domingo, diciembre 02, 2012

María José Argenzio - La Educación de los Hijos de Clovis / NoMÍNIMO


LA EDUCACIÓN DE
LOS HIJOS DE CLOVIS

“las alegorías son en el reino de los pensamientos
lo que las ruinas en el reino de las cosas”
Walter Benjamin

Las muestras recientes de María José Argenzio evidencian ambiciosos y cuidados valores de producción. Los demandantes requerimientos que involucran son rara avis dentro de la escena local, y dan cuenta de un obstinado compromiso con sus ideas si tan solo consideramos que la escala de sus propuestas juega totalmente en contra de su viabilidad comercial.

Los cuidados despliegues escenográficos que involucran sus trabajos toman muy en cuenta las características físicas y simbólicas de los espacios intervenidos, al punto de que los rasgos arquitectónicos del entorno y las maneras como estos sugieren una relación con la obra pasan a jugar un papel fundamental en la percepción de la misma.

A primera vista la manera en que se emplazan los elementos de su instalación parece jugar con la noción surrealista de “lo maravilloso”, aquella defamiliarización mental que ocurre cuando se aísla un objeto de su contexto, liberándolo de sus significados habituales para exponerlo a otros nuevos. Es en esta operación donde se configura el discurso alegórico, el cual -como ha identificado Benjamin- se caracteriza por su duplicidad: el objeto se torna inexpresivo y al mismo tiempo se carga de una expresividad desenfrenada.[1]

Cuando se congela el objeto se lo enviste de un potencial para significar, y si el procedimiento es exitoso aquel significado siempre va a estar descentrado y renuente a plegar a una comprensión unívoca y plena: puede contener e irradiar un “bricolage” de componentes. A esta capacidad evocativa que encierra la alegoría contribuye además el sugerente título, un guiño a una obra clave de uno de los más celebrados pintores de la era victoriana: “La educación de los hijos de Clovis” de Sir Lawrence Alma-Tadema.

Es evidente que en estas nueve columnas corintias distribuidas dentro y fuera de la galería, extrañamente emplazadas y fuera de sitio, se ha anulado su función de soporte estructural, para enfatizar en cambio la rimbombancia de su forma, su aspecto decorativo y los estereotipos que proyectan como guardianes de un canon –y un orden social- rancio y adocenado. Claves para detectar este tipo de impugnaciones que cautivan a la artista los descubrimos ya en un par de video-performances que tocan, en esos casos, temas relativos a la construcción tradicional de género (7.1 kilos, 2009-2011 y Demi Plié, 2012).

Aunque su trabajo pueda proyectarse hacia diversos ámbitos, de las obras citadas se desprende que el mismo se gesta a partir de una tensa matriz vivencial, donde se intersecta la experiencia personal de su crianza guayaquileña con la sacudida concreta de retornar a vivir, luego de 14 años de su residencia londinense, en un contexto como el local, que va a su vez redefiniéndose a pasos acelerados.

La atracción que genera la imponente fisicidad de la obra, e inclusive la incomodidad que produce en el espacio al obstaculizar la circulación por la sala, o entorpecer el paso por las puertas, invita a navegar en los mensajes que encierra. Detrás de esta extraña columnata, cuyos elementos se reiteran de manera exagerada y aparentemente inútil, se refuerza el interés de la autora por indagar dónde residen ciertos “pilares” del comportamiento social que nos condicionan como individuos, en distintos grados, según nuestra extracción y nuestras ambiciones.

Para tal efecto Argenzio hurga en el dato cultural que encierran los órdenes clásicos, queriendo destacar el rol simbólico e histórico que juega la arquitectura en la conformación de los estratos sociales, y la manera como esta contribuye a configurar –cuando hay afán de por medio- una imagen de poder.

El trabajo de la artista suele subrayar las cualidades físicas de su propia ejecución, remitiendo al espectador al proceso mismo de un “hacer”. El empleo de técnicas artesanales, cuya frágil permanencia amenaza la integridad de sus piezas, se ha convertido también en un recurso que reaparece en su obra, situándonos en un escenario paradójico donde se hace obvia la demanda de una mano de obra intensiva para obtener resultados que, sin cuidados dedicados, serán apenas temporales. El hecho de que haya decidido recubrir las columnas con fondant y pastillaje pastelero (perfectamente comestible y con su delator aroma a almendra), como si fuesen tortas festivas, puede hablar justamente de un mundo artificial y de falsas apariencias, de envejecidas tradiciones cuya continua reproducción a través de generaciones conlleva a su vez el lamentable y desapercibido correlato sobre sus crecientes vacíos de sentido.

Casi siempre sus objetos se encuentran recubiertos por materiales que trastocan su misma naturaleza; recordamos su planta de banano revestida en pan de oro, y sus árboles y frutas forradas de cabuya. El frágil método de repostería que ahora emplea, a manera de maquillaje, vuelve a dar cuenta de su fascinación por el velo. Esta insistencia en las capas es clave en la configuración de sus metáforas, invitándonos a penetrar en ellas a partir de una perspectiva crítica.

Y es entonces que nos confronta con la urgencia derivada de varias interrogantes: ¿es posible recrear en ciertos enclaves de nuestro contexto aquella época de paz, prosperidad y refinamiento que vivió Alma-Tadema (de cuya pintura del palacio del Rey Clovis parecen salir estas columnas)? ¿es compatible esta fantasía con la realidad? ¿se “educa a los príncipes” que crecen en este protegido entorno?...

Desde su concepción esta instalación, engañosamente robusta, se encuentra condenada a una inminente transitoriedad, a interpretar un rol en un drama trágico: las ruinas en que potencialmente se transforme no dejarán sin embargo de ser pomposas, y probablemente si sucumben –como sucede con toda pátina añeja- sus vestigios aún poseerán cualidades de ornamento, y sus fragmentos un melancólico culto al deterioro. He ahí la alegoría mayor, en aquel sentido de estrategia crítica que defendía Benjamin: las ruinas que proyectemos deberían recordarnos que no solo la arquitectura, sino toda estructura social y cultural, eventualmente claudica y se derrumba.

Esta instalación termina sintiéndose al final como un solemne poema arquitectónico, una suerte de maqueta quimérica hipertrofiada que adquiere una presencia escultórica de aire monumental, cuyo magnetismo alegórico asalta el pensamiento: confrontar el emblema de la ruina futura invoca nociones de tradición, de historia y del lugar del individuo en relación a ellas.

“La ruina no es simplemente el residuo que queda cuando la monumentalidad se ha marchitado, y el arruinarse no implica necesariamente una pérdida, sino más bien un desplazamiento en el significado y la monumentalidad de la arquitectura."[2]  Esta potente reflexión de Naomi Stead, vigente a lo largo de la historia hasta nuestros días, sirve para recordarnos no solo de la finitud inmersa en la monumentalidad de toda “construcción”, sino para advertirnos del dejo moralizante con que inevitablemente hablen sus escombros.

Rodolfo Kronfle Chambers
Samborondón, 26 de octubre de 2012




[1] Todas las referencias a Benjamin provienen de: Benjamin, Walter. “El origen del Trauerspiel alemán” [1928], en Obras. Abada, Madrid, 2006.
[2] The Value of Ruins: Allegories of Destruction in Benjamin and Speer
Naomi Stead, University of Technology Sydney, consultado en http://naomistead.files.wordpress.com/2008/09/stead_value_of_ruins_2003.pdf. La traducción es mía. El texto original fue publicado como ‘The Value of Ruins: Allegories of Destruction in Benjamin and Speer’, Form/Work: An Interdisciplinary Journal of the Built Environment, no. 6, October 2003, pp. 51-64.











 



 Registro fotográfico: RK

PRENSA:

http://www.telegrafo.com.ec/cultura/item/estructuras-escrutadas-o-de-como-los-hijos-de-clovis-se-educaron.html

15 DIC 2012
CULTURA

Estructuras escrutadas o de cómo los hijos de Clovis se educaron

Con un título que refiere a un cuadro de la época victoriana, María José Argenzio, artista guayaquileña, expone su obra de 9 columnas que hablan, según la curaduría, de pompas y falsas apariencias

Nueve columnas corintias recubiertas de fondant componen la obra de Argenzio. Foto: Pilar Vera |  El Telégrafo
Nueve columnas corintias recubiertas de fondant componen la obra de Argenzio. Foto: Pilar Vera | El Telégrafo
José Miguel Cabrera Kozisek
Rimbombantes. Así son las nueve columnas con las que María José Argenzio ha compuesto su última instalación, a la que ha llamado “La educación de los hijos de Clovis”, y que se exhibe en la galería NoMínimo hasta el próximo 24 de diciembre. Argenzio, como de costumbre, lleva las estructuras a juicio.  
Se alzan pomposas, las nueve columnas, hasta el techo de la galería, recubiertas con una capa de fondant que inunda el ambiente con un olor a almendra que provoca morder. De hecho, la noche de la inauguración se rumoraba que alguien había pasado la lengua por una de esas estructuras.
Es que las columnas -que son corintias, por ser las más pomposas, ha dicho la artista- se han dispuesto para formar un recorrido en que hace falta moverse con cuidado, por decirlo de alguna manera, en un juego de percepciones que obliga al espectador a alcanzar un nivel de conciencia que no es casual. Acaso un intento de la artista por conectar mejor al público con su muestra.
Siempre busca que sus obras sean coreografiadas, dice Argenzio, como una escenografía que crea un sentido de desplazamiento a la gente, “porque quería crear un poco de fricción en el espacio, entre las columnas y el espectador, hay una muy pegada a la puerta del baño, porque quiero que exista la conciencia del otro”. La instalación fue pensada a partir de los planos de la galería. 
El nombre de la instalación hace clic con uno de los cuadros más importantes del artista inglés de la etapa victoriana Sir Lawrence de Alma-Tadema, llamado exactamente así: “La educación de los hijos de Clovis”. La obra se empieza a poner escrutadora.
El lienzo de Alma-Tadema muestra a tres hijos de Clovis, o Clodoveo -el rey que impuso el cristianismo en Francia a finales del siglo V-, lanzando hachas a un blanco, en presencia de su madre viuda. Les enseñan a vengar a su padre muerto. Al fondo, de paso, aparecen dos columnas corintias, como las de la obra que acá nos ocupa.
Se pregunta Argenzio por la manera en que se conforman las estructuras sociales, con una instalación de piezas arquitectónicas que por imponentes dominan el espacio, en referencia a los hijos del rey Clovis, que “no precisamente son los más educados”, incluso siendo quienes son, sin que por ello se cuestione en momento alguno su futuro papel de gobernantes.  
Aquella cobertura de fondant refuerza esta idea, “anula su función como soporte estructural para resaltar la rimbombancia de su aspecto decorativo”, dice Rodolfo Kronfle, comisario de la obra, en el texto curatorial, que agrega más adelante que Argenzio, con su instalación, que recuerda a tortas festivas, “puede hablar justamente de un mundo artificial y de falsas apariencias, de envejecidas tradiciones cuya continua reproducción a través de generaciones conlleva a su vez el correlato desapercibido sobre sus crecientes vacíos de sentido”.
Acaso ese cuestionamiento alcanza una potencia mayor por el lugar, también imponente, suntuoso, en que se ubica la obra, y que reúne a la crema y nata del jet set guayaquileño. Hay una fragancia -no olor, fragancia- de abolengo en el ambiente, donde el aire sopla y al pasar susurra al oído la palabra “alcurnia”, como las escenas que pintaba Alma-Tadema, siempre de ensueño, siempre de pompas. “Dreamlike”, que le dice Argenzio, que antes ya planteaba una exposición parecida: “Just do it”, montada el año pasado.
La artista dice estar siempre cubriendo sus instalaciones de capas que transforman a la pieza, y esta vez de repostería, material perecible. Aparece el fondant en la obra “de la misma forma en que es utilizado en lugares y momentos específicos de la vida, como la primera comunión” -o los matrimonios-, en esa dialéctica de las tradiciones que la sociedad ha ido configurando casi como un deber ser.
“La educación de los hijos de Clovis”, inaugurada el pasado 30 de noviembre, estará abierta al público hasta el 24 de diciembre en NoMínimo (ubicado en Plaza Lagos Town Center). El miércoles 19, a las 18:00, el artista Roberto Noboa realizará una intervención sobre la obra de Argenzio: MASHUP.

SERIE RUINAS 
presentada el 23 de abril de 2013 en NoMínimo/Guayaquil
fotografías por Ricardo Bohórquez






















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