MAURICIO BUENO:
HORIZONTES VARIABLES
Trayectoria y propuesta artística
La referencia obligada de
las pinturas donde Mauricio Bueno intenta generar una cuarta dimensión dentro
de un espacio bidimensional mediante la perspectiva, es Rene Magritte, quien
también plasmó una serie de ventanas, con el fin de alcanzar nuevas formas de
percibir la realidad. Mauricio Bueno, al igual que Magritte, interroga al
espectador sobre la forma en que aprecia el espacio que habita. De esta forma, Bueno
cuestiona al espectador como artista y también como arquitecto, desde una
perspectiva consciente y premeditada.
Su obra se encuentra
completamente vinculada a su historia de vida. Cuando
contaba con 30 años, fue invitado al Massachusetts Institute of Technology
(M.I.T), donde tuvo su primer encuentro con el arte y permaneció hasta 1973. El
área de arte del M.I.T. era dirigida por Györgyo Kepes, quien provenía de la
New Bauhaus alemana y aplicaba la metodología de “aprender en el proceso”, ya
que en las experimentaciones que allí se realizaban, se vinculaba al arte con
la ciencia y la tecnología. De esa forma, las experimentaciones formales de
Bueno sucedieron con materiales como el láser, el acrílico, el fuego, el agua,
el aire y otros elementos propios de las innovaciones tecnológicas de las
décadas de 1960 y 1970. De allí que su producción artística en el MIT formó
parte de un proceso ligado a la fenomenología, que propone percibir las cosas
en sí mismas.
Su historia de vida se vincula a un contexto de
guerra fría y lucha entre dos potencias mundiales, cuya bandera en su lucha por
el dominio del mundo fue,
curiosamente, la conquista del espacio intergaláctico. De esta forma, el cine y
la literatura de ciencia ficción se articularon a una lucha política e
ideológica que se extendió por varias décadas. En medio de ese conflicto, la
generación de espacios de articulación del arte con la tecnología y la ciencia
fue una política de estado, y el rol que jugaron el MIT y otras instituciones
fue clave, ya que se trataba de enviar al mundo un mensaje claro: Estados
Unidos como el país líder del progreso mundial.
A sus reflexiones sobre el espacio y la
gravedad, se suman los trabajos de Bueno sobre la luz, cuya transparencia
permite jugar con los procesos de visibilidad y sobre el espacio-tiempo. Einstein,
mediante sus estudios sobre la luz, afirmó que el tiempo es una variable que
depende del espectador. Al igual que con la gravedad, la percepción es el
factor determinante. Así, en sus dibujos con luz invisible o en sus múltiples
obras con láser, Mauricio Bueno parte de la condición de transparencia e
inmaterialidad de la luz para formar un objeto perceptible en el mundo de lo
material. De esta forma, al jugar con lo efímero de la luz, su obra relaciona
el arte con la vida. A partir de allí, elaboró una serie de obras procesuales.
Al mismo tiempo realizó obras cinéticas,
especialmente con agua, en las cuales el movimiento se produce gracias a
procesos químicos o al efecto del aire sobre el jabón. El movimiento en sus
obras se estructura en función de las manecillas del reloj, en su misma
dirección o en contra; es decir, el movimiento devela una forma de existencia
dentro del espacio-tiempo. Se trata de una existencia que de forma infinita se
configura a través de dos paralelas contrarias.
En este contexto, surgieron numerosos
movimientos civiles, entre ellos el movimiento afro estadounidense por los
derechos civiles, los movimientos por la paz, el movimiento feminista por los
derechos de las mujeres y otros.
Llama la atención que las
reivindicaciones de estos grupos fueran opacadas por el ideal de progreso
tecnológico y que, dentro de la obra de Mauricio Bueno, las figuras con
desnudos femeninos se denominen “vidrio” o “espejo”, reiterando los discursos
de cosificación del cuerpo femenino, como objeto de deseo. Cuando el artista
sostiene: “el vidrio soy yo” plantea una pregunta por lo visible, por la
tensión que existe entre el representador y la representada.
En este proceso, elaborado a
partir de 1973, año de su retorno a Colombia, no se puede hablar de “musa inspiradora”,
ya que, en estas obras persiste una pregunta por la percepción del espacio,
donde el cuerpo femenino opera de la misma forma que el espacio urbano o las
ventanas operan en la obra de Mauricio Bueno, como un contenedor de
percepciones sobre la materialidad y el entorno. El cuerpo se encuentra mediado
por el objeto-vidrio o por el objeto-espejo, así como el espacio se encuentra
mediado por el objeto-pared, el
objeto- ventana o el
objeto-puerta.
Inicialmente, estas obras
partieron de fotografías elaboradas por Mauricio Bueno, pero plasmadas en
formatos de lienzo y pancarta publicitaria por varios artistas populares. Este acto reivindica la noción del
arte como idea, ya que su autoría está definida por el gesto de concebir la
obra y no por su ejecución.
Durante la década de 1980, con
sus estudios de perspectiva, tales como “Ascenso” o “Ambiente Gravedad Visual”,
así como con sus alacenas o mesas, Mauricio Bueno pretende introducir una
cuarta dimensión dentro de un espacio bidimensional como la pintura. En otras
palabras, las líneas de fuga que dotan de una profundidad simulada a las obras
operan como proyecciones en el espacio-tiempo.
Al mismo tiempo, buscó a
través de la plástica, generar otra
forma de cinetismo, presente en obras como “Camuflaje”, cuya estructura permite
que una imagen fija (una pintura) se aprecie de diversas formas, según la
ubicación del espectador. Esta particularidad permite colocar dentro de un
mismo saco temático a estas pinturas y a sus obras tecnológicas.
Los paisajes de Mauricio Bueno, elaborados
sobre todo durante la década de 1990 constituyen proyectos de intervención,
tanto a nivel de espacio público, cuanto en la naturaleza; de esta forma,
pretende apropiarse del gesto de los creadores de las líneas de Nazca, para crear
intervenciones de la “cultura Bueno”. Así, la grafía de un perro se convierte
en el signo de una propuesta sobre el entorno y, por ende, en una propuesta
cercana al paisaje.
Tanto sus apropiaciones de Nazca, como algunos
de sus proyectos urbanos parten del baúl de la historia y de la memoria colectiva,
conjugada con las posibilidades técnicas y científicas del presente, así como
con el deseo; de allí que, al proponer una línea de fuga sobre “lo real” desde
una narrativa ficcional de acontecimientos y como lo propone Martín Heidegger, la
obra de Mauricio Bueno abre nuevas posibilidades de ser y estar en el mundo.
Por ejemplo, algunas de sus intervenciones
sobre el río Charles, elaboradas en la década de 1970, como las mangueras
lumínicas y los tubos acrílicos, posibilitan una percepción del entorno y de
las posibilidades del propio cuerpo en relación con el mundo material. Una de
sus obras permite al espectador ingresar en un gran acrílico transparente, y por unos
minutos, caminar sobre el agua. En este gesto, es innegable el uso del baúl de
la historia sacra. Y, al convertir al milagro en un acontecimiento cotidiano,
Mauricio Bueno desacraliza el acto.
A manera de conclusión, el
proceso creativo de Mauricio Bueno se inscribe en el marco de la proxémica,
categoría propuesta por el antropólogo estadounidense Edward T. Hall en 1963 para estudiar la forma en que el ser
humano percibe y se relaciona con
el espacio físico en el cual habita. Mediante sus múltiples series temáticas,
Mauricio Bueno ha tratado de responder a varias interrogantes acerca del ser:
cómo los seres humanos existimos en ese espacio-tiempo y los significados que
construimos en torno de nuestra existencia.
Lo visto y lo no visto sobre Mauricio Bueno
El trabajo de curaduría sobre
la trayectoria de un creador como Mauricio Bueno implica una revisión de lo ya
enunciado por la historia del arte y la crítica dentro de la escena artística
local. En este caso, su obra ha sido constantemente interpretada como el fruto
de un proceso excéntrico y anacrónico dentro del circuito local, ya que se lo
ha visto como: “un adelantado de su tiempo” o un creativo situado al margen de
su contexto histórico.
Desde esta perspectiva, uno de
los objetivos de esta curaduría, elaborada por Nadya Pérez, Christian Viteri y
Susan Rocha, consiste en resituar a Mauricio Bueno dentro del relato de la
historia del arte ecuatoriano, así como de la escena artística local. Por ello,
se han creado islas temáticas y espacios de contextualización que develan que
su obra responde a una forma particular de percibir un mundo.
Además, mediante su labor
docente en varias universidades, Mauricio Bueno ha incidido en la producción
artística y arquitectónica del país, especialmente de aquella producida luego
de 1990. La obra de artistas como Jenny Jaramillo, Ulises Unda, Magdalena Pino,
Erika Neira, la Pelota Cuadrada, Olvia Hidalgo o Danilo Zamora no se podría
comprender al margen del trabajo académico de Mauricio Bueno a lo largo de
varios años.
Finalmente, Mauricio Bueno es
un hijo de su tiempo, dentro de un espacio variable, tan variable como sus
horizontes.
Fotos Pablo Jijón:
CATÁLOGO
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