domingo, enero 20, 2013

Presencias - NoMíNIMO, Guayaquil

Curaduría : Romina Muñoz



PRESENCIAS recoge el trabajo de seis artistas con obras que desde preocupaciones y experiencias diferentes están envueltas por un velo misterioso que pone énfasis sobre la agitación que esconden en su interior. Desde documentos que recogen historias familiares y objetos testigo, hasta impresiones de sueños y representaciones de lo que obsesiona, las obras de esta muestra nos hacen pensar la imagen como resultado constituyente de un sinnúmero narrativas ocultas.

Imágenes danzantes que nos anuncian la llegada de algo a través de su atractiva apariencia o llamativa factura.  Como si existiesen solo para sugerir un atisbo sobre eso que no puede decirse pero que inevitablemente se hace presente.

De David Palacios se incluyen dos obras que fueron parte de su muestra Historia de fantasmas para adultos (agosto del 2012). Sus trabajos parten de la remembranza y de esos frágiles recuerdos de infancia, borrosos por los años pero que punzan de maneras extrañas y constantes el cuerpo. La pregunta que nos asalta es: ¿hasta qué punto nuestra memoria, construida a partir de imágenes, es documento o fantasía? Palacios, como un coleccionista de huesos, va hurgando sobre los documentos familiares, reconstruyendo y dinamitando a la vez los recuerdos.


Para La cámara de los esposos el artista reproduce el armario que aparece en una fotografía tomada por su abuelo en 1922, en el marco de una reunión familiar, en donde él decide fotografiar el reflejo de los invitados en todos los espejos de su recamara matrimonial.  El armario es enfrentado a la impresión de la fotografía, vestigio y cómplice de aquella sesión, e intervenido con la frase del poeta checo Rainer Maria Rilke: “Aquí todo es maravilloso”, extraída de Las elegías de Diuno, texto que encarna el vaivén de un hombre entre el amor y la muerte. Escritor que para algunos como el crítico literario Harold Bloom, es el “paradigma de cómo la escritura moldea la vida en vez de que la vida moldee la escritura”[1]. Lo que nos lleva inmediatamente a preguntarnos: ¿qué hay detrás del gesto creativo de Palacios? ¿Qué es lo que motiva a este artista a imprimir su firma casi a modo de readymade sobre los atesorados recuerdos de su familia?

La obra es una clara cita al mural de igual título de Andrea Mantenga, uno de los artistas más importantes del Quattrocento italiano, en el cual se retrata a toda la familia Gonzaga y su corte, convirtiendo la recámara –según el criterio popular- en la “habitación más bonita del mundo”, por ser el resultado de un grado de pericia e inventiva bastante arriesgado en aquel entonces.
 
En Siempre vivirás en mí, del mismo autor, 27 fotogramas con “movie holes”[2] de diversos videos caseros de su familia se acompañan de una postal de colección de 1912.  En este caso Palacios se aprovecha de ciertas pérdidas en las imágenes, metaforizando la relación de las micro-historias con el mundo a través de la decadente materialidad del archivo que hace del olvido la estampa de victoria del tiempo. 

El lugar privilegiado de este conjunto de imágenes en la memoria de una familia se ve vandalizado por los cambios físicos en ellas. La fotografía y el video como formas frágiles de creación colectiva pone en juego la relación  entre lo individual y lo común, y nos remite a la “presencia turbadora de vidas detenidas en su duración, liberadas de su destino”[3].

Palacios una vez más nos descoloca a través del acto sutil de relacionar este conjunto de imágenes con una postal que muestra la imagen de una niña de plácida sonrisa, congelada en el tiempo en el acto de soplar al viento pompas de jabón. Se nos invita así a pensar sobre el lugar social de la imagen, sobre cómo esta ha servido a la necesidad de ilusión del hombre, y a su insistencia de perpetuarse para la eternidad como una manera de luchar contra la muerte.

 
En el medio de la sala nos encontramos con Fundiciones (Todo ladrón será quemado) de Adrián Balseca, una campana fundida a partir de una tapa de alcantarilla que él mismo sustrajo en Quito, su ciudad de origen y residencia. Una leyenda paródica se inscribe en ella: “Todo ladrón será quemado”, incorporando así formas extremas de justicia terrenal que contrastan la bondad divina, representada en este, uno de los símbolos más icónicos de la religión y de la fe, y que a su vez forma parte del argot popular para hacer referencia al cómplice que alerta en caso de peligro al ladrón que comete un robo.

La transformación de esta compuerta metálica que enmascara el sistema digestivo de la ciudad, testigo de un sinnúmero de paseos y tránsitos. En ese sentido, al clausurar el silencio, provoca una épica sustitutiva que concentra un sinfín de historias en el eco que produce cada vez que golpea su badajo.
 
En El escudo de Satán de Stéfano Rubira, bajo una esfera de cristal de 5 centímetros de diámetro, reposa un dibujo muy sutil y delicado que representa una fase de las fases de luna. ¿Nos encontramos ante una esfera adivina capaz de vaticinar nuestro destino? ¿O es una esfera que ha tratado de capturar y perpetuar la imagen de un hermoso fenómeno natural? Las dos preguntas me recuerdan una frase del célebre teórico alemán Aby Warburg: “la observación del cielo es la gracia y la maldición del hombre”. El pensamiento encierra todas las contradicciones y afecciones del alma humana en su intento por conocerse y conquistarse. La relación del pensamiento mágico y el pensamiento racional es el matrimonio más negado de la historia de la humanidad. ¿Hasta qué punto las imágenes nos esclavizan o nos liberan? ¿Podríamos prescindir de ellas?
 
El Primer Amanecer del Mundo, obra de Ricardo Coello, expone el acto fallido de acopiar de manera fiel el reflejo de un momento fugaz: delicados dibujos de dos espejos que representan el amanecer, están condenados a permanecer juntos, a no separarse por un delgado exceso que une las hojas que los contienen.  El fracaso es múltiple, primero en su intento de representar el espejo, segundo por el deseo de capturar su reflejo, por querer conquistar el tiempo y por querer congelar algo que nos muestra “un espacio irreal que se abre virtualmente detrás de la superficie, estoy allá, allá donde no estoy, especie de sombra que me devuelve mi propia visibilidad, que me permite mirarme allá donde estoy ausente”[4].

El espejo es una heterotopía,  en la que se entrelazan y se ponen en crisis un cúmulo de realidades, entre ellas la de una imagen proyectada, una memoria muerta y el discurrir del tiempo.  Siguiendo a Foucault, el espejo es el eterno retorno en el que nos descubrirnos ausentes del lugar en el que estamos.






En Osamentas, Ilich Castillo, artista reconocido por su constante experimentación en el medio audiovisual, nos presenta una serie de  dibujos manufacturados a partir de experiencias vividas en sus sueños. En ellos imagina a otras personas elaborando obras que él apropia cuando despierta. Desestabiliza aquí las supuestas preeminencias autorales, levantando un cuestionamiento sobre un mundo donde las ideas tienen dueño. Activa preguntas de si en realidad se puede hablar de un plagio. ¿Tenemos conciencia de que proyectamos imágenes en base a los estímulos que otros nos proveen? ¿Entonces, hasta qué punto esas imágenes son nuestras?
 
De Pedro Gavilanes se presenta Insinuaciones, tres retratos en los que a través de una trabajada capa de acrílico transparente, a modo de filtro, difumina imágenes que insinúan ciertas obras paradigmáticas de la historia del arte.  El meticuloso trabajo y la dimensión escultórica de estos retratos intenta fijar y a la vez diluir de manera contradictoria el lugar histórico de estas representaciones. Parece revelarnos ese deseo de orden existencial que determina al hombre, el de querer capturar lo que no se deja atrapar.



[1] Harold Bloom, Genios/genius: Un Mosaico De Cien Mentes Creativas Y Ejemplares, Grupo Norma , 2005
[2] Pequeñas pérdidas de información en los fotogramas del video debido al retiro de la cinta protectora del rollo del film.  
[3] André Bazin, ¿Qué es el cine?. RIALP, 2001, Madrid.
[4] Michel Foucault, Otros espacios

La cámara de los esposos
David Palacios
Instalación, fotografía
Instalación de 1 armario y fotografía blanco y negro de 100 x 70 cm
2011

Siempre vivirás en mi
David Palacios
Instalación, fotografía 
Instalación de 27 fotogramas de video 8mm y postal 
2011

Fundiciones (Todo ladrón será quemado)
Adrián  Balseca
Campana de hierro, soga, viga de madera
video monocanal
2010

 
El escudo de Satán
Stefano Rubira
grafito- esfera de cristal
2011

 
Osamentas
Ilich Castillo
Tinta sobre metal (dibujos hechos en ipad)
70 x 100 cm (c/u)
2013

Insinuaciones
Pedro Gavilanes
Óleo y acrílico sobre lienzo enmarcado.
55 x 63.5 cm  (c/u)
2013

 

El Primer Amanecer del Mundo
Ricardo Coello
Lápiz sobre papel
Dimensiones variables
2012-2013


El Profeta Velado disponía de métodos humildes de adivinación. Sus rituales de magia, por más austeros en parafernalia, podrían no ser del todo imprescindibles, sobre todo para quien afirma ser la encarnación del Dios que precede al tiempo, al nombre. Su rostro emanaba luz, toda la luz de todos los universos (su velo protegía al hombre de la ceguera y la locura). Para su presciencia le bastaba buscarse en un espejo, aunque no era su futuro lo que veía sino el tiempo entero de un universo muy similar que acababa de ser creado; cada reflejo era un universo nuevo, una nueva creación, donde lo único que involucraba de sí era su curiosidad y un sentimiento que fluctuaba entre la indiferencia y la maravilla.

De físico y ánimo inmoble, nunca lo vieron enfermo ni herido; nunca lo vieron dormir siquiera, ni se oyó nunca su sonrisa. De voz dulce, habló de un paraíso donde “siempre es de noche y hay piletas de piedra, y la felicidad de ese paraíso es la felicidad peculiar de las despedidas, de la renunciación y de los que saben que duermen”.

Luego de su desaparición, sus seguidores lo buscaron durante siglos. Los más temerarios trataron en vano de encontrarlo en cada espejo. Los más ilusos lo buscan, aún, en los cielos.
Ricardo Coello Gilbert





Registro fotográfico: Rodolfo Kronfle Chambers

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