Fotos cortesía Ileana Viteri:
texto de presentación de la obra en la inauguración
Por Andrés Villalba Bechdach
Empiezo con
un paréntesis personal, ya que exactamente un 15 de noviembre hace 5 años en la
galería "Arte Actual" de la Flacso, empezó mi idilio con Wilson
Paccha, cuando expuso su polémica y dinamitera muestra titulada "Piel de
Navaja", habitada por el mundo de la imaginación pornográfica. Yo no
conocía a Wilson, pero por una extraña razón me intimidaba y le tenía terror.
Sucede que fui con mi hijo a la exposición y él se quedó obnubilado y decantado
con los elementos de los dibujos animados como Bart Simpson y superhéroes como
Batman que hacían parte del imaginario de la obra. Mi hijo quería el librito
que se lanzó conjuntamente con la muestra. Lo compré, pero al rato y en un
descuido lo perdió. Nervioso, temblando y con el pudor en el bolsillo, me acerqué
donde Paccha y le expliqué la situación para que por favor me obsequie un
libro. Con desgano y rabia caminó donde una de sus ex novias que vendía los
libros, no se percató que yo lo seguía y escuché lo que dijo: "Regálale
por favor un libro a este añiñadito que me inventa paros de choreos para que se
baraje y no joda más". Qué miedito, la beligerancia de Paccha era verdad -y
además estaba teñido el pelo con un ruidoso color Ives Klein- . Al día
siguiente, no nos dimos cuenta que mi hijo llevó el libro al colegio y claro,
una profesora llamó a preguntarme: ¿cómo es posible tanta perturbación para un
niño de 6 años, qué está pasando? Así de trizada y abrupta, empezó esta solemne
y fructífera carnalidad que cada día vuela más alto. Es conveniente recordar que
en dicha exposición se quiso boicotear puesto que un grupo de activistas de
género, cubrieron con sábanas sus cuadros ya que no soportaron la extravagante,
chillona, exudativa, aberrante, provocadora y enérgica vitalidad del trabajo de
nuestro artista.
Regresaron después
de un lustro, a la estupenda galería "Ileana Viteri", los pincelazos
delirantes y estridentes del mayor representante de la dinastía post incásica
lojana: Diamante Rojo, Calígula, Robin Hood, Avatar o Gladiador del Comité del
Pueblo alias Wilson Richard Paccha Chamba, que solo puede manifestar su amor a
puños. Su puesta en escena en este circo romano posmoderno embiste desde ese
humorismo insobornable que sublima lo bizarro, kitsch y marginal, pero ahora apunta
su artillería cromática volcada al detalle milimétrico donde el ojo pierde su
lotería y solo podemos dejarnos subyugar por sus obsequios visuales que son un
infalible chorreo de iluminaciones: el lado perverso del éxtasis, el morbo
límpido para darles un toquecito a esas salvajes -Tronchas de Narnia- Chicas
Feisbuk, que tratándose de quien las pinta no podía dejar sus cuerpos desnudos
y tenía que recargarlas en un acto político, barroco, provocativo y extravagantes,
de tatuajes -Wilson seguramente quedó ciego después tantas horas de cirugía
microscópica con el pincel-.
En la serie
"Casetes olvidados", hay un regreso al boceto puro y la escultura, ¿qué
proyecta un alien sobre el ano de unas vacas carnívoras? Los tres ojos, el
antifaz y el rostro de Cacholoko, una abundante definición de perfiles y mezcla
de óleo: la hibridez incestuosa de colores y efectos, Cacholoko es el resultado
de obras anteriores con personajes cosidos, desmembrados y vueltos a coser.
Paralelas del semblante aguileño pacchiano con el de Cristiano Ronaldo, una
cabeza deslumbrante puesto que todo este imaginario está compuesto de
autorepresentación: órganos, órganos, órganos del autor difuminados a lo largo
de su obra: el casto trabajo de la emblemática, capas sanguíneas, costras a las
que arribamos a fuerza de empaste y empaste: es el humo acre que sale de la sien
de muchos de estos individuos porque la realidad es otra cerda, el corazoncito
triste y colorinche en una ruleta para aprender a perder. Solo el fino y mordaz
humor de Wilson puede poner alas a una refrigeradora llamada Cachirula VIP y
elevarla con epítetos insólitos para el resto de mortales: cuerpo de
electrodoméstico, vieja mal reventada, año viejo sin camareta, gárgola de
iglesia pobre, fundadora de la 18, cromo mal pegado, átomo con minielefantiasis,
etcétera. La instalación -si cabe el término- Cachirula VIP, se construye sobre
un insólito soporte: un refrigerador inservible, pintado al detalle y en un
fusión de labor artesana para la eficacia de la logística sensorial. En
Atlántida, hay personajes en una tina al límite del sifón, pequeñas muertes
consuetudinarias donde se nos cae el polvillo de la piel hasta acumular nuestra
desintegración puesto que no somos sino una masa de recuerdos inútiles para el
goce de microbios apocalípticos. La instalación Todo por un culo, acarrea consecuencias
de la fascinación que el arte pop ejerció sobre Paccha, pero este trabajo
específico nace del impacto que ocasionó en él ver en Buenos Aires la obra de
Antonio Berni, con certeza le dejó un reverbero insobornable en la retina para
retomar el afecto por el collage, la travesura, el juego, la indagación por
nuevos materiales. La referencia bélica explicita en su multiplicidad de
elementos se justifica con su título y no hay que hacer mucha milonga: todo por
un culo, escenas lúdicas en analogía al ouroboros y la traición de la serpiente.
De igual importancia está su cuadro Fiesta quinceañera, donde la sutileza vence
a cualquier desafecto.
Pero hay un
halo animal, un chisporroteo que fluctúan en la obra de Paccha, es el genuino
terrorismo donde el color transgrede sus límites y la paradoja es que crea
adeptos a través del rechazo. Hay un cielo de vaselina donde nuestro artista
pule sus diamantes y donde parece llevar a cabo esta desquiciante empresa con
registros in extremis atrofiados. Es necesario subrayar, como afirma el poeta y
crítico de arte cuencano, Cristóbal Zapata, que en la pintura ecuatoriana,
junto a Jorge Velarde, Luigi Stornaiolo y Patricio Palomeque, Paccha ha
conseguido lo que hace a todo artista verdadero: rehacer el cuerpo humano.
Además, se compone de elementos esenciales para seducir o impugnar a cualquier
espectador: son dispendios visuales que arremeten contra el clientelismo
reaccionario y atentan a la moral porque hiperbolizan los traumas del prójimo
-traumas que al final son un espejo-, la acción, la permisividad, los excesos,
el glamour popular, el frenesí, la desazón, el desasosiego, la verbena infinita
de lo grotesco, la firma de lo que es torcido y la alucinación sexual
atraviesan su obra. Asimismo, es universal, novedosa, áctrata, contracultural,
se reinventa constantemente, el poder de su imaginario amplia nuestro
repertorio visual y posee una impronta referencial en el Ecuador. Hay un
contexto lírico que juguetea para que el espectador entre en este benévolo
infiernillo por donde le plazca. La obra en su conjunto tiene la sensación de
haber sido sacudida por un vendaval ya que está como suspendida bajo varios
efectos. Say no more. No necesita más nada.
Su obra
posee un envidiable sentido del humor al ser heredero fiel del carnaval andino,
donde se traviste de bestia y extravía en la campaña de alcoholemia: en la
campiña de la barahúnda. Es aquí donde hago otro paréntesis ya que Paccha es
dueño de una prodigiosa y radioactiva imaginación que sublima el fetiche de la
cultura popular, los títulos de sus obras poseen un plus que le dan una puya,
un coqueteo y cachondeo a la obra. Es fundador de un léxico muy particular que
es una moneda nueva: muchos adoptamos sus neologismos y terminología para
designar a la vulva: frutita ácida, visharanga vip, troncha jugosa, troncha de
narnia, tronchas despavoridas, -si es que alguien se preguntaba por el
significado de la muestra-. Al Falo lo califica de nutria, nuca, misil carnoso,
destrampanutrias, activé el gps de mi nutria. Qué decir de los famosos bechos
bechos bechos. En un inadvertido crisol de licencias lingüísticas y violaciones
verbales, nos enfrentamos a un exhaustivo repertorio de excéntricos títulos con
su argot popular, simbolismo callejero y frases disparatas. Además, Wilson pasó
de ser El Chamo a autodenominarse El Chacal, Banderillero Rural, Matrix Andino,
Ben Afleck andino, Súper Wilson, Dragón de Komodo, Saint Rouge -patrono de los
batrákulas-, Terrorista del Pincel,
Barriobajero Vip y un largo etcétera.
Cristobal
Zapata escribe: "desde los confines de la ciudad y la noche, desde sus
visiones y vivencias del cuerpo, Paccha nos trae preseas sexuales como un
manojo de frutas crispadas y hechizadas, palpitantes. Las elaboraciones simbólicas de lo grotesco, bien
podrían ser leídos desde los móviles estéticos neobarrocos. Pues esa práctica
del detalle y el fragmento del exceso ligado a la sexualidad, a la violencia,
al cuerpo cifrado, tatuado, tuneado, de la inestabilidad y la metamorfosis, de
la serie y la repetición: Paccha fluctúa en tierra barroca, en esa construcción
móvil y fangosa de barro y es el toro barroco que encabeza la manada bajando
del cerro, y como todo toro que se precie ha retratado y cortejado muchas
vaquitas".
Para
finalizar, conviene que nos detengamos en la analogía que hace de sí mismo con
el martirio de San Sebastián, uno de los santos más explorado en la historia
del arte, en su pomposo y alucinante cuadro Saint Rouge, -patrono de los batrákulas-.
Pero, como viene de Wilson, se profana la historia, ya que no puede ser un
ícono sadomasoquista y afiche gay -nunca
se sabe ya que conviene correr bolsita a mansalva: lo demás es prosa-. Sin
embargo, se autorretrata recio y estoico como símbolo belleza masculina con el
peso de un dragón de komodo en la espalda -señal de que ha vencido la batalla-
y a la vez, como símbolo de agonía y éxtasis, ofreciendo su torso a las saetas
del verdugo en unión mística con lo divino, es la imagen etérea de un hombre
embriagado en el placer de su martirio.
En honor a
ultranza de la verdad, me uno a la profecía del artista guayaquileño Jimmy
Mendoza, cuando sentenció que en la historia del arte ecuatoriano solamente hay
tres grandes artistas: Jesus Fichamba, Delfín Quishpe y Wilson Paccha.
Dejémonos seducir por estos obsequios visuales,
por estas fascinantes Tronchas de Narnia.
Quito, Noviembre 2012
Fotos cortesía Servio Zapata:
BONUS TRACK: "PUTITA"
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