jueves, noviembre 05, 2015

Los Diarios Ilustrados de Eduardo Solá Franco




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Solá, la ética de la derrota en cámara lenta *
Por Santiago Roldós B.

Durante 53 años Eduardo Solá Franco realizó una de las obras más profusas e inclasificables de nuestra historia: 14 volúmenes de Diarios Ilustrados. Conservados en la Biblioteca Nacional de Francia, una magnífica edición crítica los acerca hoy a nuestras manos.

Para Giorgio Agamben la contemporaneidad comporta, ante todo, una relación singular con el propio tiempo: una adherencia y una fisura, una pertenencia en malestar. Esta paradoja resuena en el primero de los ensayos que acompañan la edición de los cuatro tomos de los Diarios Ilustrados de Eduardo Solá Franco, en el marco del primer centenario de su nacimiento.

James Oles destaca ahí la contradicción entre libertad y sometimiento de Solá, “el más contemporáneo de nuestros modernos”, en palabras del autor de los otros dos ensayos, Rodolfo Kronfle, editor general del proyecto. Solá y su vida de privilegio y penuria, de exuberancia y depresión, de creatividad y banalidad, a caballo, barco y avión de las capitales del mundo, huyendo y regresando a su natal Guayaquil, donde nunca acabó de sentirse en casa, intentando encontrar arraigo en el desarraigo.

Solá fue una anomalía en todos los frentes. Homosexual y anticomunista, no pudo ser nuestro Lorca, ni siguió los pasos de Pablo Palacio, otro incomprendido de un Ecuador donde la injusticia fundó un pensamiento atrabiliario pleno de compartimentos estancos, donde una ideología que no siempre actuaba en consecuencia a su discurso, se arrogó las credenciales de ingreso al olimpo del arte y la cultura.

Pero Solá, admirado en los estudios Disney, reputado diseñador de revistas y catálogos de moda, tampoco fue entendido del todo en otras latitudes. Su inapetencia a adscribirse a las tendencias imperantes o emergentes lo volvieron una rara avis para un mercado que él mismo definió con inteligencia: “El pintor especializado es uno de los errores del arte comercializado del siglo XX. Los grandes pintores (siempre) incidieron en otros campos”.

Burgués aristocrático, fue condenado y auto condenado a que su obra, en su momento, no se cargara de la enorme potencia micro política que la habitó desde su arrastre primigenio: el rescate de lo íntimo; la preponderancia de la memoria en el desarrollo consciente del “impulso biográfico” –un gran legado; la concepción de la Historia Universal y del Arte como un cofre familiar de recuerdos donde abrevar referencias del drama personal, etc.

Mientras para Oles la edición de estos diarios “complementa y complica la historia de la vida gay en las Américas y Europa con anterioridad a los movimientos de liberación de los sesenta y setenta”, Kronfle rescata la anti militancia consciente de Solá, en una materia a diseminar y encriptar a lo largo de una obra revelada como el significante de la vida. He ahí que los diarios, una obra a admirar en sí, sean la clave y el reflujo paradójico de esa ética del enmascaramiento. Y anota: “Solá, la derrota en cámara lenta de un hipersensible que quiso lograr una vida de anhelos y sentimientos elevados”.  

El gran rigor filosófico de esta empresa editorial no resulta impenetrable para grandes audiencias. Además de recuperar la apasionante práctica en desuso de entreverar el estudio de la obra de un artista con el abordaje de su vida (en el caso de Solá un ejercicio insoslayable), el asombroso cuidado y los diversos niveles de discurso logrados por todo el equipo permiten al lector irse  abriendo paso, poco a poco, en la materia que los diarios ocultan y engarzan a la vez. 

Tras 53 años de persistencia y compromiso cotidiano, consignando a su manera, entre 1935 y 1988, guerras, transformaciones, decepciones y fiestas, el tiempo es un tesoro guardado en estos Diarios Ilustrados. Ahora muerto, Solá renace, ya no sólo entre los modernos: hoy mismo muchas de sus fisuras en potencia resultan ser, todavía, pendientes nuestros.


* Este texto fue escrito especialmente para Revista Vistazo, en cuya edición 1156, del 22 de octubre de 2015, apareció con una ligera variación, por motivos de espacio. 



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Transcripción de la presentación de la publicación
 Por Lupe Álvarez

La primera vez que supe de la existencia de Eduardo Solá Franco fue a través de un diccionario de artistas que sentada en la biblioteca del Centro Wilfredo Lam, en la Habana, cayó en mis manos. Creo que era una edición del “Diccionario crítico de artistas plásticos del Ecuador del siglo XX”, escrito por Hernán Rodríguez Castello. Me llamó la atención un acápite que, si mal no recuerdo, aludía a Solá, adjetivándolo, sin ambages, como “decadente y aberrante”. Es de suponer que esos raros y peyorativos epítetos, lejos de impulsarme a voltear la página, me provocaron curiosidad. En aquella caprichosa selección de creadores de los cuales no tenía noticias, los apuntes sobre este autor y lo poco que vi, ni bueno ni malo, por ahí quedaron.

La segunda vez que me topé con Solá tuve mejor suerte. No sólo vi cuadros de diferentes calidades y temas variados en los que destacaban motivos esperpénticos y composiciones abigarradas; figuraciones francamente anacrónicas para una avanzada segunda mitad del siglo. Por mis manos pasaron una serie de ilustraciones de modas y escritos que sí me llamaron la atención por el dominio del medio; el dibujo preciso y refinado. Tanto es así, que cuando el equipo de trabajo que dirigí durante el arduo proceso curatorial de la muestra “Umbrales del Arte en el Ecuador”, en un principio, no sabía qué hacer con la obra pictórica del artista que guardaban las reservas del Banco Central, ya había un lugar reservado para estas producciones que como la ilustración, habían sido históricamente valoradas como residuales o menores.

Pero el tercer paso importante de Solá Franco por mi vida acarreó mi sensibilidad a una verdadera crispación. No recuerdo exactamente la fecha, pero quizás, aquí mismo, haya alguna que otra persona a la que llamé para que asistiera a la subasta organizada por la Sociedad de Beneficencia de Señoras con un lote importante de obras de este artista. Nunca he olvidado la impresión que me causó aquella oferta que por dicha, nos tocó la primicia de ir a ver y que gracias a la presencia permanente de Ramiro Escobar, nuestro aplicado documentador, pudimos registrar en aquella situación y estado. La mayoría de las obras  (pinturas todas), estaban en pésimas condiciones de conservación. Pero aun bajo los efectos del deterioro, resplandecían, sombríos, cautivadores sentidos enigmáticos, escenas y personajes provistos de un excéntrico andamiaje estético. Había allí muchas obras tempranas – quiero decir de los años 40 – buena parte de ellas, como el Autorretrato con López Morelló, Apocalipsis, o el Juan Luis Cousiño con el Minotauro, pululan en las páginas de esta grandiosa oferta editorial que hoy celebramos. En aquel desfile -lo hablamos por aquellos días repetidas veces en el equipo- encontramos algo totalmente fuera de lo común, tomando en cuenta la producción artística más abundante, legitimada y visible ubicada en la cota temporal que correspondería a la etapa creativa emergente de Solá.

En esas obras tan singularmente halladas, nos topábamos con los antípodas del prototipo de sujeto delineado en prácticas estéticas como el costumbrismo, el Realismo Social o las de cualquier vertiente artística autorreflexiva que por aquellos tiempo marcaban pauta en la escena cultural local. Solá, en su producción, se revelaba deslocalizado, a horcajadas entre múltiples tradiciones estéticas, de espaldas a cualquier impulso innovador de la modernidad, pero aún así, potente y significativo. Su universo, un gran plató con extrañas alegorías, raros personajes y paisajes singulares, destilaba desarraigo y contención.  Quizás fue el avistamiento de esas obras el que redondeó un tópico en la muestra Umbrales a la que he hecho referencia; aquel dedicado al sujeto en falta, escindido y atormentado, producido por una sociedad que permite prohibiendo, vigila y separa.

Podemos preguntarnos dónde está Solá más allá de la inminente necesidad de hallar su sitio en una narrativa como la Historia del Arte que por todas partes reclama revisiones o nuevos horizontes interpretativos. Podemos reclamar su reconocimiento, ese que anheló, junto a un conjunto de artistas desfasados o desatendidos en sus momentos, algunos de los cuales, como señala James Oles en su prólogo, por diversas circunstancias, recibieron un mejor respaldo de las instituciones mainstream, pero me gustaría pensar que el cuerpo extenso y variopinto de la producción de este artista merece hablar en alta voz y ser escuchado con esmero desde otras urgencias.

En esta ingente tarea la contribución que hoy presentamos fruto del esfuerzo de Eacheve Editoral, Rodolfo Kronfle investigador y un equipo importante de colaboradores y auspiciantes es meritoria.

Gracias a esta acucioso e impecable trabajo podremos disfrutar como yo ya lo hice, de otro vuelco: un reto sustancioso a la imaginación sensible y la constatación del acervo creador inagotable que puede encontrar albergue en  las herramientas más sencillas: una hoja, un blog, un lápiz, tinta, un haz de acuarelas…

Los Diarios Ilustrados, la empresa que ocupó a ESF durante buena parte de su vida están en nuestras manos. Es un legado visual ante el cual, como reconocen muchos estudiosos, palidecen otras producciones autorales agrupadas bajo el paraguas de emergentes microhistorias. Este logro se respalda en el escrupuloso trabajo de un talentoso equipo liderado por Kronfle.

Con atentos cotejos y una indagación minuciosa en legados heteróclitos, el investigador construye el marco intelectual donde nos avisa de las circunstancias históricas  que  hicieron de Solá y su obra, entidades incomprendidas y casi marginales.

Se trata de una oportunidad encomiable para poner en minúscula los cánones del relato oficial de la Historia del Arte y con ello, despertar la conciencia crítica respecto a ese discurso y sus efectos de verdad. No preparados para la muerte de Dios, simbólicamente hablando, hay mucha reticencia para entender que esas significaciones encarnadas en ciertos artistas y linajes estéticos reconocidos y acotados, legitiman regímenes concretos de visibilidad glorificando ciertas lógicas en detrimento de otras, creyendo encontrar en una intrincada madeja de discursos y representaciones aquel hilo maestro impulsor del proceso dialéctico. Hoy ese tipo de narración ha perdido legitimidad aunque sigamos seducidos por la potencia de sus enunciados y la ceguera que instituyeron. Es en ese quiebre donde la obra de Solá y específicamente estos diarios, se erigen como piezas invaluables. Los ensayos que engarzan este “diarismo” con la experiencia cultural relevante de una época, ubican a este artista en el horizonte semántico capaz de romper el velo, detrás del cual, se encontraban sus significaciones más preciadas.

La obra de Solá no deja de ser una obra de su tiempo, al igual que otros cuerpos poéticos acreditados por la crítica de entonces. Sus sentidos pueden activarse para decirnos algo importante de esa modernidad que, localmente, y en América Latina, construyó su valor como emblema de condiciones sociales, donde los discursos de identidad signados por la emergencia de lo propio; la radicalización política y la fragua de una idea del intelectual definida por el compromiso con esas causas, eran cruciales. Esta ecuación, en sus etapas emergentes y productivas, generó una importante simbiosis entre el proyecto intelectual y los movimientos sociales dejando huellas indelebles en la producción simbólica de avanzada. Pero también estas urgencias instituyeron un “deber ser” para el posicionamiento artístico, administraron su estética, asentaron los discursos legítimos y visibles. Este régimen parapetado en nociones de clase, dominó la conciencia estética por muchos años. Para muestra puedo atestiguar que en un foro especializado allá por el 2002 escuché una frase que nunca he olvidado – “aquí a los artistas los ha puesto el pueblo”. Sin comentarios…

Hay otro sesgo que pesa en “maltrato” que recibió la obra de Solá  -el prólogo de Oles se explaya en interesantes episodios que dan fe de ello- . Su filiación por estructuras  narrativas, sus composiciones escenográficas y las tradiciones edulcoradas e idealizantes de la representación, de las que gustaba; todo un régimen visual más cercano  a la literatura y al teatro, que a la depuración purista internacionalmente en boga, le jugaron una mala pasada. Solá no cabe en ninguna de las dialécticas de la modernidad hegemónica. En esos marcos su repertorio estético era anacrónico y olía a pasado.

Pero en la prolija obra de este autor hay numerosos ingredientes que  nos llevan a descubrir territorios subjetivos con inusitados matices simbólicos y estéticos

Rodolfo Kronfle Chambers nos propone, en esta oferta, una indagación minuciosa cuya arquitectura pone luz sobre indicios que persiguen hasta la raíz, esa profunda necesidad interior de hallar refugio en formas narrativas (ilustradas) como estos diarios. La efusividad representacional que hay en ellos, los vincula, definitivamente, a la literatura, la dramaturgia y al cine, dominios que el artista practicó al lado de su obra pictórica. Esta gigantesca bitácora de su vida constituye, indudablemente su gran legado, hasta ahora visto de manera fragmentada y en medios ajenos a su pujante materialidad. Amén de los valores filológicos y estéticos que en ellos encontramos, nos permiten acercarnos a una manera de trabajar; a una metodología,  potencialmente discernible de su experiencia biográfica; que no se apunta como suplementaria ni accesoria, sino como método mismo de creación.

Como enfoque filológico profusamente documentado, el análisis de los diarios registra la complejidad inusitada de vectores que nutren la experiencia vital del artista y su plataforma expresiva.  Nos permite comprender mejor el desborde metafórico de su obra pictórica, un síntoma indudable de la enajenación provocada por los efectos de  poder que ejercen sobre el sujeto sociedades conservadoras, represivas y con pocas vías de emancipación existencial .

Más allá del encuadre donde las circunstancias representadas podrían avistar algunas entradas sociológicas, el fuerte sensible  de esta perspectiva, radica en el espléndido despliegue de los traumas y vuelcos de una subjetividad que se configura en plena lucha contra sus propensiones e impulsos, con su entorno; y que expresa el conflicto en los territorios de lo imaginario. La elección de Solá por una economía de la excedencia elíptica, del desborde, constituyen, como apuestas estéticas excéntricas, demandas de enunciación de sujetos desengonzados, escindidos y autoviolentados.

Obviamente, la obra de Solá Franco no da para ser entendida como la afiliación ingenua del artista con cualquier aventura creativa; tampoco con formas que pueden reconocerse, abiertamente, entre los repertorios cansinos y funcionales a vacuos circuitos artísticos. Lo que nos consiente esta publicación es, precisamente descubrir la tremenda reflexividad y convicción que hay detrás de sus elecciones estéticas y de su despliegues –o repliegues- en una red cruzada de referentes.

No quiero pasar por alto otro elemento. Kronfle insiste en ponderar las estrategias de enmascaramiento de Solá tras cortinas simbólicas y propone encerrar en comillas el enfoque autobiográfico. En esta advertencia hay también un juicio contra el modo anecdótico y biográfico del que tanto abusa cierto tipo de historiografía. El apoyo de sólidos ensayos que exploran la compleja trama que se teje en toda la poética del artista,  sirve de soporte a esta necesaria distancia.

Efectivamente, todos estos aspectos biográficos “trabajan” de una manera particular en la res extensa de la obra de Solá; condicionan e iluminan, más que ese contexto convencional y pacato en el que le tocó vivir, y sus aventuras mundanas, los efectos de poder que implosionan en un tipo particular de sujeto: ese ente enmascarado en los subterfugios de las representaciones, cifrado en los oscuros enigmas que muchas de sus obras nos presentan.

La investigación reconoce y afirma el apremio de esta bitácora para zambullirse con propiedad en la subjetividad que el personaje Solá prefigura. Una obra mayor como esta, condensada en los diarios, constituye, sin dudas, una entrada privilegiada a su universo creador.

Queda demostrado que la actividad de este autor como retratista o la presencia ubicua de muchos personajes en su trayectoria creativa, obedece a estímulos que trascienden el encargo, las experiencias fortuitas  o los afectos inmediatos.

Aun cuando la eficacia de cualquier simbolismo trasciende por definición la necesidad de develarlo a carta cabal, aunque la fuerza de este régimen estético radique, precisamente, en el fulgor del enigma y sus deslizamientos hermenéuticos, esta investigación descubre la especie de trama detectivesca que encerraba el universo creativo de Solá. Pareciera que todo ese engranaje de representaciones en dominios artísticos heterogéneos, estuviera allí, intencionalmente disperso, para su oportuna decodificación. La lectura y ubicación histórica que hace Rodolfo Kronfle y la visibilidad de este legado, que propicia, resulta un documento filológico invaluable, un acto de justicia poética insólitamente postergado.

Gracias Lupe por prestar esas neuronas!







PRENSA:










Fotos de los libros: Cortesía Gonzalo Vargas
Fotos de los Diarios: Javier Lazo

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