de los años 40 –
buena parte de ellas, como el Autorretrato
con López Morelló, Apocalipsis, o
el Juan Luis Cousiño con el Minotauro,
pululan en las páginas de esta grandiosa oferta editorial que hoy celebramos. En
aquel desfile -lo hablamos por aquellos días repetidas veces en el equipo-
encontramos algo totalmente fuera de lo común, tomando en cuenta la producción
artística más abundante, legitimada y visible ubicada en la cota temporal que
correspondería a la etapa creativa emergente de Solá.
En esas obras tan singularmente
halladas, nos topábamos con los antípodas del prototipo de sujeto delineado en
prácticas estéticas como el costumbrismo, el Realismo Social o las de cualquier
vertiente artística autorreflexiva que por aquellos tiempo marcaban pauta en la
escena cultural local. Solá, en su producción, se revelaba deslocalizado, a
horcajadas entre múltiples tradiciones estéticas, de espaldas a cualquier
impulso innovador de la modernidad, pero aún así, potente y significativo. Su
universo, un gran plató con extrañas alegorías, raros personajes y paisajes
singulares, destilaba desarraigo y contención.
Quizás fue el avistamiento de esas obras el que redondeó un tópico en la
muestra Umbrales a la que he hecho referencia; aquel dedicado al sujeto en
falta, escindido y atormentado, producido por una sociedad que permite
prohibiendo, vigila y separa.
Podemos preguntarnos dónde está Solá
más allá de la inminente necesidad de hallar su sitio en una narrativa como la
Historia del Arte que por todas partes reclama revisiones o nuevos horizontes
interpretativos. Podemos reclamar su reconocimiento, ese que anheló, junto a un
conjunto de artistas desfasados o desatendidos en sus momentos, algunos de los
cuales, como señala James Oles en su prólogo, por diversas circunstancias,
recibieron un mejor respaldo de las instituciones mainstream, pero me gustaría pensar que el cuerpo extenso y
variopinto de la producción de este artista merece hablar en alta voz y ser
escuchado con esmero desde otras urgencias.
En esta ingente tarea la contribución
que hoy presentamos fruto del esfuerzo de Eacheve Editoral, Rodolfo Kronfle
investigador y un equipo importante de colaboradores y auspiciantes es
meritoria.
Gracias a esta acucioso e impecable
trabajo podremos disfrutar como yo ya lo hice, de otro vuelco: un reto
sustancioso a la imaginación sensible y la constatación del acervo creador
inagotable que puede encontrar albergue en
las herramientas más sencillas: una hoja, un blog, un lápiz, tinta, un
haz de acuarelas…
Los Diarios Ilustrados, la empresa que
ocupó a ESF durante buena parte de su vida están en nuestras manos. Es un
legado visual ante el cual, como reconocen muchos estudiosos, palidecen otras
producciones autorales agrupadas bajo el paraguas de emergentes microhistorias.
Este logro se respalda en el escrupuloso trabajo de un talentoso equipo
liderado por Kronfle.
Con atentos cotejos y una indagación
minuciosa en legados heteróclitos, el investigador construye el marco
intelectual donde nos avisa de las circunstancias históricas que
hicieron de Solá y su obra, entidades incomprendidas y casi marginales.
Se trata de una oportunidad encomiable
para poner en minúscula los cánones del relato oficial de la Historia del Arte
y con ello, despertar la conciencia crítica respecto a ese discurso y sus
efectos de verdad. No preparados para la muerte de Dios, simbólicamente
hablando, hay mucha reticencia para entender que esas significaciones
encarnadas en ciertos artistas y linajes estéticos reconocidos y acotados,
legitiman regímenes concretos de visibilidad glorificando ciertas lógicas en
detrimento de otras, creyendo encontrar en una intrincada madeja de discursos y
representaciones aquel hilo maestro impulsor del proceso dialéctico. Hoy ese
tipo de narración ha perdido legitimidad aunque sigamos seducidos por la
potencia de sus enunciados y la ceguera que instituyeron. Es en ese quiebre
donde la obra de Solá y específicamente estos diarios, se erigen como piezas
invaluables. Los ensayos que engarzan este “diarismo” con la experiencia
cultural relevante de una época, ubican a este artista en el horizonte semántico
capaz de romper el velo, detrás del cual, se encontraban sus significaciones
más preciadas.
La obra de Solá no deja de
ser una obra de su tiempo, al igual que otros cuerpos poéticos acreditados por
la crítica de entonces. Sus sentidos pueden activarse para decirnos algo
importante de esa modernidad que, localmente, y en América Latina, construyó su
valor como emblema de condiciones sociales, donde los discursos de identidad
signados por la emergencia de lo propio; la radicalización política y la fragua
de una idea del intelectual definida por el compromiso con esas causas, eran
cruciales. Esta ecuación, en sus etapas emergentes y productivas, generó una
importante simbiosis entre el proyecto intelectual y los movimientos sociales
dejando huellas indelebles en la producción simbólica de avanzada. Pero también
estas urgencias instituyeron un “deber ser” para el posicionamiento artístico,
administraron su estética, asentaron los discursos legítimos y visibles. Este
régimen parapetado en nociones de clase, dominó la conciencia estética por
muchos años. Para muestra puedo atestiguar que en un foro especializado allá
por el 2002 escuché una frase que nunca he olvidado – “aquí a los artistas los ha puesto el pueblo”. Sin
comentarios…
Hay otro sesgo que
pesa en “maltrato” que recibió la obra de Solá -el prólogo de Oles se explaya en interesantes
episodios que dan fe de ello- . Su filiación por estructuras narrativas, sus composiciones escenográficas
y las tradiciones edulcoradas e idealizantes de la representación, de las que
gustaba; todo un régimen visual más cercano
a la literatura y al teatro, que a la depuración purista
internacionalmente en boga, le jugaron una mala pasada. Solá no cabe en ninguna
de las dialécticas de la modernidad hegemónica. En esos marcos su repertorio
estético era anacrónico y olía a pasado.
Pero en la prolija obra de
este autor hay numerosos ingredientes que
nos llevan a descubrir territorios subjetivos con inusitados matices
simbólicos y estéticos
Rodolfo Kronfle Chambers nos
propone, en esta oferta, una indagación minuciosa cuya arquitectura pone luz
sobre indicios que persiguen hasta la raíz, esa profunda necesidad interior de
hallar refugio en formas narrativas (ilustradas) como estos diarios. La
efusividad representacional que hay en ellos, los vincula, definitivamente, a
la literatura, la dramaturgia y al cine, dominios que el artista practicó al
lado de su obra pictórica. Esta gigantesca bitácora de su vida constituye,
indudablemente su gran legado, hasta ahora visto de manera fragmentada y en medios
ajenos a su pujante materialidad. Amén de los valores filológicos y estéticos
que en ellos encontramos, nos permiten acercarnos a una manera de trabajar; a
una metodología, potencialmente
discernible de su experiencia biográfica; que no se apunta como suplementaria
ni accesoria, sino como método mismo de creación.
Como enfoque filológico
profusamente documentado, el análisis de los diarios registra la complejidad
inusitada de vectores que nutren la experiencia vital del artista y su
plataforma expresiva. Nos permite
comprender mejor el desborde metafórico de su obra pictórica, un síntoma
indudable de la enajenación provocada por los efectos de poder que ejercen sobre el sujeto sociedades
conservadoras, represivas y con pocas vías de emancipación existencial .
Más allá del encuadre donde
las circunstancias representadas podrían avistar algunas entradas sociológicas,
el fuerte sensible de esta perspectiva,
radica en el espléndido despliegue de los traumas y vuelcos de una subjetividad
que se configura en plena lucha contra sus propensiones e impulsos, con su
entorno; y que expresa el conflicto en los territorios de lo imaginario. La
elección de Solá por una economía de la excedencia elíptica, del desborde,
constituyen, como apuestas estéticas excéntricas, demandas de enunciación de
sujetos desengonzados, escindidos y autoviolentados.
Obviamente, la obra de Solá
Franco no da para ser entendida como la afiliación ingenua del artista con
cualquier aventura creativa; tampoco con formas que pueden reconocerse,
abiertamente, entre los repertorios cansinos y funcionales a vacuos circuitos
artísticos. Lo que nos consiente esta publicación es, precisamente descubrir la
tremenda reflexividad y convicción que hay detrás de sus elecciones estéticas y
de su despliegues –o repliegues- en una red cruzada de referentes.
No quiero pasar por alto
otro elemento. Kronfle insiste en ponderar las estrategias de enmascaramiento de
Solá tras cortinas simbólicas y propone encerrar en comillas el enfoque
autobiográfico. En esta advertencia hay también un juicio contra el modo
anecdótico y biográfico del que tanto abusa cierto tipo de historiografía. El
apoyo de sólidos ensayos que exploran la compleja trama que se teje en toda la
poética del artista, sirve de soporte a
esta necesaria distancia.
Efectivamente, todos estos
aspectos biográficos “trabajan” de una manera particular en la res extensa de la obra de Solá;
condicionan e iluminan, más que ese contexto convencional y pacato en el que le
tocó vivir, y sus aventuras mundanas, los efectos de poder que implosionan en
un tipo particular de sujeto: ese ente enmascarado en los subterfugios de las
representaciones, cifrado en los oscuros enigmas que muchas de sus obras nos
presentan.
La investigación reconoce y
afirma el apremio de esta bitácora para zambullirse con propiedad en la
subjetividad que el personaje Solá prefigura. Una obra mayor como esta, condensada
en los diarios, constituye, sin dudas, una entrada privilegiada a su universo
creador.
Queda demostrado que la
actividad de este autor como retratista o la presencia ubicua de muchos
personajes en su trayectoria creativa, obedece a estímulos que trascienden el
encargo, las experiencias fortuitas o
los afectos inmediatos.
Aun cuando la eficacia de
cualquier simbolismo trasciende por definición la necesidad de develarlo a
carta cabal, aunque la fuerza de este régimen estético radique, precisamente,
en el fulgor del enigma y sus deslizamientos hermenéuticos, esta investigación
descubre la especie de trama detectivesca que encerraba el universo creativo de
Solá. Pareciera que todo ese engranaje de representaciones en dominios artísticos
heterogéneos, estuviera allí, intencionalmente disperso, para su oportuna
decodificación. La lectura y ubicación histórica que hace Rodolfo Kronfle y la
visibilidad de este legado, que propicia, resulta un documento filológico
invaluable, un acto de justicia poética insólitamente postergado.
Gracias Lupe por prestar esas neuronas!
PRENSA:
Fotos de los libros: Cortesía Gonzalo Vargas
Fotos de los Diarios: Javier Lazo
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