viernes, enero 03, 2014

Roberto Noboa - 41.214 / NoMíNIMO, Guayaquil

(cuadro de la mitad y bien arriba)
Te lo dije 41 mil millones de veces
100 x 71 cm
2013

Un punk (no tanto)
16 x 22 cm
2013

Se fue
50 x 70 cm
2013

Los geógrafos
140 x 130 cm
2013



Lo que nadie esperaba
140 x 220 cm
2013

Llegaron los más lerdos, y claro... tenían que colgar la mesa
140 x 220 cm
2013

OMED Parte III de Cefalea
220x140 cm
2013





 41.214

240 x 140 cm
2013

Ya no estaba / staber
60 x 80 cm
2013

Te lo dije cuarenta mil veces
120 x 70 cm
2013

Sólo para ver cómo se veía
120 x 180 cm
2013

9 : 03 p.m.
90 x 60 cm
2013

Llegaron
100 x 150 cm
2013

Ping-pong donde antes era el estudio de mapas
130 x 150 cm
2013

Get a life
50 x 70 cm
2013

Ellos esperaban al oso
50 x 70 cm
2013

Las peores decisiones
150 x 200 cm
2013



Atrás del candelabro…lo que me deja pensando la reciente muestra de Roberto Noboa.
Por Rodolfo Kronfle Chambers

¿De qué va la obra de Roberto Noboa? ¿Qué quiere decir? ¿Tienen un sentido metafórico estructurado estas imágenes? Son interrogantes que se repiten entre el público cada vez que nos convoca una nueva muestra del artista. Como pocas, su obra genera una urgente necesidad por desentrañar mensajes ocultos. Esta propensión a querer delimitar la intriga que encierra ciertos tipos de representaciones, o de perfilar la práctica y los intereses de cualquier artista contemporáneo ha dado paso a aquella sub-categoría literaria del “statement” de artista: un conjunto de oraciones –no más de tres o cuatro- que encierren de manera eficiente una caracterización de la obra, paradójicamente sustanciosa y concisa, que permita al espectador “conocer” de que va el trabajo de un productor y aferrarse a alguna certeza sobre sus significancias. El statement se ha convertido en moneda corriente dentro de los diversos mecanismos burocráticos con que se instrumenta la circulación y el consumo del arte: aplicaciones para becas, residencias, concursos y maestrías le destinan un lugar clave en sus formularios; boletines de prensa y currículos se redactan alrededor del mismo e inclusive diversos agentes (curadores, galeristas, docentes) suelen contribuir a perfeccionarlo con elegancia.  Curiosamente a estas alturas de la carrera de Noboa no conozco ningún statement alrededor de su obra que se sostenga, que hurgue en el meollo de sus intereses y que la provea de un correlato textual condensado y atinado.

Esta muestra particular en NoMínimo, al igual que sus más recientes, no se acompaña de ningún dispositivo de mediación habitual: no hay texto de pared, catálogo, ni florido boletín de prensa. Arrojados a nuestra suerte en este mar de símbolos, el recorrido por la muestra supone entonces armar un modelo interpretativo propio para evitar el naufragio. Aquí les dejo el mío.

Cada vez que confronto la obra de Noboa retorno inevitablemente a enfocarla dentro de un marco sociológico, donde no pierdo de vista el rol que juegan además mis propios prejuicios. La gradual aceptación del trabajo del artista, que fluctuó desde el recelo de sus mayores al entusiasmo de grupos más jóvenes de las clases sociales más pudientes, configura uno de los casos más fascinantes de cómo se modulan las estructuras perceptivas. Su estilo de pintura ha sido asimilado de tal forma que la estética que viene desarrollando ha llegado a generar una paradójica sintonía con el grupo social dominante que enmarca su propia extracción y que en sus comienzos claramente llegaba a desconcertar y hasta chocar. Si hay un pintor en el Ecuador sobre el cual rondó por mucho tiempo el fantasma de la sospecha es este.

La pintura de Noboa está colmada de atributos que encarnan cierta distinción de clase, representada en los gustos que se expresan tanto en las actividades recreativas (la caza, el tenis, el golf) como en detalles arquitectónicos y de mobiliario. Piscinas, alfombras persas, sillas, sofás y banquetas de estilo clásico pueblan sus escenas, frecuentemente bajo finos candelabros. Como señala Bourdieu el gusto es un ejemplo clave de hegemonía cultural, y por ello especulo que la reiteración de este ajuar -elevado al grado de leitmotiv- hace que su obra cobre visos de alegoría del lujo. Estos pasatiempos y bienes de prestigio llegan a configurar un repertorio iconográfico de la decadencia, posibles emblemas de artificiales paraísos perdidos. El trip de galante bizarría que implica encontrar mesas de ping-pong en salones señoriales me dispone hacia estas lecturas.

Pero el potencial alegórico se activa a través de dos elementos que tensan la imagen en casi todos los cuadros. Uno tiene que ver con el estilo mismo de las representaciones, ese aspecto inacabado y suelto que contradice la armonía concomitante a la cual suelen aspirar estos espacios. El otro es de orden simbólico, descomponiendo la racionalidad arquitectónica e incorporando casi siempre figuras que juegan un rol críptico y por lo general amenazante o de mal agüero que transmiten, a mi criterio, un mensaje moral: buitres, calaveras, trofeos de caza y personajes “malditos” o espectrales. La contraposición de estos dos elementos –signos de posesiones materiales o actividades de ocio versus emblemas de muerte- configura mi aproximación de la pintura reciente de Noboa como una interpretación contemporánea del tradicional género de Vanitas.

En esta muestra hay un par de cuadros que particularmente me gatillan esta idea. “Ping-pong donde antes era el estudio de mapas”, con su mosaico en el piso, y “Los Geógrafos”, son pinturas que, por la asociación contenida en sus títulos, me remiten a una de las obras paradigmáticas de la tradición occidental: “Los embajadores” (1533) de Hans Holbein El Joven. Encuentro un paralelo entre las alusiones contenidas en este, un fabuloso ejemplo de un memento mori (acuérdate que morirás), y las habitaciones palaciegas de Noboa repletas de objetos que también nos pueden hablar de la fatuidad de lo material y de la temporalidad de la vida. Esto último no solo por los símbolos ominosos que incluye sino por la conspicua ausencia de la presencia humana. Incluso en los raros casos en que el hombre aparece, como en lo que aparenta ser una junta de negocios titulada “Las peores decisiones”, lo hace inmerso en un clima de vacuidad, con uno de los personajes literalmente muerto del aburrimiento.

Ya en otras series previas el artista ha enfatizado la vanidad como tema central, y en este conjunto de cuadros estaría contrastando las pretensiones de importancia del ser humano, que aparenta no tomar conciencia de su rol completamente efímero y despreciable frente al transcurso de un tiempo que lo desborda. En suma la muestra se me antoja como un gran conjunto de “bodegones”, pero en un sentido muy amplio del término, piezas aptas para la reflexión sobre la insignificancia de una vida perfilada por aspiraciones materiales y estatus. Un renovado llamado de atención sobre algo que nunca expira: la vanidad y la ambición.


El conjunto de pinturas camina por la misma senda ya emprendida por el artista hace algunos años, ampliando de manera diestra e imaginativa esos tanteos experimentales sobre los cuales ya se percibe un momento de pleno dominio. El tenor de la pericia con que ha evolucionado en lo formal ha patentado inclusive un estilo Noboa. Me aventuro a decir esto ya que todo estilo se reconoce como tal en el momento en que este se vuelve influyente y aparecen sucedáneos. Desgraciadamente para estos, cuando un estilo es desprovisto de sustancia –de densidad semántica- se convierte en mera ilustración chata. Pocos como él se encuentran en una posición privilegiada para mostrar el interior de la bestia.


Península de Santa Elena, 31 de diciembre de 2013

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