(cuadro de la mitad y bien arriba)
Te lo dije 41 mil millones de veces
100 x 71 cm
2013
Un punk (no tanto)
16 x 22 cm
2013
Se fue
50 x 70 cm
2013
Los geógrafos
140 x 130 cm
2013
Lo que nadie
esperaba
140 x 220 cm
2013
Llegaron los más lerdos, y claro... tenían que colgar la
mesa
140 x 220 cm
2013
OMED Parte III de
Cefalea
220x140 cm
2013
41.214
240 x 140 cm
2013
Ya no estaba / staber
60 x 80 cm
2013
Te lo dije cuarenta
mil veces
120 x 70 cm
2013
Sólo para ver cómo se veía
120 x 180 cm
2013
9 : 03 p.m.
90 x 60 cm
2013
Llegaron
100 x 150 cm
2013
Ping-pong donde
antes era el estudio de mapas
130 x 150 cm
2013
Get a life
50 x 70 cm
2013
Ellos esperaban al
oso
50 x 70 cm
2013
Las peores
decisiones
150 x 200 cm
2013
Atrás del candelabro…lo que me deja pensando la reciente muestra
de Roberto Noboa.
Por Rodolfo Kronfle Chambers
¿De qué va la obra de Roberto Noboa? ¿Qué
quiere decir? ¿Tienen un sentido metafórico estructurado estas imágenes? Son
interrogantes que se repiten entre el público cada vez que nos convoca una
nueva muestra del artista. Como pocas, su obra genera una urgente necesidad por
desentrañar mensajes ocultos. Esta propensión a querer delimitar la intriga que
encierra ciertos tipos de representaciones, o de perfilar la práctica y los
intereses de cualquier artista contemporáneo ha dado paso a aquella
sub-categoría literaria del “statement” de artista: un conjunto de oraciones
–no más de tres o cuatro- que encierren de manera eficiente una caracterización
de la obra, paradójicamente sustanciosa y concisa, que permita al espectador
“conocer” de que va el trabajo de un productor y aferrarse a alguna certeza
sobre sus significancias. El statement
se ha convertido en moneda corriente dentro de los diversos mecanismos
burocráticos con que se instrumenta la circulación y el consumo del arte: aplicaciones
para becas, residencias, concursos y maestrías le destinan un lugar clave en
sus formularios; boletines de prensa y currículos se redactan alrededor del
mismo e inclusive diversos agentes (curadores, galeristas, docentes) suelen
contribuir a perfeccionarlo con elegancia. Curiosamente a estas alturas de la carrera de Noboa no
conozco ningún statement alrededor de
su obra que se sostenga, que hurgue en el meollo de sus intereses y que la
provea de un correlato textual condensado y atinado.
Esta muestra particular en NoMínimo, al igual
que sus más recientes, no se acompaña de ningún dispositivo de mediación
habitual: no hay texto de pared, catálogo, ni florido boletín de prensa.
Arrojados a nuestra suerte en este mar de símbolos, el recorrido por la muestra
supone entonces armar un modelo interpretativo propio para evitar el naufragio.
Aquí les dejo el mío.
Cada vez que confronto la obra de Noboa retorno
inevitablemente a enfocarla dentro de un marco sociológico, donde no pierdo de
vista el rol que juegan además mis propios prejuicios. La gradual aceptación
del trabajo del artista, que fluctuó desde el recelo de sus mayores al
entusiasmo de grupos más jóvenes de las clases sociales más pudientes,
configura uno de los casos más fascinantes de cómo se modulan las estructuras
perceptivas. Su estilo de pintura ha sido asimilado de tal forma que la
estética que viene desarrollando ha llegado a generar una paradójica sintonía
con el grupo social dominante que enmarca su propia extracción y que en sus
comienzos claramente llegaba a desconcertar y hasta chocar. Si hay un pintor en
el Ecuador sobre el cual rondó por mucho tiempo el fantasma de la sospecha es
este.
La pintura de Noboa está colmada de atributos
que encarnan cierta distinción de clase, representada en los gustos que se
expresan tanto en las actividades recreativas (la caza, el tenis, el golf) como
en detalles arquitectónicos y de mobiliario. Piscinas, alfombras persas, sillas,
sofás y banquetas de estilo clásico pueblan sus escenas, frecuentemente bajo
finos candelabros. Como señala Bourdieu el gusto es un ejemplo clave de hegemonía
cultural, y por ello especulo que la reiteración de este ajuar -elevado al
grado de leitmotiv- hace que su obra cobre visos de alegoría del lujo. Estos
pasatiempos y bienes de prestigio llegan a configurar un repertorio
iconográfico de la decadencia, posibles emblemas de artificiales paraísos
perdidos. El trip de galante bizarría
que implica encontrar mesas de ping-pong en salones señoriales me dispone hacia
estas lecturas.
Pero el potencial alegórico se activa a
través de dos elementos que tensan la imagen en casi todos los cuadros. Uno
tiene que ver con el estilo mismo de las representaciones, ese aspecto
inacabado y suelto que contradice la armonía concomitante a la cual suelen
aspirar estos espacios. El otro es de orden simbólico, descomponiendo la
racionalidad arquitectónica e incorporando casi siempre figuras que juegan un
rol críptico y por lo general amenazante o de mal agüero que transmiten, a mi
criterio, un mensaje moral: buitres, calaveras, trofeos de caza y personajes
“malditos” o espectrales. La contraposición de estos dos elementos –signos de
posesiones materiales o actividades de ocio versus emblemas de muerte-
configura mi aproximación de la pintura reciente de Noboa como una interpretación
contemporánea del tradicional género de Vanitas.
En esta muestra hay un par de cuadros que
particularmente me gatillan esta idea. “Ping-pong donde antes era el estudio de
mapas”, con su mosaico en el piso, y “Los Geógrafos”, son pinturas que, por la asociación
contenida en sus títulos, me remiten a una de las obras paradigmáticas de la
tradición occidental: “Los embajadores” (1533) de Hans Holbein El Joven. Encuentro
un paralelo entre las alusiones contenidas en este, un fabuloso ejemplo de un memento mori (acuérdate que morirás), y
las habitaciones palaciegas de Noboa repletas de objetos que también nos pueden
hablar de la fatuidad de lo material y de la temporalidad de la vida. Esto
último no solo por los símbolos ominosos que incluye sino por la conspicua
ausencia de la presencia humana. Incluso en los raros casos en que el hombre
aparece, como en lo que aparenta ser una junta de negocios titulada “Las peores
decisiones”, lo hace inmerso en un clima de vacuidad, con uno de los personajes
literalmente muerto del aburrimiento.
Ya en otras series previas el artista ha
enfatizado la vanidad como tema central, y en este conjunto de cuadros estaría
contrastando las pretensiones de importancia del ser humano, que aparenta no
tomar conciencia de su rol completamente efímero y despreciable frente al
transcurso de un tiempo que lo desborda. En suma la muestra se me antoja como
un gran conjunto de “bodegones”, pero en un sentido muy amplio del término, piezas
aptas para la reflexión sobre la insignificancia de una vida perfilada por aspiraciones
materiales y estatus. Un renovado llamado de atención sobre algo que nunca
expira: la vanidad y la ambición.
El conjunto de pinturas camina por la misma
senda ya emprendida por el artista hace algunos años, ampliando de manera
diestra e imaginativa esos tanteos experimentales sobre los cuales ya se
percibe un momento de pleno dominio. El tenor de la pericia con que ha
evolucionado en lo formal ha patentado inclusive un estilo Noboa. Me aventuro a
decir esto ya que todo estilo se reconoce como tal en el momento en que este se
vuelve influyente y aparecen sucedáneos. Desgraciadamente para estos, cuando un
estilo es desprovisto de sustancia –de densidad semántica- se convierte en mera
ilustración chata. Pocos como él se encuentran en una posición privilegiada
para mostrar el interior de la bestia.
Península de Santa Elena, 31
de diciembre de 2013
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